Muchos somos los que aprendimos a amar el cine gracias a los personajes de Trinidad y Bambino, aunque, nombrados así, nos resulten, al menos en un primer momento, brumosos y lejanos. Si menciono el nombre real de los actores que los encarnaron, Carlo Pedersoli y Mario Girotti, la mayoría tampoco sabrá de quién estoy hablando, pero todo logra desambiguarse cuando se pronuncia una combinación mágica de palabras, la de una de las parejas cómicas más longevas y entrañables del cine, la formada por Bud Spencer y Terence Hill. Carlo Pedersoli es napolitano, estudió Química y se doctoró en derecho, y durante los años cincuenta participó en las Olimpiadas, en los equipos italianos de natación y waterpolo; Mario Girotti, en cambio, es veneciano, algo más joven, y aunque empezó a estudiar Filología Clásica, abandonó esa carrera para dedicarse al cine. Carlo y Mario adoptaron sus nombres artísticos a partir del rodaje de Tú perdonas... yo no (Dio perdona... io no!, Giuseppe Colizzi, 1967): Mario se apropió del apellido de su esposa, Lori Hill, y se cambió el nombre por el de Terence como homenaje al autor latino Terencio; Carlo, por el contrario, adoptó como nombre de pila el de su cerveza favorita y como apellido el de uno de sus actores predilectos, Spencer Tracy.
Habrá quien se escandalice o se lleve las manos a la cabeza, pero debo confesar que no sólo conservo un magnífico recuerdo de aquellas películas, sino que incluso ahora, cuando vuelvo a verlas, a pesar de todos los defectos y limitaciones que se pueden encontrar en ellas, me lo sigo pasando tan bien como me lo pasaba entonces. Todos sus títulos partían de una trama argumental muy sencilla, en la que los abusones de siempre trataban de aprovecharse de seres indefensos... pero entonces aparecían ellos, Terence siempre más simpático y amable, más parlanchín, Bud más distante y arisco, más serio y taciturno, pero con buen corazón, y ayudaban a quienes se encontraban en apuros impartiendo un tipo muy particular de justicia, repleta de guantazos y mamporros, salpimentada con empujones y tortazos... y todo terminaba bien, y todos regresábamos a nuestras vidas cotidianas con la sensación de que el mundo era un lugar seguro gracias a ellos y que no había sobre la faz de la Tierra nadie más fuerte que Bud.
Desde finales de los sesenta, y hasta mediados de los noventa, la pareja formada por Bud Spencer y Terence Hill participó en un total de diecisiete películas, y, aunque ambos han rodado largometrajes en solitario, hoy los recordamos gracias a esos títulos en los que actuaron juntos. Lo cierto es que coincidieron por primera vez en el rodaje de Aníbal (Annibale, Carlo Ludovico Bragaglia y Edgar G. Ulmer, 1959), un peplum italiano en el que intervinieron en papeles secundarios. A Terence Hill, los primeros papeles protagonistas le llegaron con Rita nel West (1967) y Io non protesto, io amo (1967), dos largometrajes de Ferdinando Baldi. A Bud, el primer papel protagonista se lo dieron en su primera colaboración con Hill.
Tú perdonas... yo no fue no sólo la primera de una larga lista de colaboraciones, sino el primero de los cuatro films que la pareja cómica rodó bajo las órdenes de Giuseppe Colizzi, quien los volvió a dirigir en Los cuatro truhanes (I quattro dell'Ave Maria, 1968), La colina de las botas (La collina degli stivali, 1969) y Más fuerte, muchachos (Più forte, ragazzi, 1972). Todas, menos la última, son spaghetti‑westerns, el subgénero que los convirtió en estrellas, pero en estos títulos todavía no se habían perfilado del todo las características que se darían cita en las dos entregas de Trinidad y Bambino. Así, Tú perdonas... yo no es un spaghetti-western en el que apenas cabe el humor, bastante cruel y sangriento. Eso es algo que va cambiando en sus dos colaboraciones posteriores con Colizzi, en las que Hill y Spencer repiten los personajes de Cat Stevens y Hutch Bessy, respectivamente, antecedentes inmediatos de Trinidad y Bambino.
