Del desnudo real, a la realidad del cuerpo tapado
En los albores del cine, las primeras historias cinematográficas comienzan a inundar las pantallas en las nacientes salas de cine, barracas de feria, carpas del circo, cafés de bulevares, y cualquier lugar dónde improvisadamente se proyectara una película, adueñándose por completo de ese gran público que buscaba un poco de distracción. Así desde el escandaloso primer plano de May Irwin y John C. Rice besándose en la gran pantalla (The Kiss, T.A. Edison y G.W. Dickson, 1896), pasando por el primer striptease de Louise Willy en Le Coucher de la Marie ("Léar"-Albert Kirchner, 1896), hasta el desnudo integral de Audrey Munson en Inspiration (George Foster Platt, 1915), la representación erótica tomó su lugar en la ficción cinematográfica como el sexo en nuestra existencia.
Paralelamente a estas primeras ficciones se corporizan las primeras fantasías sexuales en la pantalla, la Pathé Frere y la Biograph, a ambos lados del Atlántico, producen un género erótico o de "mirones", cortometrajes dirigidos exclusivamente a hombres. Le siguen las primeras ficciones de contenido sexual explícito como la francesa L'Écu d'Or ou la Bonne Auberge (1908) y la argentina Sartorio (fechada entre 1907 y 1912). Sin embargo, estas obras son exhibidas ante un público restringido, pudiente, en los salones de exclusivos domicilios o en elegantes burdeles que se permitían este lujo para sus clientes. Estableciéndose una mirada y un placer masculino, mientras que el objeto del deseo es femenino. Así las pautas morales de la sociedad industrial dan paso a una censura social y estatal, que demarcan las obras de los primeros realizadores que abordan la sexualidad humana, sea implícita o explícita. Quedando la primera para la exhibición en el ámbito público, mientras que la segunda es relegada al ámbito privado.
En la década de los veinte del pasado siglo, España se incorpora a esta corriente de doble moralidad con el trabajo de la productora Royal Film de los hermanos Ricardo y Ramón Baños, de Barcelona, que realizan obras cinematográficas por encargo de su acomodada clientela, dentro de la cual se encontraba el Rey Alfonso XIII, quién al parecer sugería los argumentos y locaciones de sus pedidos. Estas obras se exhibían en los domicilios de la alta burguesía citadina, así como en los burdeles que frecuentaban esta clase social. Sin embargo este tipo de producción quedó como un hito aislado, ya que no tuvo el relevo ni continuidad en el tiempo de otros realizadores, y la mayor parte de las películas fueron destruidas durante la Guerra Civil y el Gobierno de Franco. Actualmente se conservan tres, de un estimado de cincuenta, como testimonio de este primer porno español: Consultorio de señoras, El ministro y El confesor.
Así, mientras la alta burguesía lleva décadas disfrutando de las representaciones sexuales más increíbles, para el gran público el sexo y toda representación erótica en la pantalla era un tabú, por lo que se tuvo que esperar hasta 1942 cuando Mercedes Vecino protagonizó el primer beso del cine español junto al actor Armando Calvo en El pobre Rico (Ignacio F. Iquino, 1942).
Paradójicamente, para ese entonces la censura franquista ya estaba imperando junto al doblaje en castellano de cualquier película extranjera.
Por otra parte, el resto del mundo disfrutaba contemplando a María Félix que se besaba apasionadamente con Arturo de Córdova en La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947), a Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann, 1953) protagonizando una de las secuencias de más alto contenido erótico de la historia del cine, a Sophia Loren que le brindaba a Marcello Mastroianni un inolvidable striptease en Ayer, hoy y mañana (Vittorio de Sica, 1963), y a Brigitte Bardot y Jane Fonda que se mostraban tal como vinieron al mundo, en El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963) y Barbarella (Roger Vadim, 1968), respectivamente. Entre tanto, en España, desde 1937 en plena Guerra Civil hasta noviembre de 1977, momento en que fue suprimida por decreto bajo el mandato de Adolfo Suárez, toda la producción cinematográfica destinada a la exhibición debía tener la aprobación de los censores, los guardianes de la moral y las buenas costumbres del nacionalcatolicismo. Así, como ejemplos emblemáticos, Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959) se prohibió porque se consideraba que favorecía la homosexualidad, y Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) superó este duro filtro llegando a la pantalla con el "corte final de la censura": sin los planos del desnudo en la ducha de Janet Leigh al momento de su asesinato.
