La 81 edición de los Oscars discurrió sin sorpresas y se cumplieron prácticamente todos los pronósticos resultando Slumdog Millionare (Danny Boyle, 2008) como la película con mayor número de Oscars. De 10 premios consiguió alzarse con 8 entre los que destacan como mejor película, mejor director y mejor guión adaptado.
Para la gala este año se optó por el gran espectáculo musical de Broadway, y de forma excepcional no se eligió un humorista ni una presencia televisiva, ya que no lo olvidemos, dicha gala no deja de ser concebida como un producto televisivo aunque paradójicamente sea una plataforma de proyección cinematográfica. Ante la presunta revitalización del musical en las salas de cine con películas como Hairspray (Adam Shankman,2007) o sobretodo Mamma Mia (Phyllida Lloyd, 2008), la Academia giró su mirada hacia los premios Tony y contrató como maestro de ceremonias a Hugh Jackman, actor insertado en la industria de Hollywood y con una gran trayectoria en el espectáculo musical. De esta manera, ocurrió lo imprevisible. Que la gala bajo el timón de Hugh Jackman resultó amena y entretenida, aderezada con pequeños gags creados por el enfant terrible de la comedia norteamericana actual, Judd Apatow. No solo Hugh Jackman fue la presencia australiana sino que la gala estaba dirigida por Baz Luhrmann director de Moulin Rouge (idem, 2001)
La edición de los Oscars, presenta, como cada año, una oportunidad de poder acceder a los films norteamericanos de mayor calidad, aunque la atención en dichos premios quede mediatizada por el artificialismo de la estrellas. Parece que a través de eso tan socorrido como es el glamour el establishment industrial y el marketing consiguen que la actualidad cinematográfica desde enero hasta marzo gravite en torno a la edición anual de los premios. Las revistas de crónica social o del corazón tendrán material gracias al desfile de la alfombra roja, los modistas y principales joyeros podrán publicitarse a través de sus vestidos y joyas cedidos para las estrellas y es que nadie dejará escapar el hecho de que dicha gala sea retransmitida mundialmente. La aldea global dictada por las directrices del imperialismo cultural norteamericano. De esta manera, los Oscars se muestran como un reducto del fulgor del viejo sistema de estudios.
Asimismo, ver la ceremonia sirve como una fiel ordenación de saber quien es quien en la industria. Cuando Penélope Cruz intentaba insertarse en la industria, sabíamos que contaba con el beneplácito de los jerifaltes de Hollywood ya que conseguía el acceso a la presentanción de premios. Porque dicho momento no solo sirve para promocionar al actor o actriz joven del momento, o para promocionar futuros filmes de las majors, sino para dictaminar el peso específico de dicho actor, actriz y/o director. Sabemos del tremendo peso que tiene en la industria un actor como Jack Nicholson o Steven Spielberg cuando son requeridos para presentar el premio a la mejor película.
Hay muchos intereses en juego como para que la carrera hacia dichos premios se acostumbre a equiparar a una carrera electoral, donde lo que importa es la presencia mediática y el reconocimiento de las diversas asociaciones de críticos o de los diversos gremios que conforman Hollywood. Ganar un Oscar permite a un actor recuperar o ganar prestigio, lo cual se traduce en un aumento salarial y en el acceso a proyectos de gran envergadura. Para las majors o productoras, les permite evidentemente no solo una fuente de ingresos, sino que afianza su poder en el mercado. Por ello, ganar un Oscar es producto de una inversión previa y de una estrategia de marketing maratoniana. Aquel que sabe mejor posicionarse ante sus compañeros y en los medios de comunicación es el que ganará el Oscar.
Pedro Almodóvar explicaba en El País, a través de una especie de diario de dicha carrera, lo agotador que resultaba todo el trabajo previo para conseguir la dorada estatuilla. No se hablaba de calidad cinematográfica, sino de apretadas agendas de entrevistas a medios, apariciones televisivas y asistencias a fiestas donde es indispensable dejarse ver y destacar.
