Bautismo (The Christening/Chrzest). Marcin Wrona, Polonia, 2010.
Proyectada en San Sebastián, fue la mejor película que vimos en la Sección Oficial, junto con la norteamericana Los amos de Brooklyn, comentada a continuación. Seguramente hubiese sido una más que candidata a llevarse el galardón, porque ya saben que no queda muy bien premiar una película norteamericana en un certamen que pretende tener orientación europea. Narrativamente no presenta excesivas sorpresas, pero es formalmente poderosa. Aquí se da esa ley no escrita conforme lo que importa no es lo que cuentas sino cómo lo haces. Y Wrona lo salda con excelente nota.
Acorde con el gélido clima que envuelve la climatología en Polonia, el realizador se apropia de la inmensidad del blanco para establecer una estilística acorde con el prototípico claroscuro del mejor cine negro atmosférico. Su presencia es tan imponente que establece una especie de halo que deviene un auténtico sfumato para desdibujar las siluetas humanas, dotándolas así de un carácter fantasmático muy acorde con la desdichada historia de amistad y traición que se nos narra.
Cuenta además con dos ajustados actores masculinos protagonistas, de los que se desprende un constante atractivo físico, claramente explícito. Pero no con una mera intención onanista y vacua, sino para que esta hombría física sirva como excelente lanzadera para una vidriosa animalidad salvaje y peligrosa. Esta carnalidad evidente actúa como sustrato de la ferocidad en la que están aprisionados. Por ello, la violencia se plasma de forma rotunda en una cruda secuencia. Porque Bautismo nos marca las leyes depredadoras del mundo animal, estableciendo una cuenta atrás a lo largo de una semana, antes de que se produzca el bautismo aludido en el film.
Quizás pueda agraviarse que Wrona busque ser bastante claro y explicativo cuando realmente no hacía falta, explotando la mirada magnética y perversa de los ojos azules de Janek (Tomasz Schuchardt), claro síntoma del lado oscuro del personaje, explícito en el acto final, aunque previamente el realizador haya tratado de despistarnos un poquito.
|
Carne de neón. Paco Cabezas, España, 2010.
La segunda película de Paco Cabezas fue la galardonada con el Plácido de Plata a la mejor película de la Sección Oficial de Cine Negro. A lo que podríamos aplicarle aquello de miénteme para decirme te quiero. Mentirnos (en sentido metafórico, claro) porque de lejos, no fue la mejor película de las que competían. Y decir te quiero, en relación a la historia de amor entre el certamen y el director. Porque se puso mucho énfasis en que Paco Cabezas volvía al Festival, cuatro años después de ganar el Plácido al mejor cortometraje con mismo título. Estaban tan orgullosos de traerlo de vuelta, ahora con un largo, que parecía que el pescado ya estaba vendido. Bueno, podemos pensar que el Jurado seleccionado estuvo en plena sintonía con la organización y al fin al cabo, esto de los premios, tiene relativa importancia para el aficionado. Suponemos también que el factor autóctono (la única española que competía), no tuvo nada que ver. Pero casualidad o no, no dejó de ser llamativo.
Para leer lo que opinamos de ella, en toda su profundidad, os dirigimos a la crítica que publicamos en este mismo número, dado que fue la premiada. Otra cosa ya es que lo mereciese, o no.
|
Chloe. Atom Egoyan, Canadá-EUA, 2009.
Remake de la película Nathalie X (2003) de Anne Fontaine, juega en la filmografía del autor armenio-canadiense el mismo papel que Where the Truth Lies (2005). Es decir, película más amoldada a parámetros comerciales, con actores conocidos, pero que permite solo ver el ingenio del realizador en algunos e insuficientes destellos. Sí que parecen entroncar con las preocupaciones del realizador y se mantienen esos ambientes hipnóticos marca de la casa pero no resultan tan satisfactorias como sus proyectos más personales.
