El cine siempre ha reciclado historias. En un primer proceso se tomaron prestados argumentos, probados y exitosos en otros medios, para crear las nacientes obras cinematográficas. Así numerosas adaptaciones literarias, teatrales y musicales nutren el primer cine silente. Posteriormente, se sumaron las adaptaciones de cómics, crónicas de prensa, seriales radiofónicos y televisivos, y hasta los videojuegos en los años noventa.
Sin embargo, la taquilla ha sido determinante para un segundo proceso de reciclaje: la serie. Una película exitosa puede procrear una serie de películas, que con argumentos autónomos se conectan con su matriz, bien sea como "secuelas", que continúan con la trama original, y/o "precuelas", que se sitúan en un momento anterior a la versión original. Un buen ejemplo de estos dos procesos lo condensa la serie de Francis Ford Coppola que se inicia con El Padrino (1972), una adaptación de la novela homónima de Mario Puzo, cuyo éxito en taquilla y premios, dio pie a El Padrino II (1974), que incluye inteligentemente en una de sus líneas argumentales una "precuela", y la secuela final con El Padrino III (1990).
Un tercer proceso de reciclaje, y ligado estrechamente a los dos anteriores, es el "remake". Ese vocablo inglés que nos remite a un arte de "re-hacer" una película, o de hacer un "refrito" de la misma, según la traducción que se haga, pero el resultado siempre es el mismo: una nueva versión de la obra original. Así El Padrino (1972-1974-1990) tiene un exitoso remake en Sharkar (Ram Golpa Varma, 2005), que recrea la familia de un poderoso político en Mumbai, y reconoce abiertamente su inspiración en la obra de Puzo-Coppola. Un salto de la mafia italiana a la política hindi. No hay vergüenza, el remake reconoce a su progenitor, a la obra anterior que le dio a luz, y le rinde culto. Eso sí, trata de tener una vida propia de acuerdo al espacio y al tiempo de su producción, pero siempre guía sus pasos bajo las enseñanzas de su matriz.
Equivocadamente, se ha tomado al remake como un síntoma de agotamiento del cine narrativo actual, sin embargo, está presente desde que el cine comienza a contar las primeras historias: la obra teatral de J. M. Barrie, The Admirable Crichton (1902) tiene una adaptación cinematográfica homónima del británico G. B. Samuelson (1918) y un remake del norteamericano Cecil B. DeMille, Male and Famale (1919).
La gestación de un remake hoy, dentro de la industria cinematográfica, puede tener en un principio un motivo económico: es infinitamente más barato hacer un remake que comprar los derechos de adaptación de un best-seller, con la garantía que ya se ha probado su éxito en la gran pantalla. Por otra parte, puede entrar en juego el "revival", ese espíritu de revalorizar lo mejor del pasado, que en la historia del arte se comienza a manifestar legítimamente con el Renacimiento. Igualmente, se puede ver esta corriente revisionista como una simple banalización de las nostalgias, una moda pasajera, que va y viene según los caprichos del mercado.
Por tanto, al ver la cartelera cinematográfica de ayer, o de hoy, no es de extrañar encontrar remakes. Sus títulos no son inesperados agujeros en el tiempo, son simplemente estrenos del momento. Por lo que podemos establecer seis tipologías de remakes, aunque en ocasiones sus fronteras sean elásticas:
"Yo vi la película"
Las adaptaciones literarias y teatrales fueron fagocitadas por el cine, hasta tal punto, que su referente culto se perdió, trasmutó una y otra vez en la pantalla, creando los remakes de adaptaciones. Un buen ejemplo puede ser la novela del Nobel polaco Henryk Sienkiewicz, Quo Vadis, en sus cinco versiones, que van del cine silente al sonoro: una primera adaptación francesa (Lucien Nonguet y Ferdinand Zecca, 1901), y posteriormente sus remakes, dos italianos (Enrico Guazzoni, 1912 - Gabriellino D'Annunzio y Georg Jacoby, 1925), el popular hollywoodense (Mervyn LeRoy, 1951), hasta el último polaco (Jerzy Kawalerowicz, 2001). Pero el remake también se nutrió de la radio: la exitosa radionovela El derecho de nacer, escrita por Félix B. Caignet, y transmitida en Cuba en 1948, tiene su adaptación y su remake en las obras mexicanas de Zacarías Gómez Urquiza (1952) y Tito Davison (1953).
