Estábamos haciendo nuestra tesis de grado, allá a mediados de los 80, que versaba sobre las influencia del Neorrealismo en el cine venezolano. En el marco histórico figuraba el nombre de Luis G. Berlanga y su Bienvenido Mr. Marshall (1952) como ejemplo del estilo neorrealista fuera del cine italiano. Por aquel entonces afortunadamente se exhibía el film en la Cinemateca de Caracas y corrimos a verlo. Era nuestro primer contacto con el genio de ese estupendo veedor de la realidad española. Ni me imaginaba yo que años después iba a estar hablando con el maestro vía telefónica tratando de convencerlo de que viajara a Caracas para engalanar la presentación de una retrospectiva suya que había organizado la Cinemateca y la Embajada de España. Recuerdo que mi voz me temblaba, y no era para menos... Lamentablemente, el maestro no pudo viajar, pero con mucho pesar me dijo que era para él una lástima porque ya había visitado nuestro país tiempo atrás, que había dejado muchos amigos queridos aquí y que conservaba el recuerdo de una agradable estancia.
Berlanga se ha ido y es bueno volver a su obra. Bienvenido Mr. Marshall sigue siendo una de sus obras maestras y definía lo que iba a se su filmografía: un cine lleno de risas, cierto, pero con mucho sarcasmo de por medio, con algo que toca el esperpento para desentrañar realidades sociales con, al mismo tiempo, una finura en la puesta en escena en donde abundan los planos largos en los que la cámara va de un grupo de actores a otro, hurgando, viendo, capturando nimiedades, absurdos, ideas, o pensamientos dichos al azar o con toda intención por parte de los personajes.
Y si su estilo no variaba, sí lo hacían sus temas: de aquel pueblo cuyos habitantes esperaban ansiosos la llegada de unos norteamericanos de los cuales sólo llegaban a ver la estela de polvo que dejaba su veloz carrera atravesando el pueblo, Berlanga nos hacía reír con el deseo de una madre de querer casar a su hija con un buen partido en Novio a la vista (1953); tuvo problemas con la censura franquista por hablar del tema de los milagros en Los jueves milagro (1957), uno de sus mayores fracasos en taquilla, para volver con uno de los retratos sociales más penetrantes y lúcidos de la España de la época con Plácido (1961), magnífica comedia en la que los más encumbrados habitantes de un pequeño pueblo, en el día de Nochebuena, deben hacer la caridad de cenar con un anciano o un pobre, es decir con alguno de los más desfavorecidos de la sociedad. Berlanga narra sin tomar partido por ninguno de los personajes, ni para juzgarlos ni para condenarlos. Sus complicaciones, sus enredos existen más allá del autor que parece observarlos, en su ir y venir de un lado para otro, con un vaso de whisky en la mano. Primera colaboración con el brillante guionista Rafael Azcona, la cinta fue nominada al Oscar como Mejor película extranjera.
El ingenio de Berlanga todavía daría más con El verdugo (1963), extraordinaria comedia negra que hablaba de uno de los oficios más terrible que se pueda ejercer. Magníficamente interpretada por José Isbert, responsable de darle esa "dignidad" que todo oficio debe tener, la cinta es un alegato furibundo contra la pena de muerte y una vez más otra mirada incisiva a la España franquista de la época, considerada hoy día, con toda razón, como una de las mejores películas españolas de todos los tiempos.
En los 70 Berlanga llamará la atención con Tamaño natural (1974), una curiosa historia de amor entre un hombre cuarentón y una muñeca "Made in Japan", un film centrado en un personaje en específico, contrario a la mayoría de sus cintas construidas como relatos corales. Sin embargo, esa especie de "patología" que desarrolla el protagonista Michel con su "objeto de deseo", representación del ideal perfecto masculino de la mujer callada y sumisa, Berlanga se encarga de hacerla extensible al resto de los personajes: la madre Michel admite la situación de su hijo y viste a la muñeca con sus ropas; la esposa cuando la descubre se maquilla y se peina como ella en su afán por recuperar a su esposo; el plomero aprovecha que está solo y le hace sexo a la muñeca mientras es filmado con una cámara oculta; hasta llegar a esa especie de aquelarre en la que varios hombres intentan poseerla en un galpón. En definitiva, para Berlanga todos tenemos algo de fetichistas y él mismo se consideraba uno de ellos.
A finales de los 70 y principios de los 80 realizará una de las trilogías más exitosas del cine español, la saga de los Leguineche a través de La escopeta nacional (1977), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), ácido retrato de la clase empresarial y política de finales del franquismo. En los 80 dejará una de su obras más conocidas a nivel mundial La vaquilla (1985), osada intención de Berlanga de ver el tema de la Guerra Civil española a través de la comedia, al narrar la travesía de unos soldados republicanos que se infiltran en territorio enemigo para hacerse con la vaquilla que va a ser utilizada en la fiesta taurina de un pueblo cercano. De nuevo España, la vaquilla, deseada, acorralada, el objeto de ambos bandos. Y todo enmarcado en el absurdo de la contienda bélica. Es quizás su última gran película, pues el maestro no despertó tanto interés ni con Moros y cristianos (1987) ni con Todos a la cárcel (1993), por el que recibió el premio Goya al mejor director y donde disparaba a todo el mundo: a la iglesia, a los políticos, a la burguesía, al gobierno...
Triunfó la muerte llevándoselo, pero ha ganado la vida, el cine y nosotros que podemos seguir admirándolo volviendo a ver sus películas.