Por tanto, para superar el listón del erotismo con beso de Mercedes Vecino, hubo que esperar hasta 1969, que Elisa Ramírez enseñara fugazmente su pecho desnudo, aunque tamizado por un velo, en La Celestina (César F. Ardavín). Cerrando así la década que sacudió al mundo con la revolución sexual en medio de la más grande sequía de la representación erótica en la pantalla española.
El landismo
La década de los setenta será más benevolente y traerá a la gran pantalla, dentro de comedia comercial de la "españolada", ese retrato estereotipado del carácter español acentuadamente machista, el primer punto de partida del "destape", como un espacio urgente de visibilidad sexual, con No desearás al vecino del 5º (Ramón Fernández, 1970), o las primeras señas de que el cuerpo existía bajo la ropa y que la sexualidad también formaba parte de nuestro ser. La película primero tuvo que pasar la dura censura del guión y, posteriormente, la de la exhibición, para finalmente poder mostrar media docena de sujetadores, igual cantidad de besos, cuatro chicas en bikini, a Alfredo Landa y Jean Sorel con el torso desnudo y luciendo fugazmente unos calzoncillos blancos, y a una Ira de Furstenberg vestida provocativamente pero que no pudo soltar prenda alguna. Un saldo absolutamente exiguo para los tiempos que corrían en el planeta, y ridículo para los tiempos de hoy, pero demasiado para casi cuatro décadas de represión sexual interna.
Así Landa interpreta a un frustrado sastre de provincia que se hace pasar por amanerado modisto de señoras, para acceder a la acomodada clientela femenina sin el celo de sus maridos o padres. Una eficaz receta que le da a su amigo Jean Sorel, que interpreta a un joven y apuesto ginecólogo, para prosperar en su consulta médica. Esta conducta abiertamente homosexual, estereotipada en el amaneramiento de Landa, con peluca y perro caniche en brazos, es usada como una tapadera para permear una sociedad patriarcal y prosperar económicamente. Una impostura que les permite a la vez una ventaja social y que no acarrea ninguna condena legal, aunque nos encontremos en el momento histórico del tránsito entre la Ley de vagos y maleantes y la entrada en vigor de la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social.
Aquí la provinciana España representa el baluarte conservador de la sociedad, la represión necesaria, mientras que Madrid, la capital de la perversión, es el lugar de derrape para dar rienda suelta a una sexualidad exclusivamente masculina y heterosexual, con un cabaret siempre cercano, único lugar posible de interacción con el sexo opuesto, y con un tránsito ideal de azafatas y gitanas, extranjeras provocativas y liberadas que se contraponen con la virginal novia y la casta mujer de la España profunda, que se queda esperando en casa. La doble moral imperante tiene dos lugares para habitar cada una de sus partes.
No desearás al vecino del 5º estableció en su momento el récord de espectadores del cine español, superado posteriormente por Torrente 2, misión en Marbella (Santiago Segura, 2001), con lo que Alfredo Landa se instaló definitivamente en el "Landismo", ese género de comedias en las cuales el actor representaba el papel del español medio, reprimido, pícaro pero de pocas luces, rodeado por el azar de chicas ligeras de ropa. Los títulos hablan por sí solos: Aunque la hormona se vista de seda (Vicente Escrivá, 1971), Los días de Cabirio (1971, Fernando Merino), París bien vale una moza (Pedro Lazaga, 1972), Los novios de mi mujer (Ramón Fernández, 1972), Cuando el cuerno suena (Luis María Delgado, 1974), Dormir y ligar, todo es empezar (Mariano Ozores, 1975).
La comedia sexy-ibérica
El ambiente se empezó a relajar un poco cuando la revista Nuevo fotogramas sacó un número especial en el verano de 1971 titulado Iberia Bikini Show dónde estrellas del cine español como Lola Flores o Laura Valenzuela se dejaron retratar por primera vez en traje de baño, y el bikini dejó de ser una prenda exclusiva de suecas o extranjeras díscolas. Y en 1973 la argentina Perla Cristal, enseña su pecho desnudo en El chulo (Pedro Lazaga), siendo el primer destape femenino de la parte superior del cine español. Por otra parte los españoles descubren que al otro lado de la frontera las mujeres circulan libremente de bikini o minifalda, un sueño al alcance de la mano, donde las salas de cine exhiben películas llamadas "pornográficas", con sexo explícito, pero que también cualquier película de autor podía contener un par de escenas de ese calibre como El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972) o La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). Por lo que se desató una pasión cinéfila para emprender cruzadas a Francia con el único objetivo de ver lo último de la cinematografía mundial, y de paso ir a algún cabaret y conquistar a alguna extranjera, como bien lo retrata Lo verde empieza en los Pirineos (Vicente Escrivá, 1973), que continuando el landismo sin Landa, abre paso a la comedia sexy-ibérica que recrea el imaginario sexual del macho español.