Esos films de Colizzi incorporan ya ciertos elementos humorísticos y, sobre todo, presentan las primeras peleas multitudinarias que luego se convertirán en marca de la casa. Lo más destacable de estas películas es la presencia de algunos secundarios de lujo en torno a los protagonistas: Frank Wolff en Tú perdonas... yo no; Eli Walach en Los cuatro truhanes; y Lionel Stander, Woody Strode y Victor Buono en La colina de las botas. Estos títulos se despojan del sadismo que predominaba en los clásicos del spaghetti‑western y lo sustituyen por un humor menos cruel, más blanco, que encontrará la fórmula perfecta para el éxito en Le llamaban Trinidad (Lo chiamanavo Trinità, Enzo Barboni, 1970) y Le seguían llamando Trinidad (...continuavano a chiamarlo Trinità, Enzo Barboni, 1971), autoparodias de las películas anteriores, pero aptas para todos los públicos y las favoritas de los niños en las sesiones vespertinas de los cines.
En realidad, las películas de Trinidad son una suerte de sucedáneo en clave paródica de los spaghetti‑western, subgénero que había llegado a sus niveles más altos con los largometrajes de los tres Sergios: Sergio Leone (Por un puñado de dólares, 1964; La muerte tenía un precio, 1965; El bueno, el feo y el malo, 1966; y Hasta que llegó su hora, 1968), Sergio Sollima (El halcón y la flecha, 1966; Cara a cara, 1967; y Corre, cuchillo, corre, 1968) y Sergio Corbucci (Django, 1966; Joe, el implacable, 1966; y El gran silencio, 1968). Lo curioso es que también el spaghetti‑western más serio se vio influido en cierto modo por las películas de Terence Hill y Bud Spencer. Es más, Sergio Leone contrató al primero de ellos para un par de westerns crepusculares, que, si bien no dirigió directamente, sí produjo y escribió. Me refiero a Mi nombre es ninguno (Il mio nome è Nessuno, Tonino Valerii, 1973), donde Hill compartía cartel con Henry Fonda, nada menos, y a El genio (Un genio, due compari, un pollo, Damiano Damiani, 1975). Sergio Corbucci, por su parte, dirigió al dúo en Par-impar (Pari e dispari, 1978) y en la exitosa Quien tiene un amigo tiene un tesoro (Chi trova un amico, trova un tesoro, 1981); entre una y otra, trabajó con Hill en El superpoderoso (Poliziotto superpiù, 1980).
Ahora bien, si hay un realizador titular del tándem Spencer/Hill, ése es Enzo Barboni, más conocido por el nombre con que firmó sus trabajos, E. B. Clucher, guionista y director de Le llamaban Trinidad y Le seguían llamando Trinidad, obras en la que descubrieron una fórmula de éxito que la pareja repitió hasta la saciedad en todos sus rodajes posteriores. Allí encontraron un verdadero filón, que consiste en pasar el spaghetti‑western por el filtro de la comedia, sustituyendo los balazos y muertes por mamporros y palizas, lo que las convertía en películas incruentas y mucho más familiares. Eso es precisamente lo que diferencia a Trinidad y Bambino de los personajes anteriores encarnados por la pareja: la suciedad de los personajes, los eructos, las judías grasientas, los calzones largos y agujereados, las parihuelas... todo, en cierto modo, había salido ya en los spaghetti-westerns anteriores, salvo, quizás, los tortazos, pero ahora todo ello aparecía recombinado.
Enzo Barboni era un director de fotografía reconvertido en director de spaghetti‑western. Su primera película como director fue La puerta del infierno (Ciakmull-L'uomo della vendetta, 1970), a la que siguieron las dos entregas de Trinidad, dos películas con Terence sin Bud -Y después le llamaron el Magnífico (E poi lo chiamarono il magnifico, 1972) y Renegado Jim (Renegade, 1987)-, otras dos de Bud sin Terence -También los ángeles comen judías (Anche gli angeli mangiano fagioli, 1973) y Un zapatón en el paraíso (Un piede in paradiso, 1991)-, algún título sin ellos y tres películas más en las que repetía con el dúo del bofetón: Dos super policías (I due superpiedi quasi piatti, 1977), Dos super super esbirros (Nati con la camicia, 1983) y Dos super dos (Non c'è due senza quattro, 1984). Además, fue el director de Trinidad y Bambino: tal para cual (Trinità & Bambino... e adesso toca a noi, 1995), donde, con otros actores, narraba las aventuras de los hijos de Trinidad y Bambino.
