El cine independiente y/o de bajo presupuesto también tiene sus estrategias publicitarias para adquirir resonancia y alcanzar un progresivo número de púbico. En ese sentido, la Nouvelle vague ya dio sus enseñanzas al respecto. Para alcanzar cierta difusión en canales de distribución alternativos no hay nada mejor que inventarse etiquetas que sirvan como un calificativo con suficiente gancho para denominar a determinadas tendencias. La historia siempre es la misma. Primero los partícipes hacen gala de ello, los medios especializados amplifican y los festivales se afanan en seleccionar películas bajo ese rótulo. Hasta que un buen día todo se acaba extinguiendo, una vez que las energías de los realizadores deciden individualizarse y despojarse de algo que acaba resultando una losa. Una vez que son tentados por la industria, se acabó lo que se daba. Veremos hacia dónde lleva esto del mumblecore, término del que se ha servido para delimitar un flujo que corre en el cine independiente norteamericano, una vez que entramos en el siglo XXI. Así, estos lobeznos del cine independiente norteamericano tienen como padre espiritual a John Cassavetes, como modelo ético y estético a seguir. Si concebimos el opuesto absoluto del blockbuster tendremos las señas de la receta que aplican a su cine. Bajo coste que alardea de escasos medios (con poco te hago un film), amateur impostado, planos secuencias sostenidos frente a la obsesión por el ritmo, tramas mínimas y centradas en aspectos intimistas y relacionales, actores no profesionales, etc. Es posible que estemos ante un nuevo intento de rescatar el bosquejo del cine indie de los noventa, antes de ser devorado por las majors. Eso pensé cuando vi la también muy divertida Humpday (Lynn Shelton, 2009).
Cold weather, a la que perfectamente se puede aplicar las constantes del mumblecore, certifica el talento del realizador. Por lo que está llamado a ser reclamado por las filiales independientes de las majors (si es que sobrevive alguna), tal como les ha pasado a los hermanos Duplass con Cyrus (2010), producida por FOX Searchlight, otros de los nombres asociados a esta mini corriente. También puedo asegurar, que mientras disfrutaba de su visionado, sentía el feeling de las buenas sensaciones del primigenio Hal Hartley. O podía acordarme del Woody Allen de Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993) para dibujar la forma orgánica que tiene Cold weather de procesar un espíritu lúdico. En todo caso, que todo lo mencionado no induzca a error, porque no es nada referencial. Si quieren, puede considerarlo deformación profesional. Ya que es una película muy sencilla (que no simple), tremendamente limpia (en todos los aspectos) y muy humilde. Casi nos transmite la misma ingenuidad que transpiran sus propios protagonistas, por lo que es muy fácil encariñarse con ella.
Su primera mitad describe muy bien la vida anodina de los dos hermanos protagonistas. Gracias a una puesta en escena que camufla su planificación, como si todo lo que aparece en el plano estuviese de forma casual en la imagen, se consigue un naturalismo que nos hace adentrarnos muy fácilmente en una elegía de lo minúsculo y de las pequeñas cosas. Siempre sotto voce, porque la sutilidad es la contramaestre del barco. Por ello, parece que la cámara no muestra apego por lo que filma, como si estuviésemos de pasada en un lugar donde no merece prestar atención a nada de lo que vemos. Algo que es igual de extensible a cómo se procesan los personajes en el espacio diegético. Sin énfasis alguno, sin afear pero tampoco sin estilizar, un punto neutro camuflado de donde se percibe un elaborado trabajo que se afana en esconder sus gestos. Ello es especialmente perceptible desde su arranque, cuando los dos hermanos se instalan en un nuevo piso. Ese lugar a medio hacer, que todavía no ha podido adquirir signos de propiedad, será una buena metonimia para caracterizar a la ciudad en la que viven, Portland, un espacio urbano idóneo para pulsar la extrañeza de los personajes en su entorno. Las pocas localizaciones en exteriores sirven además para caracterizar la atonía en la que viven. Porque parecen sentirse en un laissez faire continuo, como un resignado abatimiento ante su monocroma existencia. Katz es muy hábil en la forma de establecer las correspondencias entre hermanos. Mientras que a Doug, con sus estudios en criminología, no le parece perturbar en absoluto trabajar en una fábrica de hielo, a pesar de lo que opine su hermana cuando acepta el humilde trabajo; a Gail, en cambio, no le preocupa su larga permanencia sin relaciones afectivas, a diferencia de Doug, que continua extrañando a su ex novia. Entre ellos estará Carlos, el compañero de trabajo de Doug, que rompe la imagen estereotipada del latino inmigrante de baja clase social sin aspiraciones. Porque, aparte de trabajar allí, se revela como un entusiasta y aplicado disc-jockey por las noches. Él actuará como catalizador de la energía que necesitan los dos hermanos, especialmente Doug. Y ello les llevará a la divertidísima segunda mitad, donde jugarán a ser detectives, a la manera del admirado Sherlock Holmes de Doug, ante la misteriosa desaparición de su ex novia.
Aquí es cuando Cold weather se salta su eje, diluyendo entre el patrón indie las premisas genéricas de cine de entretenimiento de misterio. Estos investigadores amateurs bien pueden leerse en clave metalingüística de lo que es el propio oficio de Katz. Pero lo enternecedor del caso, es que esta gramática auto reflexiva sobre el tipo de film que se crea, no lleva consigo nada de artificiosidad. El estatuto del film se mantiene intacto y el espíritu mumblecore con esta digresión no sufre alteración alguna. No es casual que todo parezca inventado por los protagonistas (que realmente no exista tal desaparición como ellos creen), como si en realidad todo fuese provocado para sentirse partícipes de su propia vida. Fabricarse una excitación porque precisamente carecen de ella. De la misma manera, el suspense tiene un final aporético, porque este componente detectivesco (el famoso macguffin hitchcokniano) delata su propio disfraz en el seno del film. Poco importa su resolución, porque de lo que se trata es de jugar. Sentirlo, creerlo y hacerlo, toda una filosofía del cine de bajo coste.
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