Un año más, y van 83, Hollywood decidió cuáles de sus películas de este último 2010 merecían la entrada a su privado y homogéneo Olimpo fílmico. Bien aleccionadas las producciones de la amplia lista de diez (por segundo año consecutivo), con buena presencia de historias basadas en hechos reales (cuatro) como contrapunto a otro puñado de fábulas fantásticas, en casi todas ellas cundía una (obligatoria) buena dosis de esa autosuperación heroica que vuelve locos a los yanquis. Con un notable nivel en la calidad de casi todas las candidatas, pese a pronósticos y previsiones (si no fuera por los Globos de Oro o los premios del Sindicato de Actores desaparecerían estos rumores), lo que de verdad cabía esperar era un justo reparto de puntos, como finalmente vino a confirmarse.
La cinta que más galardones internacionales había recabado hasta la fecha, la británica El discurso del Rey (The King's Speech), un filme concebido escrupulosamente a partir del emotivo modelo americano para su gloria, fue la triunfadora de la noche (que no gran triunfadora de la noche, por convertir en premios sólo un tercio de sus nominaciones) al alzarse con cuatro estatuillas de las principales categorías: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Original y Mejor Actor, para el también inglés Colin Firth. La genial interpretación del tartamudo monarca Jorge VI de Inglaterra era uno de los premios "cantados", como también se confirmó el secreto a voces que otorgaba el reconocimiento a la Mejor Actriz a una inconmensurable Natalie Portman en el complicado papel de una bailarina solista de ballet en Cisne negro (Black Swan) -el único Oscar que materializó la paranoica pero solvente película de Darren Aronofsky-.
La que terminó por ser una de las noches de los Oscar más disputadas de los últimos años, no se decantó por su favorito hasta cerca del final del evento, cuando se premiaba a su director, Tom Hooper. Hasta entonces, la cinta revelación del año, principal competidora de aquélla, La red social (The Social Network), de un David Fincher en estado de gracia, mantenía una templada esperanza y pocas probabilidades de llevarse el gato al agua. Tuvo que conformarse con tres estatuillas menores (Guión Adaptado, Música Original y Montaje), una producción dinámica que arroja algo de cinismo y modernidad temática a una industria que no acostumbra a incluir giros bruscos en su guión. No obstante, nada comparable a la decepción por el fracaso de 127 horas (127 Hours), la truculenta narración de un accidente por parte de Danny Boyle, o Valor de ley (True Grit, Joel Coen y Ethan Coen), la (ahora sí) gran perdedora de la noche, que marcharon a casa con la cabeza gacha y las manos vacías tras seis y diez nominaciones, respectivamente.
Volviendo a las costumbres inamovibles de Hollywood, la espectacular Origen (Inception, Christopher Nolan) hizo las veces de Avatar (James Cameron), alzándose con cuatro premios que acaparaban la mayoría de las distinciones técnicas. Los restos que dejó, los recogió la Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland) de Tim Burton: Dirección Artística y Diseño de Vestuario. Lejos de las ostentosas puestas en escena, el reconocimiento a las interpretaciones estelares que alimentaron la contradictoria parábola de realidad que es The Fighter (David O. Russell), al conseguir los premios a los actores de reparto masculino y femenino -el esperado de Christian Bale, y la sorpresa de Melissa Leo-.
Toy Story 3 (Lee Unkrich) ganó la categoría de Largometraje de Animación, además de la de Mejor Canción Original, y la danesa En un mundo mejor (In a Better World, Susanne Bier) corroboró las sospechas que la encumbraban como Mejor Película de Habla No Inglesa, en una gala que fue tachada (y me uno a ello) de soporífera (hallando su culmen en los cansinos números musicales), políticamente correcta (quizá como respuesta de enmienda al pánico que sembrara el corrosivo Ricky Gervais en los Globos de Oro) y corta (se podría agradecer si hubiera habido alicientes; la del año anterior fue larga pero al menos contextualizó las películas). Con la presentación mecánica de un James Franco impávido y tieso -tal vez, debido a los nervios por su nominación- la ceremonia apenas salió adelante gracias a una Anne Hathaway chispeante y cautivadora. Ni la intervención cómico-senil del gran Kirk Douglas, ni los chascarrillos de Robert Downey Jr. y Jude Law promocionando la segunda entrega de Sherlock Holmes, fueron suficientes para animar lo que se percibió como un mero trámite del cine mainstream. Si no lo creen, quédense con una imagen: la fugaz y desoladora celebración de un masificado Oscar Honorífico, que ninguneó al mismísimo Francis Ford Coppola, sirvió de prueba concluyente de que Hollywood necesita un buen lavado de cara.