América sabe ácida

Por Javier Moral

El 11 de octubre de 1975 la cadena norteamericana NBC estrenaba NBC's Saturday Night, un late show humorístico con actuaciones en directo que más tarde pasaría a conocerse por el famoso nombre de Saturday Night Live (en adelante, SNL). Saturday Night LiveCon el tiempo, este programa de monólogos, música y parodias se ha convertido en uno de los decanos de la actual y amplia oferta televisiva en Estados Unidos sirviendo, a lo largo de varias generaciones (los responsables del formato establecen seis eras diferenciadas), de cantera inagotable a las comedias de Hollywood. Artistas polifacéticos que actúan y escriben -atreviéndose incluso con la dirección-, como John Belushi, Eddie Murphy, Billy Crystal, Ben Stiller o Tina Fey, son algunos de los sagaces ejemplos que han surgido de su escuela.  

Si por separado estos aventajados alumnos han demostrado (en una buena parte de los casos) un exquisito savoir faire al lanzarse a la aventura de la gran pantalla, el resultado es demoledor cuando han llegado a aliarse. En el año 1995, allá por la quinta era de emisión, dos jóvenes de veintitantos se presentaban a las audiciones para actores que convocó SNL. Uno de ellos, pronto destacaría por su innata comicidad facial, sus gráciles imitaciones y su talento para el humor físico. El otro, no logró un puesto para actuar en el programa, pero su gran habilidad en la escritura de sketches le valió para ser contratado como guionista. Así fue como comenzaron las carreras de Will Ferrell y Adam McKay, respectivamente.

Adam McKay - Will FerrellFerrell ya rodaba películas poco tiempo después de entrar en el programa, entre las que sobresalen Movida en el Roxbury (A Night at the Roxbury, John Fortenberry, 1998), cinta concebida a raíz de un sketch de SNL (en el mismo año se rodaba Blues Brothers 2000, de John Landis, la segunda entrega sobre el dúo cómico-musical que crearan John Belushi y Dan Aykroyd también para el show de NBC) y Aquellas juergas universitarias (Old School, Todd Phillips, 2003), uno de los primeros y mejores trabajos del director de Resacón en Las Vegas (The Hangover, 2009), de la que ya está en marcha una segunda parte.

Sin embargo, McKay maduró artísticamente mucho después, cuando incurrió en la faceta de la dirección. Habiendo sido compañeros en la televisión cerca de siete años, no sería hasta su reencuentro una vez abandonado el programa cuando consiguieron dar lo mejor de sí mismos, enriqueciéndose mutuamente. La explosiva combinación "McFerrell", como convino en denominarla el crítico José Manuel López (Cahiers du Cinéma-España, nº 39: noviembre 2010, pág. 37), donde McKay dirige, Ferrell interpreta y ambos escriben, es la fórmula magistral que ha dado lugar a uno de los mejores tándems de la Nueva Comedia Americana, con permiso de Judd Apatow y Seth Rogen (aunque los castings de Apatow bien merecerían un capítulo aparte); si bien es cierto que el creador de la serie de culto Freaks and Geeks (1999-2000) ha producido casi todos los trabajos de la pareja -siendo apreciable la buena señal de que, en este esperanzador renacer de la comedia, sus auténticos visionarios aparezcan a menudo interconectados- , que suma hasta la fecha otros siete años de colaboración post-SNL y cinco filmes.

Pasados de vueltasSu trayectoria colaborativa decidió anclarse en el cimiento del escarnio hacia la sociedad americana y sus aires de grandeza imperialistas. El artículo de José Manuel López al que aludía antes llevaba por título "Señor, sabe usted a América", sentencia con la que ese monstruo británico de la sátira social que es Sacha Baron Cohen culminaba un efusivo morreo a Ferrell en el segundo trabajo de éste con McKay, Pasado de vueltas (Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby, 2006). En el texto, López alude a la intención autocrítica de las películas del dúo, que atentan contra instituciones fuertemente arraigadas en el imaginario cultural estadounidense (aunque no es el único), en una suerte inconsciente de corrección política hipócrita, como son los medios de comunicación, la familia, la policía o los iconos del deporte. Es cierto que esta tendencia de reírse de uno mismo o de su país está pasando por un momento de esplendor en Hollywood, sobre todo a raíz de la brecha que dividiera la conciencia de un país muy orgulloso de actuar como una piña frente al resto del mundo. El principal detonante, la gestión de George W. Bush (cuya imitación por parte de Ferrell se convirtió en una de las estampas más aplaudidas de SNL), uno de los peores presidentes de la historia norteamericana -como ellos mismos reconocen-. Sin embargo, y motivaciones políticas a un lado, Ferrel y McKay han sabido orientar su inconformismo con decencia, interpretando los códigos por los que se rige una sociedad ordenada y escrupulosa, para zarandearlos en una clave de humor de doble vertiente: por un lado, una inteligente socarronería verbal y, por otro, un componente físico de incomodidad.

