La época del descubrimiento

El último verano de la Boyita

Julia Somolonoff, Argentina-España, 2009

Por Manu Argüelles

La Boyita es una caravana derruida que guarda herrumbre en un patio trasero.  Pero su referencia es plenamente simbólica, como El último verano de la Boyitametáfora de un pasado al que la directora parece haberle sacado el polvo para evocarlo por la vía del intimismo. La segunda película de Julia Solomonoff se alza como un pequeño western sentimental donde los cowboys de antaño dan paso a una polilla que se convierte en mariposa, eso sí, a lomos de un caballo. Ese estadio larvario que está a punto de romperse es el momento en el que se planta la directora para narrarnos un verano indeterminado de los años 80, en una llanura filmada con evidentes señas hagiográficas. Planos expansivos para captar la inmensidad del paisaje natural, ya que la nostalgia siempre engrandece los parajes que dieron abrigo a nuestra infancia.

La sexualidad femenina desde un punto fisiológico está omnipresente mediante el autoconocimiento y la exploración de un cuerpo que muta y da paso a la construcción de una identidad constituida por el género. Pero, ¿qué sucede cuando esos trazos definitorios no quedan tan claros? Ese es el misterio al que seremos conducidos desde la mirada de Jorgelina. Descubrirse a sí mismo, a través de la experiencia con nuestro propio cuerpo. Así nos damos como seres sexuales y así arranca el film. Porque a ella todo eso no le interesa, más bien le repulsa, aunque no quita que tenga una curiosidad natural por aquello por lo que su físico tendrá que pasar. Su hermana mayor se comporta de forma impertinente desde que es mujer, y a Jorgelina le gustaría demorarlo para no perder la magia de la luz efusiva del verano. Se resiste a perder la felicidad de la niñez a costa de la feminidad. Si bien, ese conocimiento dará paso a otro mucho más importante y que se dará cita cuando Mario entre en la acción.

El último verano de la BoyitaCuando un relato adquiere claras señales autobiográficas y gravita en torno a  la infancia, el niño suele constituirse como eje para mostrarnos el mundo adulto desde una perspectiva diferente. La niñez como alteridad. Así sucedía en El año que mis padres se fueron de vacaciones (O ano em que meus pais saíram de férias, Cao Hamburger, 2006), Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1996) o Adiós muchachos (Au revoir les enfants, Louis Malle, 1987). La ternura, la delicadeza y ese punto de amargura, que rompe la inocencia y preconiza la entrada al mundo adulto, siempre está presente. En eso, la sensibilidad femenina que conduce el film, que no se puede ni se debe circunscribir al hecho de que la directora sea mujer, coincide. Pero en cambio, El último verano de la Boyita desplaza su proyección singular. Porque los ojos de Jorgelina no nos van a servir como puerta al entorno que le rodea (también, pero colateralmente), sino que van a permitirnos acercarnos a Mario, la diferencia en su grado más extremo, dada la excepcionalidad del intergénero[1]. Se agradece la sutilidad, consideración y fineza con la que Julia Solomonoff se acerca a la diferencia del Otro. Y evidencia una gran capacidad de concisión e inteligencia, ya que es extremadamente sintética al mostrarnos cómo los adultos manejan el hecho de que Mario no sea un chico como los demás. La brevedad justificada, porque no es lo que le interesa, como decimos. Los niños son auténticos y verdaderos protagonistas. A ellos se debe el film. No son trampolines para retratarnos un mundo que no es el suyo, sino que tienen valor por sí mismos. En cuatro secuencias breves, una para cada padre y madre, nos permitirá comprobar cómo los padres de Jorgelina y Mario se enfrentarán ante la excepcionalidad descubierta. En el lado femenino, desde su polaridad, tendremos el amor resignado de la madre de Mario, que aunque niega aquello que cuesta reconocer, al final lo acepta. La madre de Jorgelina, en cambio, servirá para mostrarnos la reacción en forma de cotilleo frívolo. Y el hombre, en las dos caras de la moneda, se plasmará desde el punto de vista científico (el padre de Jorgelina) y la violencia irracional (el padre de Mario). Como decimos, ya tenemos una panorámica exacta de las distintas actitudes que pueden darse en la construcción social en torno al Otro.

Cuando al final, la hermana mayor le pregunta a nuestra protagonista qué le ha pasado en el campo, Jorgelina, que al principio del filmEl último verano de la Boyita encontraba ridículo que su hermana le exigiese privacidad para ir al lavabo, ahora le responde con un certero: Es un asunto privado. Esa sencilla frase sirve como resumen de la entrega incondicional y amor sincero de Jorgelina hacia Mario. Pero además, en El último verano de la Boyita, Somolonoff nos dice que dejó de ser niña al descubrir lo que significa la palabra respeto. Es cierto que la imagen del Otro se sigue construyendo desde la cultura dominante (Mario adquiere significado como reflejo del interior de Jorgelina), pero pocas veces, desde este lado del río, seremos testigos del tacto con el que Somolonoff edifica dicha fabricación.



[1] Nada que ver con otro reciente acercamiento cinematográfico también desde Argentina, XXY de Lucía Puenzo (2007), éste último con un tono de azul tormenta más abigarrado y un tanto extremo. Quizás, en otra ocasión, podamos ocuparnos también del film de Lucía Puenzo.


Festival y galardones:

BAFICI 2009. Competencia. Selección Oficial Internacional.

Festival de Málaga 2010. Sección Cine Latinoamericano.

Ficha técnica:

El último verano de la Boyita, Argentina-España, 2009

Dirección: Julia Solomonoff
Producción: Maria Teresa Arida, Pepe Salvia, Lucia Seabra, Julia Solomonoff, Agustín Almodóvar
Guión: Julia Solomonoff
Fotografía: Lucio Bonelli, Julia Solomonoff
Montaje: Rosario Suárez, Andrés Tambornino
Música: Sebastián Escofett
Interpretación: Guadalupe Alonso, Gabo Correa, María Clara Merendino, Mirella Pascual, Guillermo Pfening, Silvia Tavcar, Nicolás Treise

 

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