Por ejemplo, si revisamos la inédita en España, Adoration (2008), comprobaremos que Chloe es un pálido centelleo de todo el talento que puede ofrecer el director. Y si la comparamos con su punto de partida original, el remake como herramienta justifica el descrédito que lleva consigo. Es cuestión de sensibilidades. ¿Fanny Ardant o Julianne Moore? ¿Emmanuelle Béart o Amanda Seyfried? En Nathalie X lo que es constantemente sugerido, y por ello mucho más elaborado, que se establece como un subtexto sintomático mediante el cromatismo de la gama de rojos para los continuos encuentros entra la prostituta y la sofisticada ginecóloga, es impúdicamente mostrado en Chloe. La tensión sexual no resuelta junto con el intercambio de esferas personales nos lleva en el remake hacia una especie de atracción sexual psicopática que cae en el más ruinoso de los efectismos. Allí donde precisamente la copia más se desvía es donde Chloe se estrella estrepitosamente. ¿Sutilidad o burda erótica manifiesta?
Le salva el buen hacer de Egoyan para la construcción de enardecedoras atmósferas estilizadas y exquisitamente refinadas. Y aunque Amanda Seyfried parece un clon de Scarlett Johansson cuando se pone sensual, podemos comprobar que parte de la fuerza del film reside en ella. El arte de la manipulación oral, la fabulación como telaraña para dar cuerpo físico a las fantasías que evidencian la debilidad de la naturaleza humana, son constantes del realizador que aquí vuelven a darse cita. En esa parte es donde el film mejor funciona, aunque recomendamos otras aproximaciones del mismo mucho más fascinantes y sobre todo, no vean la original si no quieren llevarse un profundo chasco. O mejor aún, vean el film de Anne Fontaine y olvídense de Chloe. Porque lo que somos capaces de imaginar, no es necesario verlo. Ya saben, los excesos de la hipervisibilidad posmoderna.
|
En el centro de la tormenta (The electric mist), Betrand Tavernier, EUA-Francia, 2009.
El antaño crítico que publicó en las dos canónicas revistas de cine francesas, enfrentadas entre sí, Cahiers du Cinéma y Positif, siempre ha demostrado una pasión por el cine norteamericano (ahí está su extenso libro en dos tomos para atestiguarlo[1]). Con En el centro de la tormenta, consigue seguramente cumplir su sueño cinéfilo, aunque no se trate de su primera experiencia norteamericana, pero sí situándose en estas lides. Viandante habitual del género policíaco, en ésta se adapta el traje de artesano y se limita a seguir a pies juntillas y con sumisa actitud las convenciones habituales del thriller detectivesco, filtrado bajo la estándar visión hollywoodiense. Dato curioso. Nuestro protagonista, desoyendo la regla principal, en ésta tiene familia feliz, con mujer-florero e hija adoptada. Menos mal que está ahí Tommy Lee Jones para salvar su papel, porque el grado de endulcoramiento del cine hollywoodiense ya es alarmante. Yo me pregunto: si se respetan uno por uno todos los clichés, ¿por qué se quiere limar ese aspecto que tan bien caracteriza a los antihéroes del thriller norteamericano? Ya saben, esos hombres rudos, parcos en palabras y ruidosos en el gesto violento, auténticos cínicos y nihilistas, y en definitiva, profundamente desarraigados y solitarios. ¿Para no repetir la fórmula? Entonces, ¿por qué se repiten todas menos ésta?
Parece que la Nueva Orleans post-Katrina está de moda para ambientar ficciones. Lo vimos el año pasado en este mismo festival mediante el irreverente remake del siempre interesante Herzog, Teniente corrupto (Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans, 2009). En ésta, el pasado traumático de la zona sirve como resonancia para la sinestesia entre crímenes del pasado y del presente. Al margen de razas -negro fugitivo en el pasado, blanca prostituta en el presente-, la impudicia del poder corrupto sigue extendiendo su manto. El film capta muy bien ese aire sureño donde la vida parece tener otro pulso y funciona bien la metáfora al ambientarla en la sábana vegetal de la ribera del río, con su densa bruma, para aludir a esas ignominiosas fauces de los hombres venales, imperecederos en el tiempo, que nublan consigo la imagen de la gente honesta y humilde del Sur. Pero Tavernier no teniendo suficiente, para darle un poco más de densidad poética, incrusta en el film apariciones fantasmagóricas de soldados confederados que interactúan con Tommy Lee Jones, pero a la vez acaban resultando un poco superfluas en el conjunto del relato.
