Todos conocemos numerosos ejemplos de la representación del narcotráfico en las ficciones cinematográfica y televisiva. Sin embargo, al delimitar esta lista temática con el género de la comedia, el campo se restringe notoriamente. Si ahora evaluamos cada una de estas propuestas, puntuando por igual calidad y desparpajo, muy posiblemente (al menos, a juicio del que suscribe) el inventario lo coronaría Weeds, la original sitcom de Jenji Kohan.
Protagonizada por un ama de casa que, tras quedar viuda, decide trapichear con marihuana para mantener su nivel de vida de clase media, esta serie televisiva sin premeditado ánimo de lucro (su creadora, encantada con el divertimento que le proporciona el desarrollo de su producto, consiente que los capítulos se estrenen antes en Internet que en la pequeña pantalla) se erige como un verdadero mazazo al tan cacareado sueño americano, representado mediante la doblez latente en esos suburbios de chalecitos prefabricados con jardín.
Esta intención de contundente escarnio se dispone ya desde los créditos iniciales con el tema clásico Little Boxes de Malvina Reynolds -interpretado por diferentes artistas a partir de la segunda temporada-, que alude al individuo como pieza integrante (anónima y prescindible) de una masa alienada y borreguil. Tomando como referencia esta idea, el producto se atiborra de las pulsiones de una autora familiarizada y comprometida con una legítima autocrítica a los muy discutibles valores yanquis. Como la dedicada a esa corriente puritana americana de renovadas raíces, alimentadas, en buena medida, por la elección y posterior reelección de George W. Bush como presidente de los EE.UU.
Cuestionamientos sobre la fe y las creencias personales, la condena del militarismo como instrumento para acaparar poder, el problema de la inmigración o la evidencia de la corrupción y el caciquismo como lacras sempiternas de una sociedad que parece necesitarlos para funcionar, son algunos de los fondos sobre los que los guionistas han sido capaces de armar una dinámica historia sobre la hipocresía y las apariencias sociales. Y es que, ante el qué dirán, nada mejor que una copiosa ración de buena imagen; en Weeds, salvo los fumadores (aunados bajo la figura del genial Doug Wilson), todos viven atemorizados por el menor declive en sus reputaciones, en un ambiente donde es más valioso guardar las formas que la felicidad real.
La exageración, extrapolada a un sutil surrealismo es el principal aliciente de un serial que se recrea en el embrollo in crescendo, en ingeniosa mixtura con una colección de estrambóticos e insuperables personajes, encabezados por uno de los más complejos, a la par que controvertidos, papeles de la historia televisiva: la madurita supersexy Nancy Botwin (en la serie llegan a denominar la mercancía que vende con el acrónimo "MILF" -Mother I'd Like to Fuck-, popularizado en 1999 por la hilarante comedia American Pie y muy empleado actualmente en la jerga de la industria pornográfica). De peculiar y espontáneo modus operandi, Nancy luce modelitos de adolescente calentorra y sorbe compulsivamente granizados, suscitando amor y odio a partes iguales. Ora su inconsciencia impulsiva la da a entender como una pija egoísta acomodada en los caprichos que le procurara su marido, ora su mente calculadora revela una inesperada sagacidad cautelosa; puede que no siempre lo consiga, pero lucha por ser la mejor madre del mundo.
A través de la experiencia de Nancy, Weeds explora las escalas jerárquicas del tráfico de estupefacientes, del menudeo callejero al crimen organizado bajo tapaderas que distribuye internacionalmente y donde el gangsterismo es un soporte ineludible y subyacente a la política. La yerba, que en un principio se mostraba como epicentro de una comunidad que sobrevivía gracias a ella, poco a poco se va soterrando en el seno de un clan que vio fortalecidos sus lazos afectivos desde que su matriarca estableciera un modelo económico basado en la ilegalidad, en lo que vendría a ser una suerte de desprejuiciada y satírica familia Corleone californiana del siglo XIX. Al tiempo que lo hizo la marihuana, la comicidad explícita de las primeras temporadas fue dando paso a un drama de aroma independiente -eso sí, siempre rociado por un genio altamente corrosivo, en ocasiones negrísimo-.
El pasado 16 de agosto, la cadena Showtime estrenó la sexta temporada de esta serie minoritaria pero exitosa, de la que debemos apreciar su evasión de los juicios condicionados y de las moralinas sobre un asunto tan serio como son las drogas. Por otro lado, sí se le advierte un claro posicionamiento acerca del oficio del "camello" al subrayar los riesgos que conlleva la rutina de "cambiar un verde por otro verde". Sin necesidad de perder la mordacidad, el guión suele proponer una solución eficaz y simplista cuando todo sale mal: carretera y manta. No queda otra.