El reporteroEl matrimonio cómico se estrenaba en 2004 con El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy), centrada en los entresijos de los mass media y su cuestionable sentido de la ética, habitualmente definido por el sentido del negocio. Antes incluso de los títulos de crédito, una voz en off contextualiza un axioma como un templo del clásico modo en el que comenzaría una fábula: "Érase una vez un tiempo en el que la gente creía todo lo que se decía en la televisión...". Audaz golpe de efecto que atenta contra la confianza de la masa en el cuarto poder en plena Era de la Información. Los intereses, que todo lo corrompen, marcan la línea editorial y el periodismo termina transformado en un desquiciado sistema de oferta y demanda, donde el mejor postor se lleva el gato al agua. Este tira y afloja que sacude la profesión desde su cimiento deontológico, en el medio televisivo queda reducido a la obsesión por las audiencias. Las noticias gozan de mayor credibilidad según quien las cuenta: Ferrell da vida al egocéntrico locutor de telenoticias Ron Burgundy, que ha sido elevado a los altares de la profesión -esto es, a la idolatría mediática- por su fiel público. Una magnífica escena de la película se encarga de hacer escarnio sobre el asunto: Burgundy y su equipo se ven involucrados en una encarnizada y surrealista pelea callejera contra los presentadores de todos los canales de la competencia, donde todos quieren demostrar su aptitud, más allá del share.

En este tipo de películas (de la Nueva Comedia Americana) el guionista tiende a aprovecharse de la relajación del espectador para eludir su desprecio a la hora de colar una moraleja, generalmente ofrecida como ridícula caricatura de una exaltación de los valores patrios, logrando que se acepte por simpática. Así, la dupla McFerrell condena el machismo y antepone el amor y el compañerismo a los intereses personales (de los jerifaltes de la cadena). En un extraño experimento alternativo que aún conservaba el espíritu canalla de la cinta original, una segunda película titulada Wake Up, Ron Burgundy: The Lost Movie (2005) confeccionaba un montaje de escenas eliminadas de aquélla, desarrollando una trama secundaria en torno a una cuadrilla de ladrones que restaba hierro al tema periodístico.

5Las figuras mediáticas continuaron siendo objeto de mofa para la pareja en Pasado de vueltas, referida al exclusivo círculo de las carreras de NASCAR. En esta ocasión, el ataque se dirige a esa falsaria épica norteamericana basada en la competitividad. Cualquier anormal puede ser endiosado solo por saber conducir un coche, pero el pobre Ricky Bobby se lleva la palma al haber basado su existencia en una frase que un día le soltara su padre estando colocado: "Si no eres el primero, eres el último". Gran consejo para esa mentalidad ambiciosa, donde nunca se pierde, que suele cundir en la primera potencia del mundo. La existencia del que triunfa sin esfuerzo es harto simple, tanto que, cuando se presenta cualquier complicación, su inutilidad hace gala para no dejarle afrontarla. El pánico se apodera de Bobby tras un aparatoso accidente y sale corriendo de su vehículo, semidesnudo, entre alucinaciones que le hacen creer que está en llamas. Mientras la vida sigue en el negocio. La carrera del deportista es corta; las modas pasan y los ídolos serán sustituidos.

Pasado de vueltas contempló la primera de las dos fructíferas veces en las que Ferrell compartiría protagonismo con el curtido John C. Reilly. La otra tuvo lugar en la siguiente película de McKay, cuyo título sería horriblemente traducido al español (uno de los motivos, doblaje aparte, por los que la Nueva Comedia Americana no termina de arrancar en la taquilla española) como Hermanos por pelotas (Step Brothers, 2008). Mientras que en la "ópera automovilística", Reilly era el fiel escudero de Ferrell, ahora pasaba a ser su antipático hermanastro. El padre de uno y la madre del otro se habían enamorado y, tras casarse, ponían en marcha la mudanza de la nueva familia. Pese a los primeros roces de la convivencia, los cuarentones sobreprotegidos y mimados que protagonizaban la cinta (un supuesto recurrente en la Nueva Comedia Americana, el de los adultos que repelen la madurez) terminarían por ser uña y carne, al descubrir que la amenaza no era el nuevo hermano, sino que provenía del exterior. ¿No les suena?

6Otra de las instituciones sólidamente arraigadas en el escapulario yanqui que el dúo tenía pendiente para desmontar, siendo la última hasta la fecha, era la autoridad. Los otros dos (The Other Guys, 2010), el único de los cinco proyectos en el que Ferrell no participó en el guión, se reía de la ineptitud policial al tiempo que ahondaba en ese innato sentido del deber norteamericano. Gamble y Hoitz, interpretados por Ferrell y Mark Wahlberg respectivamente, son un par de mediocres policías de oficina que, cansados del papeleo administrativo, creen que ha llegado la hora de impartir justicia en las calles. Para ello, cuentan con el modelo de una heroica pareja de compañeros que acaba de perder la vida en acto de servicio -que el guión torna acto de estupidez al haberse abalanzado al vacío desde una azotea en la persecución de unos criminales. Esta mutación policial que va de la realidad diaria a la ficción fílmica también acarrea, como es lógico, una buena ración de tópicos del género que ven cuestionada su hasta ahora irrefutable validez cinematográfica. Por si fuera poco, la película aboga por un cambio de maleantes, apunta con el dedo a los dignos sucesores. Perseguir camellos, asesinos y ladrones puede quedar muy bien en la pantalla, pero no dejemos de denunciar a esos brokers, empresarios y banqueros que nos han sumido en esta crisis mundial. Gracias, Ferrell y McKay, por hacer más dulce nuestro doloroso abrir de ojos.

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