Cada año el Festival de Cannes ha sabido romper esquemas artísticos, comerciales, turísticos y promocionales para llegar a convertirse en el más famoso de los festivales de cine de todo el mundo. Solo unas cuantas de los miles de películas que se proponen, son escogidas para exhibir con orgullo el prestigioso sello de invitación.
No faltan las notas curiosas en Cannes. Este año el escándalo estuvo de parte del director danés Lars von Trier, quien fue excluido del Festival (si bien no fue expulsado de la competición, donde ha participado con su película Melancholia) por dar declaraciones de simpatía hacia Hitler, de las cuales se arrepintió un par de días después.
Pero yendo a lo importante, vale la pena destacar la naturaleza universal de la muestra. En la modalidad de competición de largometrajes, fueron seleccionadas veinte películas. Una española, dos de Estados Unidos, dos de Japón, sendas de Turquía, Israel, Australia, Austria y Reino Unido. El resto son europeas, nueve de ellas francesas, de las cuales cinco son producidas en unión con otros países.
Si bien en esta selección no había ninguna de Latinoamérica, debe destacarse que el importante premio a la opera prima, La Cámara de Oro, le fue concedido a la película argentina Las Acacias. Este premio está fuera de la competencia oficial, pero señala ante el mundo el nacimiento de un nuevo director de gran talento, en este caso Pablo Giorgelli.
La cotidianidad, el tema recurrente
El tema central de los filmes ha sido la vida cotidiana, ya sea en medio de una familia norteamericana a través de las generaciones, tocada por el árbol de la vida universal o en una pequeña ciudad que se asemeja a un viaje entre las estepas monótonas de un país enorme; o en un hogar de niños al cual llega el amor en bicicleta; o en el ambiente de una familia de investigadores; o el de la vida diaria de una brigada de policías de menores que se enfrenta a la dureza de una sociedad en desajuste. También la de un pueblo japonés, donde a la gente moderna ya no le importa el tradicional valor de la espera, tal como está sucediendo en tantos lugares de la tierra. O por qué no, la de un burdel parisino, donde todo es posible. Esa vida cotidiana, de mujeres que todos los días deben traer el agua del manantial hasta que se atreven a hacer una huelga de amor para domar a sus machistas compañeros. O la vida simple de un antiguo escritor y bohemio famoso que se convierte en limpiabotas para sentirse cerca a la gente. O la extraña convivencia forzada de un adulto y un niño o la de dos amigos que se atreven a romper la rutina diaria, imitando la de personas poderosas para ver hasta dónde pueden llegar. Cotidianidad que sorprende cuando una joven estudiante va de trabajo en trabajo y cae en una red de bellas durmientes, o de madres que no se comunican bien con sus hijos y se preguntan sobre sus responsabilidades cuando todo sale mal.
Este complejo collage de cotidianidad, se matiza con algunas historias extrañas, fantásticas. Notablemente la de un Papa recién electo que se derrumba ante su enorme y nueva responsabilidad y de la un melancólico planeta que se dirige a la tierra para cambiar las vidas de todos. No faltan dos extrañas películas de carretera, una de ellas con persecución infernal incluida y otra donde una antigua estrella de rock realiza a su propio ritmo, un viaje a través de América, tras el fantasma de las obsesiones de su padre. Complementan este collage tres historias más: Una de cine sobre el cine, donde una estrella del cine mudo cae en el olvido cuando el sonoro llega impetuoso, mientras ve a otras estrellas surgir y brillar; otra, es una intricada historia de samuráis, una prueba de fuerza motivada por las ansias de venganza. La tercera es una creativa y sugestiva película española, de Almodóvar, en la cual la creación de una nueva piel humana se convierte en un pretexto para contar una historia de investigación, experimentación y falta de escrúpulos ¿Es el lado oscuro de la ciencia el resultado final de un proceso en principio noble y desafiante?
Las personalidades del jurado
Rico en colores y nacionalidades, el jurado estuvo presidido por Robert de Niro y compuesto por Olivier Assayas (director-Francia), Martina Gusman (actriz-Argentina), Mahamat-Saleh Haroun (director-Chad), Jude Law (actor-Reino Unido), Nansun Shi (productora-Hong Kong, China), Uma Thurman (actriz-Estados Unidos); Johnnie To (director-Hong Kong, China) y Linn Ullmann (novelista-Noruega).
El árbol de la vida, entre lo universal y lo cotidiano
El jurado ha concedido el premio más importante del festival, la Palma de Oro, a la película El árbol de la vida (The tree of Life, EUA), dirigida por Terrence Malick. Ya Malick había ganado en 1979 el Premio a la mejor dirección por Days of Heaven. Los actores protagonistas son Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain y Hunter Mccracken.
Sin duda se trata de una película que se atreve a profundizar sobre los aspectos más trascendentales de la vida familiar, de la vida cotidiana, que se convierten y salen de la danza cósmica universal. Con bellas imágenes y soberbios efectos especiales, acompañados de una música celestial al mejor estilo de 2001 una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), se conecta lo diario con la totalidad infinita.
Para lograr estas conexiones, Malick hace un recorrido por los momentos más caóticos, preciosos y sorprendentes de la rica saga cósmica: la formación del Universo en una formidable explosión bigbángica hace catorce mil millones de años; la formación de la Tierra desde una nebulosa solar; las primeras formas de vida en la Tierra, el mundo de los dinosauros de hace 160 millones de años y el fin último, proyectado cuando el Sol se vuelva una enana blanca y la Tierra, un conjunto de trozos de materia regada por el espacio. Ello lo logra trabajando con efectos especiales por primera vez en su carrera, jugando con una mezcla de arte pictórico y digital, de modo que se siente una cierta intimidad en toda la imponente espectacularidad.
En medio de toda esta orgía de colores y formas cósmicas, se cuenta una saga familiar, cotidianidad que no pierde protagonismo, dos generaciones que se mueven entre el amor maternal y la rigidez paternal, a la vez dura y tierna. Ecos de Kubrick, pero más claros y más perturbadores, pues la épica odisea de El árbol de la Vida ocurre en la Tierra y en la mente, dos mundos tangibles y cercanos a los espectadores.