Érase una vez, hace ya algunos años, que Ángel Sala y su equipo se quedaron mirando fijamente el King Kong del logo. Le pidieron un deseo: algún día, queremos que el certamen sea igual de grande que tú. Y el gorila cumplió sus deseos. Porque si algo no falta en el evento es precisamente eso: cantidad. Abundancia de premios y homenajeados, multitud de secciones -tantas, que ni la guía Campsa te sirve para orientarte-, profusión de maratones de madrugada -al orden de casi uno diario, sin contar el último día de la jornada dedicado ex profeso a ellos-, variedad y gamas de la A a la Z en lo que se refiere al fantástico, traído prácticamente de alrededor del globo, ruedas de prensa, masterclass, encuentros, mesas redondas por doquier, etcétera. Es todo tan gigante y abrumador que es inabarcable. Si quieren dar la sensación de que absolutamente toda la cosecha anual de cine fantástico se proyecta en Sitges, desde luego que lo consiguen. Ya saben, sino lo ven en Sitges es que no existe. Bueno... les faltó Buried. Pero no es problema. Anunciamos aquí la concesión del Méliès de Oro a la película de Rodrigo Cortés y zanjamos el hueco. Bromas aparte, ¿cantidad o calidad? ¿Hay que elegir en la disyuntiva? Pues... lo primero. Miedo me da de lo que se les ocurrirá cuando se cumplan cincuenta años, ellos que son tan amantes de las efemérides. No hay que negarles por ello, una programación totalmente heterogénea, diversificada al máximo y, por supuesto, una puerta de entrada a un tipo de cine, que o lo ves allí u olvídate. El desprejuicio, su amplitud de miras, su capacidad para combinar el cine de explotación más extremo junto con el cine de autor más alternativo y hermético (por situar dos puntos totalmente distantes), hacen que sea un festival especializado de referencia, no solo en España, sino europeo, y quizás del mundo, habida cuenta de que es una cita en extinción, desde la desaparición de Avoriaz en un lejano 1993, entre tantos otros, y que se tutea con Fantasoporto, o el de Bruselas, por mencionar algunos importantes. Da igual la recesión y las crisis. A ellos ni les roza, consiguiendo este año una mayor afluencia de público que el anterior.
La 43 edición siguió la línea trazada de años anteriores, apostando por el cine patrio, propulsado por directores jóvenes que deciden realizar sus pinitos en el fantástico (ya veremos si se mantienen en el género o sencillamente lo ven como una puerta fácil), junto con una más patente fuga de cerebros. Cada vez más son más profusos los realizadores españoles internacionalizados que logran su primera película en tierras extranjeras, especialmente norteamericanas. En cuanto a los que trabajan aquí, hemos vistos los trabajos de Miguel Ángel Vivas (Secuestrados), Guillem Morales (Los ojos de Julia), Manuel Carballo (La posesión de Emma Evans), etcétera. De los segundos, sobre todo, mencionar a Luis Berdejo con The new daughter, siguiendo los pasos de Jaume Collet-Serra, Juan Antonio Fresnadillo o los hermanos Pastor. Este año, además, se ha contado con la novedad de una producción latinoamericana generosa, bastante exigua en anteriores ediciones: Fase 7, por parte de Argentina, La casa muda desde Uruguay o Atrocious traído de México... Tampoco faltan viejos conocidos del certamen como Gregg Araki, Brad Anderson, Takashi Miike, Joe Dante, John Carpenter, Brian Yuzna, Takeshi Kitano, etcétera.
Ángel Sala debe ser muy amigo de Marco Müller, ambos reconocidos orientófilos, porque creo que este año se ha traído todo el cine oriental proyectado en Venecia. Y si no todo, poco le ha faltado. Es justo reconocer que a Sitges se le debe, que el cine oriental, todavía esquivo en las carteleras, penetre en España, desde el apoyo decidido que Sala le ha brindado desde que tomó las riendas en 2001. Pero este año, así me ha parecido, la producción ha estado desbordada, presente prácticamente en todas las secciones. No es una queja, al contrario. Aquello que decía más arriba: o lo ves en Sitges o difícil lo tienes, porque el BAFF tiene otra orientación (aunque en algunas coincidan) y mucho cine de género permanece bastante inédito...a no ser que te vayas a internet. Casi lo mismo puede decirse del cine fantástico europeo, de difícil exhibición, y siempre una perenne apuesta del festival. Por supuesto, este año también.
Ya saben por el estupendo cartel, que la 43 edición estaba dedicada al homenaje de esa obra maestra de la historia del cine de terror, El resplandor, de Stanley Kubrick, con la (sana) excusa de que cumplía treinta años. Sitges siempre busca acercar grandes clásicos a las nuevas generaciones para que las vean, tal como se tienen que ver: en pantalla grande. Este año, junto a la de Kubrick, se ha podido ver El exorcista o El tiempo en su manos. Y aunque no es tan clásica, a más de uno le habrá apetecido ver una auténtica cult-movie: Donnie Darko. Por supuesto, la cinefilia romántica siempre tiene un rinconcito. En eso nunca defraudan.
Seguimos con los vampiros dando guerra, a los que este año se les suma películas de exorcismos, pero para qué extendernos más si tenéis a vuestra disposición la friolera cantidad de 56 reseñas escritas entre Arantxa Acosta -que ha cargado consigo el tesón, el esfuerzo y la disciplina- y un humilde servidor que aporta su pequeño granito de arena con 14 del total. Luego, a ver cómo les convencemos a los de la organización que necesitamos dos acreditaciones. Imagínense hasta qué número se dispararía. Sin más dilación, pasen y lean...
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