Estaba atenta a cada respuesta de Roque, a cada uno de sus gestos. Miré el reloj, sabía que se acercaba el final. Roque debía responder una pregunta, si daba la respuesta equivocada, por lo menos para mí, todo se hubiese desmoronado. Eso pensé mientras las luces se encendían. Porque no terminaba de ver una nueva historia de ficción, de esas que no podemos ubicar en ningún lado. Al contrario, vi una ficción que responde y se ubica dentro de la coyuntura política actual de la Argentina. Una historia representativa y aggiornada a un presente con el que dialoga.
El bien llamado "nuevo cine argentino", hecho por jóvenes realizadores, como lo es, en este caso, Santiago Mitre, empezó por allá en los noventa y no se caracterizó por echar una mirada sobre los procesos políticos que nos atravesaron y atraviesan a los argentinos. Lejos estuvo de tener un carácter revisionista o crítico, salvo las realizaciones de Caetano y, más superficialmente, las de Trapero. Un tema que parecía no llamar la atención de nadie. Como si "cine y política" fuese una cátedra teórica sin praxis, un lugar deshabitado o tratado a pinceladas. Esta vez, Mitre se atreve y logra un propio y renovador espacio, apostando a ese desafío de llevar las cosas a la práctica. Un estreno que, como otros, no puede separarse ni pensarse ajeno al presente. Nunca más oportuno, porque El estudiante es fruto, reflejo y parte de un momento donde se ponen en juego nuevos paradigmas: el debate sobre la militancia, la creciente participación política de una nueva generación de jóvenes como en los setenta, la revisión de un pasado adeudado y la importancia dada a la memoria, tan sólo para señalar algunos aspectos.
Desde la Provincia de Buenos Aires, Roque Espinoza llega a la gran ciudad para ingresar a la Universidad de Buenos Aires, con la inexperiencia del novato y el interés del curioso. Se abre camino hacia un nuevo universo, hasta ahora, desconocido. Allí encara, sin grandes aspiraciones, alguna carrera orientada a lo social. Sin embargo, hay algo en el clima universitario que lo despabila. Un tiempo para despertar y sostener el interés por la política como forma de vida. Sin más, y sin proponérselo, empieza a observar, a contactarse con chicas, especialmente con Valeria (una muy natural Valeria Correa), también se contacta con los grandes líderes y escucha a los voceros estudiantiles, hasta alcanzar la militancia en una de las agrupaciones de la facultad. A partir de esos puntos de partida, se construye un relato de iniciación, orientado a repensar determinadas cuestiones sobre la política universitaria, vista y tomada como reflejo de la política del país.
Rodada durante siete meses en la Facultad de Ciencias Sociales, con un equipo reducido, su protagonista, Roque Espinoza, en una destacada interpretación de Esteban Lamothe, es así definido por su director: "él no es brillante, tiene carisma y cierta habilidad para levantarse chicas; se va metiendo en el mundo de la militancia por una profesora y un viejo militante alfonsinista".
La proximidad de los planos, la cámara en mano y los encuadres cerrados habilitan una participación testimonial del espectador en la Universidad, caminando en los pasillos, siendo parte de las clases, dentro de la mirada de Roque. Las imágenes se colman de afiches y banderas; graffitis en las paredes; charlas de café, donde se consuman debates enfervorizados; la inestable convivencia en las cátedras; la tensión palpable de los cuadros políticos; los distintos partidos y la disputa de los espacios de poder. La cámara registra con una fluidez permanente cada uno de estos escenarios. Los primeros planos parecen consumirlo todo, con la misma avidez con la que Roque desea conocer y experimentarlo todo. Pasar de observador a partícipe. Y en eso, el personaje, si bien muestra cierta ingenuidad (aprovechada por los más experimentados) va siempre al frente, tiene la tolerancia del militante que por cansancio te convence sin pelear. Apela a la seducción heredada de su padre para insertarse en un espacio reñido, el de la cama y el de la política.
La voz en off, se escucha cada tanto, funciona como una suerte de separador de secuencias, no muy claro, ni tampoco aporta demasiada información sobre las acciones de Roque. Se sobreentiende. Su personaje también carga con algunas acciones un tanto inverosímiles para llevar a cabo. Sin embargo, y bajo éstas premisas, se logra generar un clima que traspira la efervescencia estudiantil dispuesta a no ser silenciada.
La otra protagonista, es Paula (Romina Paula), la profesora de quien Roque se enamora. Ella representa, estética y formalmente, a la militante de los setenta. Desde la belleza de su rostro, hasta su corte de pelo, pasando por su carácter combativo y una alta cuota de intelectualidad, lo que resulta una candidata perfecta. Ella le presentará a Alberto Acevedo (Ricardo Félix), un cincuentón y curtido político que forma cuadros desde su cátedra, en instancias electorales para el cargo de Rector. A Roque le enseñará a moverse y éste se nutrirá de sus códigos. La diferencia radica en que Acevedo representa la vieja política cargada de vicios. Él mismo es un personaje estereotipado. De forma contraria, y a pesar de ayudarlo, Paula y Roque representan, como voceros, los nuevos paradigmas sobre los que hice referencia.
Santiago Mitre, guionista de los filmes Leonera y Carancho, de Pablo Trapero, debuta solo como director -ya que anteriormente codirigió El amor (primera parte)- en un film que intenta documentar los aspectos más aguerridos del manejo político universitario, en relación y como espejo de la realidad política. Y sobre ello, el guión apela a una exigua revisión de ciertos pasajes y personajes históricos, como Lisandro de la Torre, Perón y los Montoneros, Alfonsín, Menem, y otros momentos que tienden a mostrar y/o resaltar los aspectos más negativos de la política: la puja por el poder, la traición, los negociados, las alianzas; aspectos que, si bien sabemos reales y universales, dejarían un panorama poco esperanzador a las futuras generaciones y contarían más de lo mismo. Sin embargo, a medida que el relato avanza, esa sensación, incómoda y de poca perspectiva hacia el futuro, se revierte de manera acertada.
El estudiante fue seleccionada para la 13ª Competencia Oficial Internacional del Bafici , por la que obtuvo el Premio del Público, Premio ADF a la mejor Fotografía y Premio FEISAL. Bien aceptada por la crítica local, Santiago Mitre supo renovar con talento las tendencias del "nuevo del cine argentino".
Finalmente, la película logra una mirada optimista (¡qué bien nos hace!) sobre y en relación a los jóvenes como exponentes y gestores del actual proceso político y social. De un proceso, del que ya no son ajenos, porque saben, a partir del compromiso y del diálogo histórico, reconocer y enmendar las grietas de sus aristas.
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