Las revistas especializadas españolas obviarán mención alguna a dichos premios por las tremendas connotaciones comerciales y publicitarias de dichos premios, pero no se resistirán a destacar los filmes nominados como lo mejor de la cartelera. Con lo que esa posición de superioridad ante el evento, se traducirá en una mención indirecta a los premios al destacar los largometrajes seleccionados. Pero no se hablará de los Oscars para así no empañar la imagen que quiere ofrecer la línea editorial. Nadie, en realidad, por tanto escapa a la importancia de los premios Oscars en el panorama cinematográfico.
A mí, a diferencia de esta posición un tanto hipócrita de algunos medios, no se me caen los anillos al reconocer que cada año me reúno con unos cuantos amigos para ver la gala en la que criticamos, gritamos y aplaudimos todo lo que vemos. Me gusta ver previamente las principales películas nominadas y gracias a ello he visto películas excelentes como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) o No es país para viejos (No country for old men, Joel y Ethan Coen, 2007) . De la misma manera que mucha gente se reune para ver la final de la copa de Europa o los partidos finales de la liga, nosotros nos reunimos ante la gala de los Oscars con nuestros favoritos y odiados (que siempre los hay) en un marcado tono festivo.
La crónica que a continuación sigue de la edición de este año, poca mención guardará con la calidad cinematográfica de las películas, actores y actrices, sino que tratará de dilucidar el motivo de por qué una película, y no otra, se alza con un premio, marcando las tendencias de la Academia y por extensión de la industria norteamericana.
La Academia, en su propio círculo endogámico desde hace varias ediciones, trata de quitarse de encima ese sambenito conforme es una entidad reaccionaria, conservadora y poco aperturista a los nuevos aires y cinematografías periféricas. También trata de desmarcarse de que dicha organización sólo sirve a los favores de las grandes productoras, destacando desde hace varios años películas europeas o películas supuestamente independientes. En ese contexto, Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008) era una película idónea para marcar su tendencia. Película pequeña, de producción británica, con pequeños toques de denuncia social, ambientada en un lugar exótico como es la India y filmada y rodada bajo los patrones modernos de la generación MTV. De esta manera, demuestran que están al día con una película moderna, vibrante y dinámica. Que están comprometidos socialmente con este cuento de hadas ambientado en los suburbios de Bombay y con una clara tendencia dickensiana. Un calado social que no daña ni compromete excesivamente cuando se presenta en una historia articulada en torno a clichés y estereotipos, y en donde los personajes son arquetipos puros y limpios. Su efecto de denuncia se diluye rápidamente cuando dicho film se presenta como una improbable historia de amor, donde no falta ni un elemento básico para hacer que la película funcione en un amplio espectro de espectadores. Viendo el film, uno piensa que lo mejor que ha visto de ella es el baile final como guiño al cine de Bollywood. Aquellas imágenes duras en la que se ciega a los pobres huérfanos rápidamente se olvidan a través de la explosión de color que recoge la cámara y de un dinámico montaje que deja poco tiempo para la reflexión.
En ese contexto Mi nombre es Harvey Milk (Milk, 2008) de Gus Van Sant tenía todas las de perder. Con la reciente aprobación de la Proposición 8 en el Estado de California en la que se ilegalizan los matrimonios gays, premiar a Mi nombre es Harvey Milk (Milk, 2008) que narra la biografía de Harvey Milk para glosar la historia del activimismo gay en los años 70 hubiese sido un plato muy duro de digerir para los estamentos católicos y conservadores de la Academia. Sabemos lo que les ha costado nominar con regularidad a actores y actrices afroamericanos. No esperemos que muestren un efusivo compromiso con el activismo de otra minoría. Después del tremendo robo que fue el Oscar como mejor película a Crash (Paul Haggis,2004) en vez de premiar a Brokeback Mountain (Ang Lee, 2004), Mi nombre es Harvey Milk (Milk, 2008) tenía realmente difícil alzarse con el premio cuando las aguas políticas estaba revueltas en el momento de otorgarlo. No obstante, darle 8 nominaciones y 2 Oscars importantes, supone la conciliación de tapadillo de la Academia con los sectores más progresistas. El compromiso de cara a la galería. No olvidemos que era la película premiada por la asociación de críticos de Nueva York, donde se concentra el sector crítico más abierto.