En el centro de la tormenta, a pesar de su rimbombante título español, en realidad no tiene tantas nueces como los distribuidores españoles nos pretenden sugerir. Porque el resultado no es dañino, dada su funcionalidad, pero salva el aprobado raspado, gracias a una humilde realización y a unos actores que defienden bien sus papeles a pesar del estereotipo, escollo que tiene que salvar especialmente John Goodman haciendo de villano.
[1] Tavernier, Bertrand y Jean-Pierre Coursodon: 50 años de cine norteamericano, Akal Ediciones.
|
Los amos de Brooklyn (Brooklyn finest), Antoine Fuqua, EUA, 2009.
Desconocemos los motivos por los que la distribuidora con los derechos para exhibirla en España, Wide Pictures, haya bloqueado su estreno en salas, aplazando indefinidamente su fecha. Pero aún así, confiamos que sea pronto, porque la película lo merece. Fue presentada como el film más comercial de la Sección Oficial. Pero déjenme decirles que no es cierto, si con ello había un cierto deje peyorativo, por mucho que cuente con actores reconocidos como Richard Gere, Don Cheadle, Wesley Snipes o Ethan Hawke. Antoine Fuqua recupera el brillante pulso de Training day (2001), aunque olvídense si esperan ver una película de acción al uso. Allí ya demostró su fino olfato en la dirección de actores facilitando el Oscar para Denzel Washington, aspecto que vuelve a darse con los actores principales de ésta.
Lo mejor que puede hacer el thriller policial norteamericano reciente es recuperar el aroma de las películas policíacas de los años 70. Porque los resultados acostumbran a ser altos. Es el caso de Los amos de Brooklyn, lacónico film con carga apesadumbrada, en consonancia con las tres historias cruzadas de los agentes de la ley, que se centran en el este de Brooklyn, en la barriada llamada Housing Projects, una de las zonas neoyorkinas con mayor índice de criminalidad. La música no diegética pauta desde el mismo arranque el tono melancólico y tortuoso de unos personajes desquiciados, desesperados y agonizantes, en un devenir existencial que lleva consigo mucho de actitud hastiada (el policía a punto de jubilarse, el agente secreto que quiere salir de las calles, el padre de familia que busca una casa mejor para los suyos), en cuanto desean cambiar sus vidas, pero se van encontrando continuos obstáculos para conseguirlo.
Fuqua, tal como ya hiciesen los policíacos de los 70, y asimismo llevó a cabo en Training day, se lanza a los auténticos escenarios naturales para tratar de plasmar la sordidez del ambiente que aprisiona a sus personajes, auténticos individualistas cautivos en un aislamiento sofocante. No esperen ver representantes de la ley heroicos, porque esa apostura queda borrada en la línea brumosa que separa la ley del criminal. Con un rápido y efectivo arranque de presentación, en tan solo tres secuencias, los personajes principales quedan fuertemente caracterizados. Con continuos contrapuntos entre lo que vemos y escuchamos, no es casual que se abra con un diálogo en torno a lo correcto y lo incorrecto, la ley y el crimen. No siempre tienen que ser binomios correspondientes y Los amos de Brooklyn nos muestra las ambigüedades morales de unos representantes del orden cada vez más situados en un bando que en otro, leáse los personajes de Ethan Hawke o de Don Cheadle. La laxitud con las normas genera una zona moral gris que desquicia a los agentes y los conduce a una concepción trágica del destino.
|
Neds. Peter Mullan, Reino Unido, 2010.
De reciente estreno en pantallas españolas, Neds se pasea exultante tras su premio en el Festival de San Sebastián a la mejor película y al mejor actor. Su retrato de las bandas juveniles en el Glasgow de los años 70 empuja su película a romper las barreras de contención en la transposición ficcional, escarbando en lo sórdido, en lo desmitificador, en el surrealismo y en la pendular representación de la violencia: desde la explicitud que busca la inmediata repulsa hasta la vía paródica e irónica de su visualización. Dos puntas opuestas que fijan las tendencias actuales de mostrar la violencia en el cine contemporáneo y que Mullan, no sin cierta asunción de riesgo, se atreve a aglutinarlas en su mismo film. Para un mayor detalle, os dejamos con la crítica.
|
Outrage (Autoreiji). Takeshi Kitano, Japón, 2010.
