"Dicen que la vida es como el agua. Queremos retenerla con las manos, pero se nos escapa entre los dedos. Por esto cerramos los puños: no queremos que se escape tan deprisa".
Jiri Soukup, 82 años. Salto de altura, en Olímpicamente grandes
Cuando rondas los cuarenta, empiezas a mirar atrás. Mucho más que hacia adelante. Recuerdas. Analizas. Evalúas. Y, la mayoría de las veces, no te gusta el balance final. Vivir o existir se convierten en dos verbos que definen tus preocupaciones, tu estado de ánimo, tus decisiones. O tus indecisiones. ¿Estoy pasando por la vida de puntillas o me siento orgulloso de lo que he hecho? ¿Se me recordará por algo? ¿Qué he hecho que valga la pena?
¿He escrito un libro? ¿He plantado un árbol?
¿Acaso importa?
Es entonces cuando te das cuenta de que lo que parecía un simple hobby, un entretenimiento para integrarte en el nuevo entorno en el que te ha tocado (sobre)vivir, ya sea por decisión propia o por las circunstancias -o decisiones- de tu vida, deja de ser tu válvula de escape y se convierte, básicamente, en el centro de toda tu atención. Porque, lo creas o no, es lo que realmente te importa, lo que te hace olvidar el cómo has llegado a este momento de tu vida, y lo que te define como persona... lo que define que empieces, de una vez, a valorar el presente... y a pensar otra vez en el futuro.
De esto sabe, y mucho, Dylan Williams, el director del documental seleccionado para el mes de agosto. Natural de Galles, hace más de seis años se trasladó a Estocolmo, por amor. Dejó atrás una vida profesional llena de éxitos en el campo audiovisual para conseguir llevar algo de dinero a casa haciendo de barrendero o de cuidador. Lo primero que le enseñó su profesora de sueco fue que lo mejor para integrarse en la sociedad era unirse a un club. Así que, ya que le gusta nadar... se une a un grupo de hombres que nadan. Natación sincronizada, para ser exactos.
El grupo lo componen hombres como él: un carnicero hastiado de hacer cada día lo mismo, un alto ejecutivo cansado de su vida de soltero, un ex-rockero que hace mucho perdió la ilusión de convertirse en músico, un viva-la-vida que no quiere darse cuenta de que se hace mayor...
Pronto, entrenar, competir en el campeonato mundial de Milán, ser riguroso, se convertirá en la prioridad que ayude a Dylan, también, a encontrar la solución a sus preguntas y problemas actuales: ¿por qué dejé mi lugar natal?, ¿cómo he podido dirigir así mi vida?, ¿cómo voy a pagar las facturas este mes si tengo que pagar el viaje con el equipo? Pero no sólo él dejará de lamentarse por su vida, pensando por fin en un futuro prometedor, sino que todos ellos, a su manera, descubrirán lo bonito que puede ser lo que les queda por delante: encontrar el amor en la madurez; dejar un trabajo rutinario para montar lo que hace tiempo le rondaba al carnicero: un local de ayuda a discapacitados; sentirse parte de algo importante... Sentirse bien con uno mismo, con los demás, con tu entorno... darte cuenta de que no todo acaba a los cuarenta, sino que hay mucho que ver, y disfrutar. Todo esto es Hombres sincronizados.
Pero, el documental en sí, ¿es bueno? ¿Técnicamente envidiable, una edición perfecta, un sonido de calidad? La respuesta es simple: ¿acaso importa? La verdad es que no. Muchas veces, si lo que se explica se hace desde el fondo del corazón, no se necesita mucho más.
Trailer:
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