El desafío: Frost/Nixon (Frost/Nixon, Ron Howard, 2008) certifica los vasos comunicantes entre cine y televisión como ya de hecho se hace palpable a través de Slumdog Millionare (Danny Boyle, 2008). Asimismo es una adaptación de una prestigiosa obra teatral y que narra los excesos de poder de uno de los presidentes más controvertidos de la historia de EEUU. Dirigida por el habitualmente mediocre Ron Howard, tenía ingredientes para agradar a la Academia por su temática política, la cual podría leerse en clave actual, a través del gobierno que dejó atrás Bush. Es una película que se puede entender que aparezca nominada en el mismo contexto que se nominó a Buenas noches y buena suerte (Good night and good luck, George Clooney, 2005) ambientada también en los circuitos televisivos y con un marcado tono político progresista.
No obstante, a pesar de sus componentes de prestigio, ha hecho muy poco ruido en los premios de las diversas asociaciones y gremios previos a los Oscars. Y eso es la carta de defunción en unos premios como éstos, donde se produce la culminación de la cosecha de premios anteriores. Además frente a sus contendientes, solo contaba con 5 nominaciones, por lo que era la película en menor igualdad de condiciones.
El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, David Fincher,2008) era la propuesta de qualité de este año de las majors que, a diferencia de anteriores años, no han dejado que los productos de calidad estén en manos de sus filiales de cine independiente. Coproducida por Warner Brothers y Paramount Pictures para asumir el elevado coste del largometraje, era el film que apostaba por un revisionismo elegante del clasicismo norteamericano, a través de las manos de un destacado director, adaptando una breve historia de F. Scott Fitzgerald. Película río que abarca un amplio espectro histórico sin olvidarse de grandes aconticimientos del siglo XX, a través de una historia de amor imposible, nos propone una reflexión sobre el transcurso del tiempo y las huellas que éste ejerce en las personas a través de una fábula establecida como una especie de realismo mágico que Tim Burton hubiese amado realizar.
La contención emotiva de la historia y un excesivo metraje pesaban en contra de ella para alzarse con el gran premio, dado que se palpaba en el ambiente que si bien era un producto bien manufacturado, el aburrimiento y el bostezo hacía presencia en el espectador.
Si se premiaba, el mensaje enviado hubiese sido que la Academia seguía fiel a dar el favor a las majors y que ante el mareante movimiento de las cámaras de Boyle, ellos seguían quedándose con los parámetros clásicos efectivos del legado heredado por el Modelo de Representación Institucional.
13 nominaciones, la película más nominada, ya era suficiente respaldo a una película que también perdonaba el olvido que cometieron con Fincher al ningunear Zodiac (2007).
El lector (The Reader, Stephen Daldry,2008) dicen que fue la película que se coló en las nominaciones a mejor película quitando el puesto a la que sonaba con más opciones, El caballero oscuro (The Dark Knight, Cristopher Nolan, 2008) que se ha tenido que contentar con 8 nominaciones, prácticamente todas ellas técnicas. El cómic, todavía no resulta una fuente excesivamente reputada como para que la Academia la hubiese destacado en la categoría mayor. En cierta manera, sería reconocer la debilidad ante el blockbuster. Gusto que no evitaron ocultar premiando a El Señor de los anillos: el retorno del rey (The lord of the rings: the return of the king, Peter Jackson, 2003) o a Titanic (Titanic, James Cameron, 1997) sin ir más lejos.
Nuevamente El lector (The Reader, Stephen Daldry,2008) retoma el tema del Holocausto nazi, temática afín a la Academia y parte de la adpatación de una prestigiosa novela, y demuestra una vez más, las dotes estratégicas de Harvey Weinstein para posicionar sus films en la contienda de los Oscars. Pero era una película que había sido previamente reconocida solo por el trabajo interpretativo de Kate Winslet, así que no se alzaba con muchas opciones.
En la categoría de mejor director, todos los directores eran los responsables de las películas nominadas a mejor película. Algo que parece muy lógico, en las dinámicas de la Academia es algo poco común.
Gus Van Sant recibe su segunda nominación al Oscar, demostrando que la industria le abraza cuando el director se deja acariciar por los proyectos realizados en los estudios. Aquí lleva a cabo un biopic pedagógico, subgénero muy querido por la Academia. No obstante las mismas contrapartidas que pesaban a su film pueden ser aplicables a un director abiertamente gay y que además su trabajo no se encontraba premiado previamente por ninguna organización.
