Este año para México representa una fecha importante, una conmemoración histórica que no es digna de celebración, pero sí de recapitulación y persistencia en la memoria. Cumplimos cien años del inicio de la Independencia y doscientos del inicio de la Revolución. Seguramente el tema quedará mencionado en repetidas ocasiones porque casi todo el apoyo para la cinematografía nacional de este año ha sido encaminado a la historia y percepción del México actual e histórico.
Para muchos historiadores, pensadores y políticos, en este 2010, el país no debería estar de fiesta sino en una etapa de reflexión. Esta misma sensación no se ha quedado únicamente en la mente de estos líderes de opinión y, por el contrario, ha trascendido a las manifestaciones artísticas. Por ello, películas como El Atentado han llegado a las pantallas del país.
Este film, basado en la novela de Álvaro Uribe llamada El Expediente del Atentado, trata sobre un intento de asesinato que tuvo el desafortunado Arnulfo Arroyo contra el dictador Porfirio Díaz. La novela, que está escrita sobre bases de realidad, ha pasado ahora a la pantalla grande por uno de los directores mexicanos más importantes de los últimos veinte años: Jorge Fons.
Tras quince años de ausencia en las salas de cine, Fons (Rojo Amanecer, El Callejón de los Milagros) vuelve para relatar la historia de cuatro personajes que tuvieron alguna injerencia en el expediente de El Atentado: Federico Gamboa (Giménez Cacho), un escritor; Arnulfo Arroyo (Yázpik), el asesino; Eduardo Velásquez (Bracho), el jefe de la policía; y Cordelia Godoy (Azuela), una chica llena de sorpresas, serán los puntos de vista bajo los que se mira y se cuenta toda la historia. Cada óptica es un eslabón perdido, una pieza de rompecabezas y una mirada sobre las causas que ocasionaron todo el evento.
La construcción de la historia y el montaje del largometraje van entretejiendo todo lo sucedido con el Atentado. Cuando parece que todo va cobrando forma, una nueva versión de los hechos llegará para sembrar la duda sobre el giro y camino que seguirá la película. Ir entretejiendo esta narración es un proceso muy complejo, e incluso llegan momentos en los que resulta una maraña de acontecimientos para el espectador. Versiones que se repiten (por partes), repeticiones de acontecimientos, cambios de perspectiva, todo al más puro estilo de historias paralelas, simultáneas y complementarias, pero al mismo tiempo, dejando muchos vacíos y dudas.
Lamentablemente este expediente nunca ha sido cerrado, y las dudas que han surgido a lo largo de la historia también han quedado plasmadas en la película. La frustración al verla ha sido grande, no porque el texto fílmico no concluya como tal, sino más bien, porque finalmente, las cosas son así en el día a día del país. Aquí nunca pasa nada y nada es lo que parece. Transcurren los días, salen a flote las versiones, los registros, las declaraciones, y al final volvemos al punto de partida, el mismo del que nunca debimos haber salido.
La estética de esta reinterpretación cinematográfica del texto de Uribe tiene una característica muy especial: la película ha sido rodada dentro de un set, y los escenarios son reproducciones construidas especialmente para la cinta. De cierta forma, a primera vista podría parecer lamentable que toda la inversión (que no ha sido poca) se haya gastado en la construcción de set, en vez de la utilización de escenarios reales, sin embargo, una razón aparece: la única adaptación que Fons ha hecho de la novela es la aparición de un par de personajes que hacen representaciones teatrales en una pequeña carpa en la ciudad, en donde re-narran los sucesos acontecidos previamente en la historia (y en la película, por ende). Esta escenografía emula esos escenarios de carpa acartonados y fantoches que sostienen nuestra historia quebrantable y blanda, ligera y tambaleante.
Todo lo que sucede en México, desde tiempos inmemoriales, ha tenido estos rasgos de incompetencia. En este país nunca pasa nada, nadie conoce la verdad de los hechos. Toda nuestra historia se construye de cuentos fragmentados, de recuerdos ocultos o mal contados, y de farsas que los políticos se han encargado de crear. De ahí proviene la justificación de las escenografías controladas y creadas a medida para generar apariencias, para producir escenarios ideales.
Es muy destacable el trabajo actoral de Daniel Giménez Cacho, quien se impone ante un Bracho un poco acartonado. José María Yázpik, José María de Tavira e Irene Azuela han sacado adelante personajes creíbles, aunque no tan sólidos como el del primero. Además, la cinta cuenta con la participación de otras personalidades, cuya sola presencia es suficiente: Maria Rojo y Angélica Aragón.
El relato de Fons se basa en la provocación de un estado de continua frustración, por la incomprensión de los hechos, por el visionado de una mentira visual y por la necesidad de tener una resolución. Es esta sensación de injusticia, insatisfacción e incredulidad, con la que salimos de la sala, aquella que sentimos ante lo que pasa a nuestro alrededor y no comprendemos: Vivimos en un país en donde nunca pasa nada.
En el marco del Bicentenario, Jorge Fons no ha elegido una cinta de celebración o conmemoración de alguno de nuestros hechos históricos, por el contrario, ha escogido un momento ajeno, pero que sigue demostrando que -ancestralmente- vivimos del aire que nos han enseñado a respirar, sin preguntas ni respuestas. El Atentado es una llamada más de atención y una invitación a que reflexionemos sobre nuestro país.
Ficha técnica:
El atentado, México, 2010
Dirección: Jorge Fons
Producción: Mariano Carranco, Diego López Rivera, Mónica Lozano
Guión: Fernando Javier León Rodríguez, Jorge Fons, Vicente Leñero, Alvaro Uribe (novela)
Fotografía: Guilermo Granillo
Montaje: Sigfrido Barjau, Miguel Salgado
Música:Lucía Alvarez
Interpretación: Daniel Giménez Cacho, José María Yazpik, Julio Bracho, Irene Azuela, José María de Tavira
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