Dicen que la cara es el espejo del alma. También dicen que el buen tiempo favorece el buen humor. Será por eso que el verano es la estación del año preferida por muchos, la que dibuja una gran sonrisa en sus rostros. Preferida para disfrutar del tiempo libre; es momento para hacer todo aquello para lo que nunca encontramos un hueco. Preferida para viajar; las vacaciones en la playa, en el campo o en el extranjero. Preferida para descubrir el amor; los primeros besos y los últimos, y, también, los olvidados.
Desde la infancia, los veranos siempre han gozado de un acento mágico y entusiasmante. Había por delante tres meses sin colegio. Estaríamos todo el día en la calle, iríamos a bañarnos a la piscina, reencontraríamos a viejos amigos y, quién sabe, tal vez conoceríamos alguna chica. Era tiempo de comer helados, de montar en bici, de hacer excursiones, de tirarse en el césped, y de calor, mucho calor.
Es fácil que todas estas sensaciones estivales del recuerdo, y las actuales, las hayamos visto plasmadas con mayor o menor exactitud en alguna película. El cine ha tendido a representar el verano como una época festiva, romántica, y "buenrrollista". Aunque también, ha divagado por la senda del descubrimiento y la maduración personal. Poco a poco.
Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot, Jacques Tati, 1953) o La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954) son dos filmes, además de consecutivos temporalmente, ambientados en el verano, que marcan la línea a seguir en este comienzo de artículo. La primera, enfocada desde el ángulo del que se marcha de viaje; la segunda, desde la óptica -nunca mejor dicho, en este caso- del que (sin quererlo) se queda. Las vacaciones constituyen un lugar común de los filmes veraniegos y, como tal, suelen derivar en una dudosa calidad cinematográfica. Habiendo rebuscado un poco en el cajón de la competencia, propongo dos apreciables y pachangueros ejemplos: Nubes de verano (Felipe Vega, 2004), sobre el lío de relaciones que puede acarrear un simple veraneo en la costa, y Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, Nicholas Stoller, 2008), en la que un desgraciado panoli tiene la mala pata de coincidir en las vacaciones con su exnovia y su flamante prometido. Apliquemos ahora la norma del buen gusto a trabajos acerca de esos pobres que veranean en la ciudad y, por si fuera insuficiente, tienen que currar: en Adventureland (ídem, Greg Mottola, 2009), un adolescente ve, de repente, no sólo cómo se trunca su veraneo, sino cómo podría irse toda su futura carrera al traste si no trabaja en un parque de atracciones mientras sus padres superan un bache económico; en Tapas (José Corbacho y Juan Cruz, 2005), la vida en un barrio obrero transcurre combatiendo la calorina con humor, cuando se puede, claro.
El objeto principal de los viajes veraniegos es servir de enseñanza, puntualizar un develamiento clave para el peregrino; los llamados viajes iniciáticos. Visconti transformaba progresivamente una estancia de descanso en una incipiente enfermedad fatídica, canalizada por la perfección de una belleza insoportable por el artista, en Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971). El director italiano mostraba una finalidad dual a través de este itinerario: no sólo una condición pasajera de su personaje, como era la falta de inspiración, sino, además, otra permanente: la homosexualidad. En el cine gay es frecuente la inclusión de este tipo de aprendizajes prácticos. Así, ocurre en Primer verano (Presque rien, Sébastien Lifshitz, 2000) o en la española Krámpack (Cesc Gay, 2000). En ellas, los protagonistas definen su identidad sexual a través de la cándida experimentación, al tiempo que dan un brusco salto de la adolescencia a la edad adulta.
También hay notables modelos vacacionales para otras etapas vitales. Las japonesas El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, Hayao Miyazaki, 2001) o El verano de Kikujiro (Kikujiro no natsu, Takeshi Kitano, 1998) hablan de adquirir la madurez a edades muy tempranas. Por su parte, Gran Torino (ídem, Clint Eastwood, 2008), cinta enmarcada en verano, aunque no precisamente vacacional, enfoca la redención por la tolerancia en el ocaso de la vida. Algunos viajes veraniegos sirven para otro tipo de hallazgos, como los que hace la pasional Lucía sobre la memoria de su antigua relación en la manierista y morbosa cinta de Julio Médem Lucía y el sexo (2001).