Un trabajo modélico en su yuxtaposición de invención y realidad, documental y ficción pero que reduce sus arriesgadas propuestas formales para amoldarse a los parámetros de una major. Eso sí, Gus Van Sant demuestra su buen ojo en guiones escritos por jóvenes como ya sucedió con El indomable Will Hunting (Good Will hunting, 1997), porque el guión demuestra una apabullante consistencia y madurez impropia para un joven que ni siquiera vivió aquellos convulsos años 70.
En cambio el trabajo vistoso de realización de Danny Boyle ha seducido allá por donde ha pasado, por lo que era el evidente favorito en dicha categoría. Ya había demostrado su pericia posmoderna en la realización de Trainspotting (1996) que nuevamente demuestra en este film. Se le acusa de vender aire, pero es indudable que si su película funciona es por su efectista trabajo de dirección que sabe maquillar los defectos de base de una historia débil. Ironías de la vida, se llevó el Oscar a mejor guión adaptado. No negaremos que hay ingenio en articular la historia a través de las preguntas del concurso pero el resto del mérito de su guión es simplificar una historia para conseguir conectar con el público a través de estereotipos un tanto trillados.
David Fincher con su nominación ve por fin su reconocimiento como uno de los directores más dotados. El relevo generacional en la dirección se ve ejemplificado en uno de los directores norteamericanos nacido en los 90. Quizás la Academia y sus compañeros opinan que todavía es pronto para otogarle el premio siendo su primera nominación. Un poco lo que le pasó el año pasado a Paul Thomas Anderson, otro director de su generación.
Ron Howard al igual que Stephen Daldry es un mimado de la industria. Ron Howard que vale para un roto como para un descosido es el eficiente artesano de las majors que conoce su oficio pero al que le otorga nula personalidad artística. Dicen que la película por la que fue nominado, es su mejor trabajo hasta la fecha, pero paradójicamente se alzaba con nulas opciones de conseguir el premio habida cuenta que ya tiene uno en su poder.
Y Stephen Daldry después de su aparición en el panorama cinematográfico con Billy Elliot (2000) ha visto recompensado su trabajos posteriores con una nominación. La tercera que recoge y además consecutivas, con lo que está cerca de llevarse el Oscar. Demuestra una eficiente labor trabajando con material adaptado, una excelente dirección de actores facilitando el Oscar a sus actrices y una fina sensibilidad. Posiblemente el que más opciones tenía de llevarse el premio, justo por debajo de Danny Boyle, el cual llevaba deslumbrando a todo el mundo. Quizás precisamente pese en él que su trabajo no es tan resplandeciente como sí lo pueda ser el de sus otros compañeros.
En cuanto a los actores principales, este año, la atención estaba centrada en la resurección de Mickey Rourke en la película de El luchador (The Wrestler, Darren Aronofsky,2008). Este efecto ave fénix es un fenómeno muy querido por la Academia, pero haciendo memoria histórica cuando se produce este fenómeno con algún actor, la gente se olvida, que el actor recuperado suele quedarse en la cuneta, con la cara descompuesta porque no se ha llevado el premio a pesar de que le han hecho creer como favorito matemático. Así ya sucedió con Bill Murray o con John Travolta. Así que este año ha vuelto a suceder una vez más.
Sean Penn tenía en su contra que ya cuenta con un Oscar por Mystic River (Clint Eastwood, 2003) en fechas bastantes recientes. A su favor, recrear una persona real, siempre suele verse recompensada por el gusto de la Academia. Recordemos por ejemplo, Philip Seymour Hoffman en Capote (Benett Miller,2005). Otro punto a favor suyo, es que construye un papel bastante alejado de anteriores recreaciones suyas y tal como bromeó Robert de Niro afirmando lo bien que nos ha engañado todo este tiempo haciendo papeles de heterosexuales.
Por otra parte, Mickey Rourke, aunque bastante atemperado en la actualidad, resulta un tanto freak en todas sus apariciones frente a un contenido carácter político de Sean Penn, que únicamente puede escocer en los sectores más reaccionarios de la Academia. Si sabemos que el mayor número de académicos lo forman los actores y que estos en su mayoría no suelen destacarse por su conservadurismo, entenderemos mejor el premio a Sean Penn.
