Mujeres liberadas
Si Patricia Clarkson hubiese vivido en los años 40 no me cabe duda que hubiese sido requerida para encarnar perversas femme fatales en la época dorada del film noir. Su exquisito y sutil glamour old-fashioned, su porte sureño y su voz rasgada, ligeramente aguardentosa pero sin perder mimbres sensuales, podría haber dado pie para materializar hipnóticos ejercicios de fascinación pérfida. Pero su carrera no ha virado por estos membretes -aunque no pierdo la esperanza de que algún director le ofrezca un papel a lo Veronica Lake-, sino por otros senderos que quizás encajen mejor con su lugar de procedencia: Nueva Orleans. La excéntrica, bohemia y divertida Nueva Orleans de John Kennedy Toole, o la condensada en la arrolladora personalidad de Truman Capote pareció dar las pinceladas ideales a la Sarah O'Connor en A dos metros bajo tierra. Su diletante joie de vivre y su espíritu de hippie trasnochada servían de contrapunto ideal a su encajonada hermana Ruth. El Mardi Gras de Sarah le trajo en el 2002 y el 2006 dos Emmys como actriz de reparto en la serie, y con ellos esta década se hacía suya, moviéndose siempre entre directores de prestigio y surfeando por las olas del cine independiente norteamericano.
En estos terrenos empezó a navegar a partir de Greta, actriz alemana cocainómana en perpetuo letargo, a través del film High art. Como si la resaca hubiese venido antes de la fiesta, su personaje de Greta ya daba el perfil idóneo para desarrollar a mujeres libertarias que se mueven en círculos culturales neoyorkinos de mente abierta. Similar concepción es recogida también por Woody Allen en Si la cosa funciona para que en un primer acto, demostrando su capacidad cómica, diese vida a Marietta, una pantomima de la aristocracia sureña venida a menos. Este divertido escarnio dará pie a un segundo tramo donde el rancio abolengo se desprende de represiones conservadoras -sin perder sus estrategias manipuladoras, gracias al contacto de los efluvios artísticos que emanan de Nueva York. Así nuestro autor la compensa por la breve aparición que le asignó en Vicky Cristina Barcelona (2008). Una Judy que era tan solo un mero pincel para que Vicky (Rebbecca Hall) pudiese verse mejor en la jaula dorada en la que se estaba adentrando.
Cierto, sus frecuentes participaciones episódicas saben a poco. Por ejemplo, ¿no hubiesen preferido más minutos de ella en Elegy frente a los minutos en pantalla de Penélope Cruz? Allí, sin un entorno que la fije, Patricia Clarkson, como fémina madura, volvía a servir como reverberación, en este caso opuesta, de la joven protagonista, Consuela Castillo (Penélope Cruz). La Carolyn de Elegy es una mujer de negocios autónoma y totalmente emancipada (¿feliz?), que mantiene una prolongada relación sexual con el medrado David Kepesh (Ben Kingsley). No hay dramas dado que solo se reduce a sexo, en contraposición a los sufrimientos de David Kepesh con Consuela Castillo.
Por fortuna, ahí estaba Clarkson con su fuste interpretativo para dar algo de color a esta desapasionada y anodina reflexión sobre la vejez y sus incertidumbres. Su composición era la de la sutil sugerencia. Se trata de, en un vistazo rápido, conformar una imagen definida de un personaje, sin caer en el subrayado y la obviedad. Pero con una facilidad y habilidad que no conseguía Penélope Cruz con sus privilegiados primeros planos.
