JESÚS FRANCO
Carlos Aguilar
Ed. Cátedra, 2011
Páginas: 398 - Formato: 11,00 x 18,00 cm
Solo una filmografía tan relativamente modesta como la española podía permitirse un lujo como Jesús Franco (Madrid, 1930), un hombre de cine que ha dedicado al séptimo arte toda su vida. El crítico Carlos Aguilar ha publicado esta extensa, exhaustiva e imprescindible monografía sobre un director nada convencional, al que no resulta nada fácil seguirle la pista, pues ha dirigido casi doscientos largometrajes, muchos de ellos adscritos a géneros tan marginales como el fantaterror erótico o el "porno blando". Además, Franco ha firmado sus trabajos con los más variados pseudónimos, entre los que podemos destacar los siguientes: Jess Franco, Frank Hollmann, J. Frank Manera, Clifford Brown, James Lee Johnson, Jess Frank, Candy Coster, Lulu Laverne, Lennie Hayden o Betty Carter, por citar solo algunos.
Jesús Franco, que procede de una de las familias de intelectuales más prestigiosas de España, ocupa en ella el nada cómodo lugar de la "oveja negra". Es cuñado del filósofo Julián Marías, hermano del musicólogo Enrique Franco y tío de Ricardo Franco, Javier Marías y Miguel Marías. Sus inicios en el cine no pudieron ser más prometedores, como ayudante de dirección de Juan Antonio Bardem (Cómicos, 1954; Muerte de un ciclista, 1955), Joaquín Romero Marchent (El Coyote, 1955) y León Klimovsky (Miedo, 1955; Viaje de novios, 1956). En el rodaje de Viaje de novios conoció a Fernando Fernán Gómez, que no solo participaría en Rififí en la ciudad (1963) como actor, sino que contó con Jesús Franco para el reparto de El extraño viaje (Fernando Fernán Gómez, 1964).
Las tres películas que van a consolidar a Franco como un director muy personal son La reina del Tabarín (1960), Vampiresas 1930 (1961) y Gritos en la noche (1961), ya que, aunque eran anteriores Tenemos 18 años (1959) y Labios Rojos (1960), estas no llegaron a estrenarse hasta algunos años después. De todas ellas, la más importante es Gritos en la noche, de la que Carlos Aguilar afirma lo siguiente: "en virtud de la óptima respuesta obtenida, en términos críticos y comerciales, incluyendo su distribución internacional, determina que éste, el quinto largometraje de Jesús Franco, implique todo un punto de inflexión en su carrera, decisivo hasta el punto de reorientar su filmografía". En Gritos en la noche ya intervenía, además, Howard Vernon, auténtico actor fetiche del cineasta, que recibe en aquel momento la oferta de trabajar como director de segunda unidad para Orson Welles en Campanadas a medianoche (Chimes at Midnight, 1965).
Quizás la década del sesenta fue la época de mayor esplendor de la filmografía de Jesús Franco, y, a partir de ahí, su obra inició una paulatina pero inexorable decadencia, aunque, de vez en cuando, surgía algún título interesante. Ya a finales de los años sesenta Franco empezó a trabajar a destajo, a rodar varias películas a la vez, con los mismos actores y localizaciones. Solo así entendemos que rodara, en apenas dos años, nueve películas para la productora Towers of London: Fu Manchú y el beso de la muerte (1968), La ciudad sin hombres (1968), 99 mujeres (1968), Marquis de Sade: Justine (1968), El castillo de Fu Manchú (1968), Venus in Furs (1969), Eugenie, the Story of Her Journey Into Pervesion (1969), El proceso de las brujas (1969) y El conde Drácula (1969). Con todo, en esas películas dirigió a actores de la talla de Christopher Lee, Klaus Kinski, Jack Palance, Mercedes McCambridge y George Sanders. Al rodaje de El conde Drácula, además, se incorporó Soledad Miranda, protagonista absoluta de Las vampiras (1970) y El diablo que vino de Akasawa (1970), y la musa de Franco hasta su temprana muerte.
Es una lástima que este prolífico director no pudiera concluir la versión de La isla del tesoro en la que dirigía a Orson Welles. Curiosamente, en 1992, el cineasta recibió el encargo de montar todo el material que se conservaba del Don Quijote proyectado por el creador de Ciudadano Kane, con un resultado no exento de polémica. Es verdad que las producciones de Franco han ido perdiendo en calidad desde mediados de los setenta, pero no menos cierto es que, durante toda su vida, ha seguido haciendo lo único que sabía: rodar. La última película suya con cierta repercusión fue Killer Barbys (1996), en la que intervenían Aldo Sambrell y Santiago Segura, pero no debemos olvidar que lo mejor de su obra se concentra entre 1960 y 1975. Aunque la bibliografía sobre Jesús Franco era relativamente amplia (sobre todo en inglés y francés), a partir de ahora, el libro de Carlos Aguilar se convertirá en una referencia inexcusable para quien pretenda acercarse a la filmografía de este particular cineasta madrileño, un director de culto, nuestro maldito peninsular.