He oído por parte de algún crítico sin duda mal informado, afirmar de forma tendenciosa que este Oscar se debe al lobby rosa que hay en la Academia. Revisemos lo que sucedió con Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) o revisemos un poco la historia de la Academia para comprobar que en caso hipotético que exista tal lobby, es un poco torpe. Torpe e invisible porque se cuentan con los dedos de una mano, las personalidades abiertamente gays en Hollywood. O las resistencias de muchos actores y/o actrices a interpretar personajes gays por no querer ver dañada su imagen frente a la opinión pública.
En el apartado a mejor actor secundario poco hay qué decir, habida cuenta que el ganador fue Heath Ledger por El caballero oscuro (The Dark Knight, Cristopher Nolan, 2008). El Oscar responde a un evidente tributo final a un actor prometedor que sesgó su vida de forma imprevisible. Nadie niega el apabullante trabajo que realiza en una de sus películas póstumas, pero su reciente defunción, empujó a los académicos a otorgarle el Oscar como homenaje a un actor intenso y grande.
En cuanto a las actrices en el rol de mejor actriz principal la lucha estaba dividida por Meryl Streep por su papel en La duda (Doubt, John Patrick Stanley, 2008) película que ha dado nominaciones para todos sus actores en las diferentes categorías.
Y Kate Winslet por El lector (The Reader, Stephen Daldry,2008).
Ante sus flamantes 15 nominaciones Meryl Streep se convierte en la actriz o actor más nominada de la historia de los Oscars aunque ella considere irónicamente dicho crédito como la actriz que más veces ha perdido en la competición. Y se hubiese alzado con su tercer Oscar seguramente, sino hubiesen surtido efecto las maquinaciones de Harvey Weinstein, que quería colocar el Oscar a las dos actrices que promocionaba.
Y es que si atendemos a los Golden Globe Awards o a los Screen Actors Awards otorgados por el sindicato de actores, el papel de Kate Winslet estaba considerado como mejor actriz de reparto. Si eso sucedía, Penélope Cruz, protegida también de Harvey Weinstein veía obstaculizadas sus opciones de premio como sucedió en los Golden Globe Awards. Asimismo, si revisamos las veces que una actriz ha competido en las dos categorías, ha sido perjudicial para ella porque se produce el efecto de división de votos como le sucedió a Julianne Moore o Sigourney Weaver. Por lo que era un riesgo que mejor evitar, aunque eso no le impidió alzarse con dos Globos de Oros. El otro se lo otorgaron por una película ignorada por la Academia, Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008).
Era la sexta nominación de Kate Winslet y se palpaba en el ambiente que esta vez el Oscar era para ella, fuesen como fuesen las nominaciones. Un reconocimiento que por fin le ha llegado a una de las mejores actrices de la actualidad.
Seguramente si su papel en El lector (The Reader, Stephen Daldry,2008) se hubiese determinado como papel de reparto, seguramente Meryl Streep se hubiese podido alzar con el Oscar a mejor actriz, repitiendo lo mismo que sucedió en los Screen Actors Awards. Y es que la última vez que ganó el Oscar queda lejos, aunque con su ritmo imparable nadie duda que seguirá cosechando nominaciones y seguramente el tercer Oscar no le tardará en caer.
Me hubiese gustado más un palmarés así dejando fuera a Penélope Cruz (Vicky Cristina Barcelona, Woody Allen, 2008) que ha demostrado trabajar duro en la campaña de promoción de los oscars pero su calidad interpretativa queda lejos de Meryl Streep o Kate Winslet. Su premio responde una vez más a premiar a actrices más preocupadas en ser estrellas que actrices de verdad, como fue el caso de Reese Whiterspoon o Julia Roberts. Una demostración palpable de que ganar un oscar es un trabajo previo de promoción bien respaldado por gente influyente en Hollywood. Y es que como bien sabemos Harvey Weinstein lucha por dar oscars a sus actores y/o actrices para así obtener la fidelidad de ellos para futuros proyectos suyos. Todo entra en la lógica de la operación comercial que son los Oscars.