Octubre de Daniel y Diego Vega (2010), que ganó el premio del jurado en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes en 2010, relata una historia sobre el dinero. El personaje principal es un prestamista irónicamente llamado Clemente, que recibe fondos de terceros y los coloca en créditos entre la gente del barrio. "Mejor que un banco", dice Don Fico, quien recurre al usurero para multiplicar lo poco que cobra como pensión.
El dinero, sin embargo, circula difícilmente en Octubre. La metáfora es el billete falso de doscientos soles que Clemente recibe por la venta de una prenda que le dejaron como garantía de un préstamo vencido, y del que trata de deshacerse pagando con él a lo largo de casi toda la película, sin conseguir que alguien tenga sencillo para darle el vuelto. Es el correlato de los planos fijos del filme y de la Lima gris de calles sucias, y de casas y burdeles de paredes desconchadas y puertas desencajadas en la que se desarrolla la historia. El tiempo parece haber transcurrido allí únicamente para alcanzar un deterioro que aún corroe la realidad como un fenómeno cósmico. La ciudad de la película es un planeta decrépito.
Estancada está también la vida de Clemente y de los demás personajes. El prestamista desayuna un sándwich de huevo duro de la misma forma mecánica como se acuesta con la misma prostituta. Encender velas a las imágenes y vestir el hábito de la cofradía es un gesto similar para Sofía, al igual que unirse a la procesión de la Nuestro Señor de los Milagros y tratar de seducir a Clemente con un conjuro. El remate sarcástico lo da Don Fico. El anciano planifica una fuga romántica con su enamorada, una mujer que yace postrada, sin poder hablar ni moverse, como un cadáver prematuro en el hospital. Para esa fantasía ahorra.
La vida llega al mundo sin vida de Octubre como una niña que le dejan a Clemente en una cesta. Es hija suya con una prostituta, y una responsabilidad que el personaje va a intentar evadir pese al consejo de un sabio policía. Entra el filme de esa manera en el terreno del lugar común de la comedia de los hombres que no saben qué hacer con un bebé abandonado, como la francesa Tres hombres y un biberón (3 hommes et un couffin, 1985) de Coline Serreau y su remake estadounidense, Tres hombres y un bebé (Three Men and a Baby, 1987) de Leonard Nimoy. Pero el de la película es un estilo antihollywood en el que es fácilmente reconocible la impronta del minimalismo de Aki Kaurismaki. Hay en eso una crítica de la pobreza de la televisión y del cine que básicamente le agrega tamaño de pantalla. Se hace evidente en un plano en el que el aparato sirve a Clemente y a Sofía para evadir sus problemas, y tuercen el cuello hasta que los rostros quedan iluminados por el televisor. Es también el tema del corto Interior bajo izquierda (2008) de los mismos realizadores.
Octubre es una comedia irónica y ese género que juzga a los personajes desde una altura sobrehumana. Los hermanos Vega intentan acortar esa distancia olímpica cuando el protagonista mira a la cámara viéndose en el espejo. Clemente parece tratar de entenderse a sí mismo de la misma manera como el espectador puede preguntarse dónde está la humanidad del ser humano que parece ser el prestamista. Sin embargo, el resultado es irónico: los personajes del filme se asemejan también a los de Extraños en el Paraíso (Stranger Than Paradise, 1984) de Jim Jarmusch en su constante sabotaje de todo intento de establecer con ellos cualquier simpatía, a pesar de acercamientos como esos.
Todo lo anterior no debe llevar a pensar que la película es básicamente un ejercicio de estilo para adornar un tema característico del cine comercial, un intento de adoptar a Kaurismaki y a Jarmusch en el cine de Perú. En la forma como se trata el tema del dinero hay una obvia crítica social, que se revela más profunda y lúcida en la forma como Clemente hace que le paguen sin recurrir a la violencia. Lo consigue en primer lugar creándose una aureola de poder, con detalles como el uso de un cuaderno en el que hace firmar a la gente cuando recibe un préstamo o cuando retira sus fondos, como si se tratara de un documento legal. Utiliza para ello una elegante pluma, para impresionar. También ha dispuesto que en la mesa en la que hace sus negocios haya una diferencia de altura entre la silla en la que se sienta él y el banco que corresponde a los que acuden por sus servicios.
Cuando la puesta en escena no basta, Clemente hace que sus clientes se presionen entre sí para que le paguen. Las garantías que han puesto en sus manos le permiten ejercer ese poder sobre ellos. Si el deterioro del ambiente es el correlato de la pasividad con la que los personajes viven su decadencia como un estancamiento, la red que el prestamista ha tejido entre ellos pone al descubierto que también tienen una participación activa en la parálisis. A la paradoja del circulante que no logra circular se añade así la de una fatalidad cósmica que es a la vez responsabilidad de los que la padecen, porque actúan para apretar el nudo que los ahorca.
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