A la caza

No habrá paz para los malvados

Enrique Urbizu. España, 2011

Por Manu Argüelles

No habrá paz para los malvadosEnrique Urbizu viene con ímpetu dispuesto a romper uno de los complejos acentuados del cine español. Si podemos afirmar que vivimos una jubilosa revitalización del cine fantástico, gracias a la apuesta decidida de un buen grupo de realizadores, ¿qué sucede con el cine negro? Tenemos un precedente inmediato que aunó comercialidad e inteligencia y que ojalá haya sido síntoma de haber abierto una brecha necesaria, en aras de una sana y necesaria diversificación del panorama patrio. Hablamos, claro, del excelente thriller carcelario, Celda 211 (Daniel Monzón, 2009). Es posible que gracias a esa rendija haya podido por fin materializar un proyecto sobre el que llevaba trabajando desde hace muchos años (casual o no, Tele 5 participa en la producción de ambos largometrajes). En todo caso, sea por el motivo que sea, No habrá paz para los malvados clava con contundencia una pica en un páramo. Celebramos con entusiasmo que el realizador vasco haya procedido a la exhumación de lo que parecía un cadáver exquisito, trayendo desde las catacumbas la tradición histórica del cine policíaco español de los años 50 y 60.

No habrá paz para los malvadosSi recordamos la notable La caja 507 (2002), y si no les obligo a que la rescaten, ésta ya fue un primer disparo certero que contó con una provechosa colaboración artística entre el mismo actor (José Coronado) y cineasta. Aunque vista hoy, sin desmerecerla en absoluto, sino al contrario, como cristalina prueba de la potente evolución artística de ambos, nos parece casi como un banco de pruebas, un riguroso y certero ensayo dentro del thriller criminal en nuestros días, que con No habrá paz para los malvados llega a la suma excelencia.

Entrando en materia, la obra de Urbizu es un consistente trabajo narrado con gran estilo, notable fluidez y endiablada capacidad magnética, que se sirve del policíaco como instrumento para ofrecer una forma de ver el mundo y proceder con ella a una indagación de problemáticas  del tejido social contemporáneo, con el 11-M como base real que materialice la ficción. Para ello, Urbizu no permite que su apuesta genérica le emborrone su óptica de un realismo en bruto. Santos Trinidad (un sublime José Coronado) le permite explorar un Madrid sórdido y lacerante, un espacioNo habrá paz para los malvados en plena descomposición. Con él entramos de lleno en la corriente de los policías expeditivos, instaurada por Don Siegel de la mano de Clint Eastwood con La jungla humana (Coogan's Bluff 1967) y plenamente cristalizada a través del patrón que instaura Harry el sucio (Dirty Harry, 1971). No es casual que nos lo presente jugando en un pinball, donde tres sombreros de cowboys le dan premio, para que después la cámara lo recorra, sin que le veamos la cara en ningún momento, deteniéndose en las botas camperas que calza. Con pleno conocimiento, director y actor, saben perfectamente que la corriente setentera de los justicieros vengadores no era más que una superposición urbana de los códices del western. Por lo que es perfectamente lógico que Santos Trinidad integre esa liturgia en su personaje, mediante los andares, los gestos y la posición dentro del plano. Como ellos, se define más por los actos que por las palabras, parco con ellas y utilizadas como si fuesen disparos. Al fin y al cabo, cuando vemos a Santos apoltronado en un sofá de su casa con una pistola que le cuelga del dedo, el travelling de aproximación, que finalizará para detenerse en el revólver, actúa como potente imagen icónica para definirlo, ya que la misma gramática se utiliza como inicio y cierre del film.

No habrá paz para los malvadosAhora bien, Santos Trinidad no se simplifica con una relectura ingenua de estos parámetros asentados por el cine criminal de los años 70, porque es un personaje que implica la decadencia y deformidad del arquetipo como ya lo fue Gran Torino (2008) para el mismo Clint Eastwood. Por ello Urbizu opta por la carga cínica antes que por la nihilista, en cuanto no hay una sumisión fiel al modelo. Al contrario, ese policía desaliñado, feroz, sarcástico, tremendamente amoral, y desinteresado con su actividad policial, está perfilado desde una embestida crítica que lo convierte en un símbolo de un pasado putrefacto que todavía da sus últimos coletazos en el seno de las fuerzas policiales. Es un dinosaurio condenado a la extinción y por ello, por encima de todo, es un dead man walking a la manera europea, o al también europeizado Lee Marvin de A quemarropa (Point black, 1967), film que es explícitamente recordado en la secuencia que sucede en el túnel exterior de la estación de tren donde Santos es apuñalado, ya que su puesta en escena nos trae a la memoria esos lugares estilizados y oníricos del film de Boorman.  Por ello, siempre vagará por el film como un fantasma, siempre al borde del precipicio (no es casual que su colocación espacial natural en los planos sea en los extremos del marco), evidenciando una tensa expresividad corporal fruto de la violencia interiorizada que le arde en su seno.

Habrán podido adivinar, como ya lo era La caja 507, que No habrá paz para los malvados es un film de caza sinNo habrá paz para los malvados cuartel, y como tal, tiene una importancia capital la distancia entre los cuerpos. Para ello, magistralmente Urbizu emplea una calculada planificación y una milimétrica composición visual que gana un dinamismo febril mediante el cambio focal interno dentro del plano, dotándole de una cinética muy orgánica y con pleno nervio. Pero por si fuera poco, el film condensa en su seno la línea fílmica llamada police procedure, a través de la ruta paralela de las investigaciones criminales de la jueza Chacón (precisa Helena Miquel), que cualquiera duda que un juez no sea así en su actividad profesional, tal es la convicción y meticulosidad con la que se la describe. La jueza se sitúa en las antípodas de Santos en su búsqueda de justicia, aunque ambos se complementan en la denuncia que el film realiza a la farragosa burocracia policial que obstaculiza la resolución del caso (esa memorable frase que espeta cuando no se encuentra un expediente: ¿Es que ustedes no se hablan?). Además, ambos presentan la misma tenacidad y claridad de ideas en su empresa. Uno insertado en la violencia y en el cuerpo social putrefacto, la otra desde la vía administrativa y desde la quirúrgica distancia. Por ello, la puesta en escena que la acompaña opta por el plano de líneas firmes, una matemática serena y sobria, que contrasta con los colores fuertes y las expresiones abruptas del entorno de Santos.

Cruelmente ignorada en el palmarés del Festival de San Sebastián, No habrá paz para los malvados es un film de una solidez poco habitual en terreno patrio, que habla de tú a tú con cualquier obra magna del género. Cuenta con un guión de hierro, unas interpretaciones de órdago, lo de Coronado es sobrenatural, una dirección cum laude, un ritmo vibrante y un estilo visual donde cada plano evidencia la profunda interrogación a la que ha sido sometido. ¿Alguien quiere más?

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