Tres españoles, encarnados en José Luis López Vázquez, José Sacristán y Rafael Alonso, emprenden un viaje erótico de fin de semana desde la provincia hasta Biarritz. Así el eje provincia-Madrid cambia al de España-Francia, como antagonista al conservadurismo imperante. El traspasar esta frontera, física y moral, permite a nuestros protagonistas, españoles medios, y al espectador, confirmar la existencia de un mar de mujeres ligeras de ropa que circulan libre e independientemente. La imagen de estos tres españoles vestidos de traje en una concurrida playa de verano, son la viva estampa del provincianismo del cual proceden, un testimonio documental único.
Aquí aparece un personaje circunstancial, un juguete erótico, esos objetos que se empiezan a instalar en nuestra intimidad, la muñeca de goma o la muñeca hinchable. Si bien ya había hecho su aparición en No desearás al vecino del 5º, al ser adquirida por correo y con fines netamente médicos, aquí es comprada expresamente, pero con gran vergüenza, en un "sex shop" para cumplir su cometido original, ser auténticamente una mujer-objeto. Sin embargo ese mismo año tendrá su papel estelar con la producción francesa de Berlanga, Tamaño natural (1973), obra que por su argumento era imposible de rodar durante el franquismo y que será estrenada en España una vez se levantara la censura en 1977.
El destape femenino
Escrivá comienza a ceder el protagonismo masculino a manos femeninas con Zorrita Martínez (1975), al otorgar el papel protagónico a Nadiuska, una de las futuras musas del "destape", que interpreta a una hermosa venezolana artista de cabaret que para legalizar su situación en España debe casarse con un ventrílocuo moribundo, José Luis López Vázquez. Aunque desde un comienzo caiga en el saco de las "mujeres malas que fuman y hablan de tú a tú con los hombres", como bien lo deja sentado la animación introductoria de Summers, alejándola por completo de su análoga, el personaje de la rumbera latinoamericana de buen corazón. Así nos adentramos en la capital madrileña, centro de libertinaje, en el mundo del cabaret, con la excusa de descubrir un modo de vida más licencioso, y permitir al espectador ver a la protagonista en ropa interior o a espalda descubierta en un justificado striptease. Sigue siendo en la ficción la extranjera, la que se descubre el cuerpo, tal como ocurre en otra producción de ese año, aunque tuvo que esperar hasta 1977 para su estreno, y como bien lo confirma su título: Tres suecas para tres Rodríguez (Pedro Lazaga, 1975).
Ese mismo año se dará el toque final para el verdadero inicio del "destape", ese cine que escudado en la anatomía femenina simbolizaba los nuevos aires de libertad que se aproximaban, con el estreno de La trastienda (Jorge Grau, 1975). El cuerpo se hacía adulto, abandonaba los jugueteos de la comedia y se presentaba por fin sincero en el drama. Aquí María José Cantudo protagoniza el primer desnudo frontal del cine español, convirtiéndose en todo un emblema, tal y como lo señalaba en su octavo mes de éxito en cartelera: "No es la película de la apertura, es la película de la libertad". Ya por ese entonces Franco daba los últimos estertores y ahora empezaba el destape completo.
Sin embargo, la mujer en su desnudez, seguía siendo retratada bajo la óptica machista de la pasividad sexual, mientras que el matrimonio continuaba siendo el corolario para un final feliz. Faltaban todavía más pasos para la liberación femenina. Resultando hoy estas historias anacrónicas, machistas, homófobas y misóginas, que difícilmente arrancarían la risa fácil de aquel entonces y sus escenas "picantes" ya no levantan la libido del público. Afortunadamente el destape ya no está en el cuerpo sino en la cabeza, pero sin duda fue el primer paso para iniciar el largo viaje cinematográfico de la representación erótica española, en el cual aún estamos inmersos.
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