Para mí, hacer una película es vivir
Michelangelo Antonioni
Paidós, 408 p.
Encuadernación: Rústica sin solapas
Formato: 13,50 x 21,00 cm
Michelangelo Antonioni e Ingmar Bergman murieron un mismo día, el 29 de julio de 2007, y con muy pocas horas de diferencia entre cada deceso. Las similitudes entre ambos cineastas no se limitan a este mero detalle. Los dos realizadores son referentes ineludibles del cine moderno, y su influencia en las generaciones posteriores de cineastas resultó ser amplia y extensa, a menudo no del todo muy bien interpretada por la crítica, sino mas bien tomada como una pesada carga que no siempre fue de la mano con la noción de una auténtica renovación de formas o de miradas. Se podría decir que la influencia de Antonioni alcanzó a ser todavía más evidente que la de su par sueco, quien en vida no demostrara tener demasiada afinidad con el cine del italiano nacido en Ferrara, fuera de un par de menciones elogiosas que realizara hacia La Noche y Blow Up. De Antonioni hoy se pueden percibir claras influencias en el cine del taiwanés Tsai Ming-liang, en la norteamericana Sofía Coppola y también en varios de los actuales realizadores del cine independiente argentino que emergiera a mediados de los noventa. Digamos que cualquier intento serio por abordar cinematográficamente la incomunicación o la crisis de los sentimientos hoy debería pagar un significativo tributo a la cosmovisión que impuso hace décadas atrás el realizador italiano. Como parte de la colección La Memoria del Cine de la editorial española Paidos, se encuentra Para mí, hacer una película es vivir, una recopilación de textos, relatos, entrevistas y testimonios que Antonioni ofreciera a diversos medios de comunicación de su tiempo y que conforman un sólido y emotivo intento de acercamiento hacia su personalidad artística más que a su obra.
El primer detalle a destacar de esta edición es que está integrada completamente por relatos en primera persona del cineasta italiano. Cada una de las páginas del libro reconstruye su visión artística desde su propia experiencia, permitiendo comprender no tanto las motivaciones puntuales que lo llevaran a filmar cada una de sus películas sino más bien los estados anímicos y las circunstancias de su propia vida personal que envolvieron cada rodaje y que desde su concepción artística constituyen la mejor explicación posible hacia sus obras. Por supuesto esto facilita el conocimiento de todas aquellas influencias que lo empujaron a llevar adelante su carrera como cineasta, sus pasiones por la arquitectura y la pintura, sus poco ortodoxos métodos de trabajo, sus preocupaciones políticas, su visión de los actores, las mujeres, etcétera. De todas ellas se desprende la que sería su cualidad más destacada en tanto realizador: su inconformismo y disidencia hacia los modelos establecidos. Antonioni pareciera definirse casi siempre en oposición a algo, ya sea Hollywood o la pesada herencia del Neorrealismo Italiano. En varios tramos del libro, Antonioni manifiesta no tanto un rechazo sino más bien una vital necesidad de desprenderse de la mirada del Neorrealismo, resaltando su declinación por mirar hacia donde nadie lo hacía en aquel momento crucial de la cinematografía en Europa: los sentimientos de sus personajes. Llevar la cámara al interior del personaje en lugar de al exterior. Esta elección lo llevó inmediatamente a ser catalogado como un cineasta hermético, cerrado al mundo y enfermizamente recluido en la interioridad inexpresiva de sus personajes.
De sus escritos se desprende también la evidencia de su figura como un apasionado observador, poseedor de una elevada sensibilidad hacia todo aquello que lo rodeaba, desde las personas hasta los espacios u objetos. Una película podía emerger de su extensa contemplación de una pared blanca o de un viaje en un crucero. La modestia algo impostada con la que se rehúsa a entablar un juicio crítico sobre su propia obra incluye su autoclasificación como artista del instinto más que de la razón, una confesión que realmente sorprende teniendo en cuenta que sus encuadres parecen sugerir más un concienzudo trabajo de planificación previa que el de ser frutos de decisiones tomadas en el momento de encontrarse presente en la escena detrás de las cámaras.
El reconocimiento hacia su obra llegaría de manera lenta y progresiva, despertando también las oportunas controversias en torno a su legado, ya que Antonioni sigue siendo hasta el día de hoy, y al igual que Bergman, un cineasta tan valorado como discutido, y de quien a veces se afirma que convendría mantener una prudente distancia, quizás la misma que él supiera mantener en vida desde la cámara hacia sus conflictivos personajes.
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