Algo más que un puñado de dólares

Hasta que llegó su hora

C'era una volta il West, Sergio Leone. Italia - EUA, 1968

Por Joaquín Juan Penalva

Cartel de la película Hasta que llegó su horaSergio Leone es uno de esos directores que, con apenas media docena de películas, ha entrado de lleno en la Historia del Cine. Si exceptuamos su participación en algún que otro peplum en los que trabaja en calidad de codirector, como Los últimos días de Pompeya (Gli ultimi giorni di Pompei, Mario Bonnard, 1959) o Sodoma y Gomorra (Sodom and Gomorrah, Robert Aldrich, 1962), y El coloso de Rodas (Il colosso di Rodi, 1961), que firmó en solitario, su filmografía se centra fundamentalmente en dos famosas trilogías, la Trilogía Dólar y la Trilogía de América. La primera incluye tres títulos de referencia de los westerns rodados en Almería, Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964), La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965) y El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), mientras que la segunda reúne la genial Hasta que llegó su hora (C'era una volta il West, 1968), la mediocre Agáchate, maldito (Giù la testa, 1971) y la crepuscular Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984). Con su primera trilogía, recibió el aplauso unánime del público; con su última película, conquistó a la crítica, pero quizás sea necesario prestarle atención a la cinta que inauguraba su segunda trilogía, una obra maestra casi involuntaria.

Charles Bronson en Hasta que llegó su horaEl propio Leone consideraba Érase una vez en América su mejor película, y a ella le dedicó muchos años y esfuerzos. De hecho, esa era la película que quería haber rodado después de El bueno, el feo y el malo, aunque sus productores americanos, afortunadamente, le obligaron a filmar un nuevo western, y así es como nació el proyecto de Hasta que llegó su hora, un título que asumió con cierta desgana, no como fin en sí mismo, sino como medio para alcanzar su sueño como director. El resultado, no obstante, es magnífico, y, aunque no logró el éxito de público de sus westerns anteriores -salvo en Francia, donde la película arrasó-, poco a poco se ha ido convirtiendo en un título de referencia, no solo dentro del género, sino del cine en general.

Fotograma de Hasta que llegó su horaHasta que llegó su hora es una película redonda, sin fisuras, que cierra perfectamente la Trilogía Dólar -es casi su certificado de defunción- e inaugura una trilogía sobre la Historia de América, forjada a golpe de ambición y de violencia. La llegada del ferrocarril al Salvaje Oeste supone el fin de una época y la desaparición de una raza de hombres que ya no tienen sitio en ese nuevo mundo, donde el dinero se ha convertido en un arma mucho más peligrosa y efectiva que un revólver. Hasta que llegó su hora no es solo una danza de la muerte o una ópera de violencia, como tantas veces se ha afirmado, sino también un pequeño universo en miniatura y, sobre todo, una auténtica antología -o pastiche, según se mire- de los mejores momentos del western. No es casualidad que en la elaboración del guion participaran dos genios de la talla de Bernardo Bertolucci y Dario Argento, lo que explicaría las múltiples referencias cinematográficas. Tampoco deben extrañarnos las similitudes que encontramos entre el cine de Leone y el de Tarantino. Se trata, al cabo, de cine hecho fundamentalmente de cine, y, entre los títulos homenajeados, podemos citar, entre otros, La diligencia (Stagecoach, John Ford, 1939), Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), Raíces profundas (Shane, George Stevens, 1953), Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) o Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956).

C'era una volta il WestLa película de Leone tiene uno de los comienzos más demorados de la Historia del Cine, con un prólogo casi interminable que adopta la forma de una auténtica obertura fílmica, y todo ello para ofrecer al espectador los títulos de crédito y la presentación de uno de los personajes principales. En la estación de Cattle Corner, tres pistoleros aguardan la llegada del tren, del que bajará un hombre que, en lugar de hablar, prefiere tocar la armónica. Esa secuencia es un claro homenaje a Solo ante el peligro, como lo es el nombre del villano de la función, Frank -en alusión a Frank Miller, interpretado por Ian MacDonald en la película de Zinnemann-. Aunque esos tres pistoleros los interpretan tres secundarios de lujo (Woody Strode, Jack Elam y Al Mulock), lo que a Leone realmente le hubiera gustado es que fueran encarnados nada más y nada menos que por Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, para subrayar todavía más el fin de toda una estirpe de vaqueros. Eastwood no aceptó y privó al cine de una de las mejores autoparodias que jamás se hubieran filmado.

Hasta que llegó su hora, críticaPero la deconstrucción que practica Leone sobre el western clásico no acaba aquí. Tras los títulos de crédito, poco después de que el personaje interpretado por Charles Bronson liquide a los tres pistoleros, conocemos a Frank, un villano ambicioso y sin escrúpulos que acaba de masacrar a una familia entera a sangre fría. Cuando la cámara gira sobre el rostro de Frank descubrimos a Henry Fonda en su primer papel de malvado. El público no estaba preparado para ver cómo Wyatt Earp descerrajaba un tiro sobre la cara de un niño. Y esto es solo el principio, los primeros veinte minutos de una cinta que sobrepasa las dos horas y media. Aún hemos de conocer a Jill (Claudia Cardinale), una prostituta de lujo que se casó por amor, a Cheyenne (Jason Robards), un bandido romántico, y a Morton (Gabriele Ferzetti), un implacable hombre de negocios que quiere llevar su ferrocarril hasta el Pacífico.

Imagen de C'era una volta il WestSi hay algo que hermana a las obras maestras de todos los tiempos es que, en cierto modo, resumen el mundo, pero también lo inauguran. Y eso es precisamente lo que ocurre en Hasta que llegó su hora. Hay en esta película un universo en miniatura, que perdurará en nuestra memoria de forma indeleble; de ello se han encargado las magníficas interpretaciones de todo el reparto, pero también la inolvidable partitura de Ennio Morricone y la espectacular fotografía de Tonino Delli Colli, que, aunque rodó algunas escenas en el Monument Valley, filmó el grueso del metraje entre Tabernas y La Calahorra.

No deja de resultar paradójico que sea un italiano que rueda en Almería quien nos enseñe cómo desapareció el Viejo Oeste, pero así es el cine, y, entre el verdadero Oeste y el de las películas, siempre elegiremos el segundo. 

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