Doctoras que guían
Patricia Clarkson, como buena supporting role, siempre contribuye con sus apariciones a dar un toque de prestigio a la película que interpreta. A qué sino otra cosa sufragan sus breves apariciones en Shutter island o en Lars y una chica de verdad. No son caracteres nodales, y de hecho, las breves interpretaciones parecen no requerir de una actriz con nombre. Pero no obstante, su presencia aporta una dosis extra de caché al film, aparte que ambos roles le permiten demostrar una versatilidad que nadie puede tomar en duda. Sus dos papeles de doctoras, por un lado demuestran, en el caso de Shutter Island, su voluntad selectiva de trabajar con los mejores directores, después de haberse puesto a las ordenes de realizadores como Woody Allen, Lars Von Trier o Todd Haynes. Aunque solo sea un rol de una única secuencia -su Rachel Solando solo sirve para confirmar las teorías conspiratorias de Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) -, le permite explorar las paletas de la dama insurrecta y fugitiva que consigue escapar del dominio totalizador de un sistema represivo. A través del timbre de su voz y de su mirada penetrante, le autoriza para demostrar sus habilidades persuasivas, y así Martin Scorsese, pueda seguir despistando a los espectadores.
En cambio, Dagmar de Lars y una chica de verdad le faculta para dar forma a una figura alejada de la dureza agresiva de algunas de sus actuaciones más dramáticas. La comprensiva y humana doctora aporta esa humanidad científica que permite que Lars, poco a poco mediante sus contactos con ella, pueda ir saliendo de su patología sin ser consciente de su disfunción.
Madres negativas
Frente a la benevolente facultativa, en ella podemos encontrarnos con una perfecta antítesis: Vera, despechada e irreflexiva, madre de familia de Dogville (Lars Von Trier, 2003). Su contribución, en el film brechtiano del director danés, facilita que una imagen cándida y dócil esté en clara disonancia con una oculta personalidad cruel y alevosa que emerge en cuanto se siente mancillada.
Quizás sea por ese charming que posee, por la exquisitez en la elección de sus roles o bien, por esa voz que parece el resultado de un abuso de whisky. Pero en todo caso, a pesar de situarse en una edad peligrosa, para unas leyes de mercado machistas que la arrinconan cuando rebasa la cuarentena, lo que sí que es cierto es que Patricia Clarkson ha sorteado con envidiable fortuna, los peligros a los que puede verse una mujer nacida en 1959. Quizás su castigo haya sido dejarle solo acometer un único papel principal, el de Olivia Harris en Vías cruzadas. Y es que Meryl Streep solo hay una.
Pero no obstante, desde esta década, no ha sufrido ningún parón en su carrera; ha sido requerida por los mejores realizadores junto con la televisión de mejor calidad, y ha conseguido zafarse de la maldición de las actrices que ya no pueden ser la joven apuesta protagonista. En relación a las actrices en el cine norteamericano, corre una creencia conforme si llega un momento en el que solo son solicitadas para hacer papeles de madre, estamos ante un signo de que su vida artística tiene los días acabados. ¿Qué pensarán de ello, Michelle Pfeiffer o Susan Sarandon?
A Patricia Clarkson también le han caído papeles de madre como el de la citada Vera de Dogville, o el que le supuso la consagración a niveles de premios, el de Joy Burns en Retrato de April, enferma terminal irascible y amargada que va a encontrase con su hija descarriada. Premio en Sundance, nominación al Oscar para un papel difícil e incómodo, pero sobre todo complejo, capaz de provocar en el espectador sentimientos encontrados, entre la amargura y la compasión, la simpatía o la animadversión. Asi que, madres, sí, pero alejadas del prototipo y sobre todo, sin miedo a roles que no van a gozar de la fácil empatía del espectador.
Por lo que deseamos que sirva este recorrido para que detengamos la mirada en esa actriz completísima, variopinta, o de carácter, como se les llama a esos profesionales de la actuación, que con su única y breve presencia, dotan de prestigio instantáneo al trabajo en el que participan.
FILMOGRAFÍA COMENTADA:
High art, Lisa Cholodenko, EUA, 1998.
Dogville, Lars Von Trier, Dinamarca, 2003
Retrato de April (Pieces of April), Peter Hodges, EUA, 2003.
Vías cruzadas (The station agent), Thomas McCarthy, 2003.
Lars y una chica de verdad (Lars and the real girl), Craig Gillespie, EUA, 2007.
Elegy, Isabel Coixet, EUA, 2008.
Vicky Cristina Barcelona, Woody Allen, España, 2008
Si la cosa funciona (Whatever works), Woody Allen, EUA, 2009
Shutter island, Martin Scorsese, EUA, 2010
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