La sitcom británica vivió su período de esplendor en los últimos años de la década de los setenta (Hotel Fawlty, Man About the House o George and Mildred) y los primeros de los ochenta (Yes Minister, The Young Ones, Black Adder, ‘Allo ‘Allo! o Red Dwarf). Tras unos noventa de sequía, con la llegada del nuevo milenio la comedia televisiva inglesa parece haber recuperado el lugar que se ganó a pulso, gracias a ingeniosos y fructíferos exponentes de la talla de Spaced (1999-2001), The Office (2001-2003) ) o The Inbetweeners (2008- actualmente). Resulta evidente la llegada de un poshumor catódico que reelabora los mecanismos clásicos sin perder esa ironía refinada que caracteriza la comicidad británica, pero que tiende a crear una moda sustentada en una potente carga de incomodidad y en la riqueza del revival mediante inagotables referencias a la cultura pop. Además, esta revisión del chiste inglés pasa por auto-complacerse gracias al pastiche genérico; sobre todo con una predilecta disolución de lo cómico en el drama.
Uno los últimos productos en ofrecer su particular versión de este esquema, es Misfits, serial creado por el guionista televisivo Howard Overman. Se trata de una propuesta descarada y adictiva, disfrazada de producto juvenil que, pese a bucear en los códigos del thriller más primario, juega sus mejores cartas en el arte del chascarrillo y la celeridad visual, rasgos definitorios de una generación preocupada por lo inmediato y lo llamativo. Como es fácil deducir, un guión insólito y atiborrado de golpes de efecto constituye el punto fuerte de la serie, que aúna ecos de la caramelizada adolescencia de su compañera de canal (E4) Skins y del único atractivo de la fracasada Héroes: un heterogéneo grupo de delincuentes juveniles adquiere superpoderes tras sufrir una brutal tormenta mientras realizaban sus trabajos de servicio comunitario. La palabra "misfits", en español "inadaptados sociales", califica sin rodeos a los protagonistas, muestra representativa de la juventud de hoy, sin responsabilidades e irresponsable, acostumbrada a hacer su voluntad, poco motivada y cansada de las podredumbres de una sociedad egoísta, desgastada y cruel (la coincidencia en el tiempo con el movimiento 15-M en España, integrado en buena parte por una juventud que ha despertado del adocenamiento ejercido por el sistema, proporciona una cierta inmediatez a este artículo). La transformación psicológica vendrá de la mano de un misterioso justiciero de la calle que aparecerá hacia el final de la primera temporada en calidad de catalizador de una necesaria conciencia. Así, la serie declara su verdadera intención al introducir la vertiente superheroica: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Estas habilidades especiales se han procurado entroncar con la personalidad de su dueño (la capacidad para retroceder en el tiempo con aquél que vive obsesionado con su turbulento pasado o la invisibilidad con el que es ignorado por todos), asistiendo el desarrollo dramático del personaje al tiempo que se alimenta la línea narrativa central, hilo conductor de los auto-conclusivos episodios (suelen conceder sus minutos de gloria a un nuevo superhombre, como la creadora de una secta de beatos, un manipulador mental de la lactosa o la estrella de un videojuego de acción, entre otros, encargado de poner el conflicto sobre la mesa). Este sustrato de modernas y feroces entelequias "videocliperas" (a cuya composición contribuyen los rabiosos temas de la banda sonora, encabezados por el punk-rock de The Rapture en la sintonía de apertura) es el artefacto más apropiado para el ensamblaje de géneros antes citado; el peripatético devenir de los protagonistas concurre con un suspense naif - pero bien pulsado, que solo es una mutación más del delirante todo- y con un humor vitriólico que nutren de complejidad formal una trama ya de por sí ecléctica.
Esta actualización desvergonzada del grupo de Los cinco de Enid Blyton demuestra una sana e impetuosa voluntad de generar un culto icónico ya desde su primera secuencia: en un vestuario, los chavales se calzan unos característicos monos naranjas, similares a los de los presos del corredor de la muerte, que les acompañaran durante toda la serie como símbolo de la mácula social que arrastrarán de por vida. Este culto se completa gracias a la consagración de un valioso y creíble casting a la altura de las circunstancias. Las aventuras de la pandilla fantástica, liderada por el efímero descubrimiento del sandunguero talento de Robert Sheehan (hace poco saltaba la sorpresa al anunciarse que el actor que hacía de Misfits un verdadero valor en alza no ha renovado para la tercera temporada), han obtenido audiencias de casi millón y medio de espectadores en los apenas trece episodios (dos temporadas de seis, más un especial de Navidad) que llevan en antena, todo un récord para una serie que, fiel a su preceptiva originalidad, se promocionó mediante una campaña de marketing viral. Aún es pronto para determinar su relevancia dentro del panorama televisivo y más para calcular su futuro legado pero, por lo pronto, en 2010 se alzó con el BAFTA a la mejor serie dramática. Que siga por ahí.