De las diecisiete películas que rodaron juntos Bud Spencer y Terence Hill, no todas son westerns, ni mucho menos. Es más, a partir del éxito de Trinidad, se centraron más en un cine de acción y de aventuras, ambientado en un mundo más contemporáneo y próximo. Sólo volverían a hacer un western en la última de sus colaboraciones, Y en Nochebuena... ¡se armó el Belén! (Botte di Natale, 1994), película que dirigió el propio Terence Hill y cuyo mayor atractivo es el reencuentro con los actores ya envejecidos, dispuestos a repartir mamporros y justicia a partes iguales con tal de llegar a casa a tiempo por Navidad, ya que los personajes de este último título, Travis y Moses, eran hermanos, como Trinidad y Bambino.
El corsario negro (Il corsaro nero, Lorenzo Gicca Palli, 1971), una trasposición muy particular de la novela de Salgari, no deja de ser un título extraño en su filmografía, sobre todo por el tono del film y por ser su única incursión en el cine de espadachines. Tras el díptico de Trinidad, su siguiente gran éxito fue Y si no, nos enfadamos (...Altrimenti ci arribiamo!, Marcello Fondato, 1974), una coproducción italo‑española rodada en Madrid que muchos consideran su mejor película. No sé si lo es, pero sí es la que se recuerda con mayor cariño y nostalgia, repleta de homenajes al cine y en la que sale un antológico duelo de salchichas y cerveza entre los protagonistas. Y si no, nos enfadamos se ambienta en el mundo de la feria ambulante y cuenta con las actuaciones de Emilio Laguna, Manuel de Blas, Luis Barbero y un excepcional Donald Pleasance.
Más inadvertida pasó Dos misioneros (Porgi l'altra guancia, Franco Rossi, 1974), pero volvieron a tener otro éxito importante con Estoy con los hipopótamos (Io sto con gli ippopotami, 1979), dirigida por el productor Italo Zingarelli, responsable de la producción de Le llamaban Trinidad y Le seguían llamando Trinidad. El hermano de Sergio Corbucci, Bruno, los dirigió en Dos superpolicías en Miami (Miami Supercops, 1985), la última película que rodaron juntos antes del reencuentro que supuso Y en Nochebuena... ¡se armó el Belén!, estrenada casi una década después.
Al final, nos quedamos con la sensación de que las peleas de Bud Spencer y Terence Hill son lo mejor de sus películas, ya que se encuentran perfectamente orquestadas y cada uno de ellos pone en práctica su especialidad: el golpe de martillo de Bud y las acrobacias de Terence. Para muchos de nosotros, fueron lo más parecido al Gordo y el Flaco en versión moderna, o un trasunto en imagen real de Astérix y Obélix. Sus películas se basan en un humor físico y están repletas de gags; recuerdan, en cierto modo, a los cortos de Mack Sennett. De Trinidad, por su destreza y rapidez con el revólver, decían que era "la mano derecha del diablo", mientras que de Bambino, su hermano, afirmaban que era "la mano izquierda del diablo", porque, además de rápido, era zurdo.
Hoy, cuando vuelvo a ver las películas de Bud Spencer y Terence Hill, lo hago con los ojos del niño que las vio por primera vez. No es que no sea capaz de ver sus defectos y repeticiones, sino que, simplemente, no me importan, porque los personajes me siguen apasionando y divirtiendo como entonces, porque esos films me devuelven a los años de mi infancia y no soy capaz de verlos con otros ojos que no sean los de la nostalgia. Como afirma Luis Bagué, la línea que separa a un cinéfilo de un cinéfago es muy delgada, y a veces se entrecruzan. Por eso, me alegro cuando los veo de nuevo en la televisión. Terence Hill es el protagonista de la serie Don Matteo, en la que interpreta a un sacerdote detective; y Bud fue la imagen publicitaria de una entidad financiera (Bancaja): se interpretaba a sí mismo como un cliente que, al descubrir que el cajero no funcionaba y tenía que ir al otro lado de la ciudad para sacar dinero, iba repartiendo sopapos a diestro y siniestro, e incluso lanzaba a un mimo por los aires. Sin duda, en el cine, nadie ha pegado los guantazos mejor que Bud Spencer y Terence Hill.