Pero, el efecto más evidente del verano en el cine es el del amor. Diferente al gastado romanticismo -en ocasiones cursi hasta el extremo- de la primavera, el amor del verano es un amor tórrido y salvaje. Ejemplos fílmicos que lo corroboran son En la cama (Matías Bize, 2005), película que muestra lo trascendente que puede llegar a ser una noche de sexo en la vida de dos desconocidos, o Son de mar (Bigas Luna, 2001), que atiende al bello y ardiente romance entre un profesor de literatura recién llegado a la costa y la regente de la pensión donde se hospeda.
Love is in the air: el verano es época de sublevación hormonal, tiempo de los primeros amores o de intensas aventuras prohibidas, como la que tenía lugar en De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953), con esa famosísima escena de un pasional morreo playero. Y eso que la realidad es, más bien, la contraria en incontables casos: al terminar el veraneo aumenta considerablemente el número de divorcios, pues las parejas conviven mejor tan sólo unas horas al día que todas las veinticuatro. Lejos de estos pesimismos, nunca es tarde para encontrar la esposa perfecta; es el esperanzador mensaje de la melancólica El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse, Patrice Leconte, 1990). Igualmente, creyeron haber encontrado a la mujer perfecta, aunque con diferente conclusión, los protagonistas de El cartero (y Pablo Neruda) (Il postino, Michael Radford, 1994) y (500) Días juntos [(500) Days of Summer, Marc Webb, 2009]. Ésta última juega, en su título original, con la palabra "verano", que alude por igual a la estación y al nombre de la chica objeto del infructuoso deseo.
En este momento del año todavía hay espacio para reconciliaciones, como en El precio de la leche (The Price of Milk, Harry Sinclair, 2000), para matrimonios acordados, como en Gato negro, gato blanco (Crna macka, beli macor, Emir Kusturica, 1998) y para promiscuidades dentro de un núcleo cerrado de enredos, como ocurre en Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende, Ingmar Bergman, 1955). A colación de las noches veraniegas de gatuperios sentimentales, es obligatorio mencionar el clásico de Fellini La dolce vita (ídem, 1960), como asimismo resulta imprescindible incluir una referencia a El sueño de una noche de verano (A Midsummer Night's Dream), de William Shakespeare, texto del que se conocen multitud de adaptaciones cinematográficas, entre las que destaca la dirigida por Michael Hoffman en 1999. Woody Allen, parodiaría este clásico en su personal y ligeramente picante La comedia sexual de una noche de verano (A Midsummer Night's Sex Comedy, 1982).
Es, en este punto, donde pasamos de las comedias románticas estivales, a las comedias gamberras -o teen- americanas, también muy veraniegas. En algunos casos, bochornosas (entiéndase como se quiera). La veda la abrió la dramática y brillante American Graffiti (ídem, George Lucas, 1973). Se iniciaba una tendencia basada en el retrato de la juventud estadounidense que hoy se nos antoja una estampa muy maleada: el fin del instituto y el tránsito a la universidad, los inaugurales frotes en los asientos traseros de los coches, los bailes de graduación, el rock&roll y los antagonismos entre los populares guaperas y los nerds, donde se apelaba al utópico triunfo del fracasado. Las nuevas cintas inspiradas en esta obra primigenia, fueron menguando en calidad y decencia. En los 80 llegaría la fresca, aunque ya caduca saga de Porky's (Bob Clark, 1981, 1983; James Komack, 1985), cuya validez cayó en picado desde la aceptabilidad hasta la chusca chabacanería, derivando, en la década de los 90 en producciones obsesionadas con el tema sexual -en concreto con el esbozo traumático que suponía ser universitario sin haber perdido la virginidad- como American Pie (ídem, Paul Weitz, 1999) y sus interminables secuelas. Pero dejaré la ampliación de la disertación sobre este subgénero para otra ocasión, pues bien lo merece.
No obstante, no todo en el verano es diversión y placer. Como todo en esta vida, también tiene sus cosas malas. Y el cine, a través del género de terror y los más descarnados dramas, se encarga de figurarlo. Las primeras procuran no perder esa carga de erotismo calentorro -que ya aprovechaba la serie B-, aunque de un modo muy subliminal, con ejemplos como la reciente Jennifer's Body (ídem, Karyn Kusama, 2009), donde una fogosa animadora se dedica a liquidar a todos los machotes de su clase que pretenden disfrutar de una noche de buen metisaca con ella, y la patéticamente exitosa saga de Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Did Last Summer, varios directores, 1997, 1999, 2006), una de las precursoras del espeluznante (por penoso) subgénero de terror adolescente, cuyos acérrimos destinatarios, que saturaban las salas, eran esos niñatos granosos (todos fuimos alguna vez uno de ellos) que iban al cine por pandillas, por primera vez sin sus padres.
