La mujer sin piano, Tenderness, Las dos vidas de Andrés Rabadán, Cinco minutos de gloria
La ama de casa que interpreta Carme Machi en la película de Javier Rebollo, La mujer sin piano (España, 2009), una noche se coloca una peluca y una gabardina, coge una maleta y emprende un vagabundeo por la noche madrileña. Tiene en apariencia un destino fijado (la estación de autobuses) pero no tardará en diluirse en una necesidad de movimiento. El desplazamiento como negación del hogar estable. Y ese tránsito es una forma de liberación, de querer buscar en la senda que se emprende, un viraje existencial a través de un paraje fantasmático, fruto de un Madrid nocturno filmado con cierta abstracción. No sabemos si se llama Rosa realmente, pero poco importa, porque es ella, el cazador del cuadro que no sabe cómo va a librarse del cerco, quien en la plenitud del instante móvil, se dirá a sí misma que se merece una segunda oportunidad. Una nueva vida que se nos escamotea, porque no es importante el destino sino el camino que se recorre. Aunque solo dure una noche.
Una segunda oportunidad también reclama para sí mismo Eric Poole (Jon Foster) en Tenderness (John Polson, 2009), el joven asesino que sale del reformatorio, pero al igual que otro parricida, Andrés Rabadán, en Las dos vidas de Andrés Rabadán, la cuestión es más problemática en cuanto ambos tienen manchadas las manos de sangre. Eric Poole, fuera del asedio carcelario, tiene en la partida, no la huida del hogar de nuestra mujer sin piano, sino su ausencia. Ambos están atrapados en la culpa de un mal irremediable pero reaccionan de diferente manera frente a él. Uno, Andrés, erige la construcción de su identidad actual sobre el reclamo de su normalidad psíquica. El monstruo ya no existe. Fue cosa del pasado, aunque es sintomático que no quiera enfrentarse a su pasado. Y frente a esa estabilidad, ambos, -Ventura Durall como director y Andrés Rabadán como personaje de ficción y como persona de carne y hueso que colabora en el guión-, abogan por la reinserción del sujeto que fue víctima antes que verdugo. Sin dejarse en el camino la denuncia a la institución penitenciaria como lugar de represión.
En cambio, Eric sabe que convive todavía con la maldad dentro. Y su lucha se fragua en términos de represión del instinto que expresa su forma de sentir. Como si quisiera darle la razón a Edgar Allan Poe, no hay nada más bello que la imagen de una joven muerta. No obstante, la presencia insidiosa de Lori (Sophie Traub) como carga imprevista en el viaje, le hará descubrir que la muerte no es un placer, sino una pérdida que ennegrece nuestro corazón.
Y de corazones ennegrecidos habla otra (gran) película vista en Manresa: Cinco minutos de gloria (Five minutes of heaven, 2009) de Oliver Hirschbiegel. Una película que se centra en la reconciliación y su poder de curación. ¿Podríamos perdonar al hombre que mató a nuestro hermano? ¿Cómo actuaríamos si lo tuviésemos cara a cara? ¿Y si, además, el que fue el asesino de nuestro hermano fuese en el presente un modelo ejemplarizante que se pasease por los televisores, explicando su experiencia como asesino? Han pasado 33 años pero tal como se dice en el film: el tiempo no lo cura todo. Sólo lo hace más pesado. El siempre eficiente Liam Neeson interpreta a Alistair Little, un joven que en plena ebullición del conflicto de Irlanda del Norte acabó matando a otro. En el presente, con la paz consolidada en el seno de la sociedad irlandesa, ya sea protestante o católica, Alistair Little convive con ese acto de violencia que todos llevamos adentro y que marcó para siempre su vida. El odio, la paz, la reconciliación. Es posible una segunda oportunidad. Pero el rencor debe acabarse donde empezó. En aquella generación que vivió con él. El desgarro del alma no abandonará a esa generación crecida en la violencia, pero no debe ser transmitida al futuro que viene tras de nosotros, si queremos la pervivencia de la paz.