Después de su trilogía, metalingüística, revisionista y desmitificadora de su propio trabajo como cineasta y cómico, Kitano vuelve al terreno que mayor éxito internacional le ha reportado. Desde el León de Venecia a Hanna-bi (1997), él es uno de los máximos responsables (el otro sería Miike) de que las yakuzas-eigas vuelvan a copar el interés, después del declive que sufrió el subgénero a finales de los años 70. Huelga decir, que Kitano es uno de los nombres capitales para que el mundo, en los años 90, volviese a girar la cabeza para ver lo que se cocía de nuevo en la cinematografía nipona. Y su recuperación, no podía ser de otra forma, es desde el punto de vista de la farsa con gesto serio. Todo lo que nos cuenta está explicado con mucha ceremonia, pero es recorrida de cabo a rabo por un constante tono paródico y subterráneo (el cual emerge como un volcán precisamente en las explosiones gráficas de violencia). Es una de las grandes virtudes. Ese hieratismo aparente y ese presunto respeto a la comunidad que se representa esconde en realidad una constante sorna a los hábitos, actitudes y rituales de la organización criminal. Kitano en ello no se corta un pelo, con una trama culebronesca para las intrigas entre los diferentes capos, irrisoria hasta el paroxismo, que no hace más que ridiculizarlos constantemente. De nuevo la muerte (totalmente desvalorizada) está insertada con la misma irracionalidad de sus anteriores films sobre el tema, como si fuese un elemento más del juego que se traen entre manos los criminales japoneses. Outrage es como si un cachondo se hubiese puesto a reelaborar Election (2005) de Johnnie To. Un festín para los fieles de Kitano y para todos los amantes del cine criminal en clave caricaturesca.
|
Schemer (Dusk). Hanro Smitsman, Holanda, 2010.
Aunque parezca una obviedad, vale la pena volver a plantearlo. En el cine, importa tanto lo que se decide mostrar como lo que no. La postura de Smitsman nos hace entrar en una zona gris en el posicionamiento moral frente a lo que vemos. Y de ello, se extrae la incomodidad que puede producir el largometraje. El film reconstruye, mediante continuas analepsis y prolepsis (bastante gratuitas en el tramo final), en cuanto se presenta una realidad descoyuntada, la reconstrucción de los antecedentes que llevaron a un grupo de amigos a matar a la chica más incómoda en las dinámicas intergrupales. Fuera de presentar a los adolescentes como villanos, desde un tratamiento entomológico y quirúrgico se deciden poner el énfasis en los motivos, sean injustificados o no, en la implicación del asesinato. Viene a ser una variante de Bully[1] (2001) de Larry Clark pero sin el descarnado nihilismo de aquel. Al borrar la línea de inocencia para la víctima y al recrearse en mostrarnos el cadáver en descomposición, junto con la reconstrucción (innecesaria) del momento en el que acometen el crimen, Smitsman plantea interrogantes respecto a su toma de decisiones. Si pretende situarse en una presunta zona objetiva y distanciada, algunos efectismos mórbidos son innecesarios. Si procura reconstituir la imagen de los perpetradores implicados, exponiendo las flaquezas y problemas personales y mentales que sufren, hay que tener cuidado de que eso no sea a costa de poner en zona oscura a la víctima. Porque, si no, se corre el peligro de eximir el homicidio. Doy por sentado que no es su propósito, pero hay que ser extremadamente cuidadoso cuando se quiere representar la grave anemia que sufre la adolescencia actual, que ha integrado en su lógica la muerte como herramienta para borrar aquello que nos molesta. Si les interesa el tema, les recomiendo mejor que vean Bully, mucho más arriesgada y perturbadora. Y en aquella no hay lugar a dudas, aunque es rabiosamente inquietante y visceral.
[1] LINK EXTERNO: http://loveisthedevil.blogspot.com/2008/02/bully.html (la crítica es mía).
|