Los dramas, o mejor dicho, tragedias veraniegas, presentan una aptitud desigual mas, indudablemente, muy superior a la de las anteriores. Con tintes de suspense, Michelangelo Antonioni filmó Blow-Up (ídem, 1966), que se subtitularía en castellano como Deseo de una mañana de verano. Adaptación extravagante y psicodélica de un cuento de Julio Cortázar, se centra en el sórdido hallazgo de un fotógrafo al revelar sus instantáneas: un cadáver en medio de un parque londinense. Cambiando la intriga por la emoción triste y la aspereza humana, encontramos la japonesa Nadie sabe (Dare mo shiranai, Hirokazu Kore-eda, 2004), cuya primera parte tiene lugar en un verano en el que cuatro hermanos son abandonados por su madre y deben sobrevivir prescindiendo de la protección de las figuras adultas.
Llegando al cénit de la soberbia incoherente y de la irracional brutalidad del hombre, hablemos de los tres últimos filmes veraniegos. El primero dice mucho de la extinta impresionabilidad de los jóvenes ante las formas de violencia extrema y su, cada vez mayor, incapacidad para distraerse y relajarse sin recurrir a actividades poco lícitas. Así, Funny Games (ídem, Michael Haneke, 1997), ilustra la perpetración de una tortura familiar por dos chavales que buscaban un ameno pasatiempo. El segundo, Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989), discute sobre cómo un incidente en apariencia irrelevante puede desencadenar una tragedia racial en un caluroso día de verano. Finalmente, el tercero es uno de los mejores trabajos de Carlos Saura en el último par de décadas, El séptimo día (2004), una reproducción fidedigna de la horrorosa matanza acaecida en la localidad española de Puerto Hurraco durante el verano de 1990.
Películas para todos los gustos. Lo fundamental, la distracción y el entretenimiento en la época más calurosa del año. Es entendible y hasta perdonable, pues, la banalidad de los temas y la relajación en las formas, que están a la orden del día. Pero hemos constatado que en un pajar de superchería facilona también es posible encontrar agujas afiladas y resplandecientes. Es el "cine de verano".
Fuente: www.filmaffinity.com
Listado de filmes en orden de aparición:
Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot, Jacques Tati, 1953)
La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954)
Nubes de verano (Felipe Vega, 2004)
Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, Nicholas Stoller, 2008)
Adventureland (ídem, Greg Mottola, 2009)
Tapas (José Corbacho y Juan Cruz, 2005)
Muerte en Venecia (Morte a Venezia, Luchino Visconti, 1971)
Primer verano (Presque rien, Sébastien Lifshitz, 2000)
Krámpack (Cesc Gay, 2000)
El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, Hayao Miyazaki, 2001)
El verano de Kikujiro (Kikujiro no natsu, Takeshi Kitano, 1998)
Gran Torino (ídem, Clint Eastwood, 2008)
Lucía y el sexo (Julio Médem, 2001)
En la cama (Matías Bize, 2005)
Son de mar (Bigas Luna, 2001)
De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, Fred Zinnemann, 1953)
El marido de la peluquera (Le mari de la coiffeuse, Patrice Leconte, 1990)
El cartero (y Pablo Neruda) (Il postino, Michael Radford, 1994)
(500) Días juntos [(500) Days of Summer, Marc Webb, 2009]
El precio de la leche (The Price of Milk, Harry Sinclair, 2000)
Gato negro, gato blanco (Crna macka, beli macor, Emir Kusturica, 1998)
Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende, Ingmar Bergman, 1955)
La dolce vita (ídem, Federico Fellini, 1960)
El sueño de una noche de verano (A Midsummer Night's Dream, Michael Hoffman, 1999)
American Graffiti (ídem, George Lucas, 1973)
Porky's (ídem, saga: Bob Clark, 1981, 1983; James Komack, 1985)
American Pie (ídem, Paul Weitz, 1999)
Jennifer's Body (ídem, Karyn Kusama, 2009)
Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Did Last Summer, saga: varios directores, 1997, 1999, 2006)
Blow-Up (ídem, Michelangelo Antonioni, 1966)
Nadie sabe (Dare mo shiranai, Hirokazu Kore-eda, 2004)
Funny Games (ídem, Michael Haneke, 1997)
Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989)
El séptimo día (Carlos Saura, 2004)
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