Dioses y monstruos
Hay personajes que se han instalado en el cine como si fuera su casa, desvinculándose completamente de su trama original, sea un referente literario o histórico. Son los eternos protagonistas del remake: Jesucristo, Frankenstein, Drácula, el hombre lobo, el hombre invisible, el hombre de la máscara de hierro, Juana de Arco, Robin Hood, Carmen, Don Quijote, Don Juan, Otelo, Madame Bovary, Oliver Twist, Romeo y Julieta, Napoleón y Cleopatra, por citar unos pocos.
Otros seres, son obras exclusivamente cinematográficas, y también reinan a sus anchas en el remake, incluso han pasado a adaptaciones para la televisión y los videojuegos. Tal es el caso de King Kong, ese gorila gigantesco que habita la Isla Calavera. King Kong, su versión original (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) dio paso a dos remakes homónimos, uno de John Guillermin (1976) y otro de Peter Jackson (2005). Incluso la versión original tiene su secuela con El hijo de Kong (1933), y el remake de Guillermin con King Kong 2 (1986).
Tiempos modernos
Los cambios tecnológicos han sido uno de los principales desencadenantes de la producción de remakes, el cine sonoro pone voz a sus eternos protagonistas silentes. Así The arab (Cecil B. DeMille, 1915) tuvo su remake en The Barbarian (Sam Wood, 1933). Y en el caso mexicano tenemos a Santa (Antonio Moreno, 1932), que es la primera película sonora y, a la vez, un remake de la obra homónima de Luis Peredo (1918). Por otra parte, algunos directores, que vivieron la transición del silente al sonoro realizaron sus auto-remakes, como Abel Gance con J'accuse (1938), un remake homónimo de su obra de 1919, en el cual inserta parte del metraje de la versión original.
Mientras que el color dio oportunidad de realizar nuevos remakes para nutrir la novedad tecnológica, uno de los géneros que más se aprovechó fue el melodrama norteamericano. Incluso reconoció abiertamente su procedencia y se vanaglorió de ello. Así el director John M. Stahl fue conocido como "el precursor" de Douglas Sirk, "el autor de los mejores melodramas de todos los tiempos", cuya fama se debe en parte a los remakes que filmó de Stahl: Magnificent Obsession (Stahl, 1935- Sirk, 1954) e Imitation of the life (Stahl, 1934- Sirk, 1959).
Posteriormente, el color se prestó para rendir homenaje a los clásicos del cine en blanco y negro, ser un tributo personal a los grandes maestros en obras homónimas: Brian De Palma con Scarface (1983) a la obra de Howard Hawks (1932), o Gus Van Sant con Psicosis (1998) a Alfred Hitchcock (1960), un discutido fidedigno remake.
Fronteras internas y externas
En los primeros años del sonoro, era habitual en los grandes estudios hacer versiones en varios idiomas de películas rodadas en inglés. Tal es el caso de Paramount que se instala en París y fabrica películas en versiones múltiples para toda Europa: francesas, españolas, alemanas, italianas, etcétera. Una auténtica factoría de remakes. Por su parte, Hollywood, desde siempre, ha realizado remakes de películas extranjeras, y como origen emblemático están las producciones francesas: desde Algiers (John Cromwell, 1938), que es un remake de Pépé le Moko (Julien Duvier, 1937), pasando por los prolíficos ochenta y noventa con La mujer de rojo (Gene Wilder, 1984), Mis problemas con las mujeres (Blake Edwards, 1984) y Sommersby (Jon Amiel, 1993), respectivos remakes de Un elefante se equivoca enormemente (Yves Robert, 1976), El hombre que amaba a las mujeres (François Trufaut, 1977) y El retorno de Martin Guerre (Daniel Vigne, 1982).
También la industria norteamericana ha realizado remakes de otras producciones europeas: de la italiana Perfume de mujer (Dino Risi, 1974), en la obra homónima de Martin Brest (1992), de la alemana Cielo sobre Berlín (Win Wenders, 1987), en la obra de Un ángel enamorado (Brad Silberling, 1998), y de la española Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997) en Vanilla Sky (Cameron Crowe, 2001). Y en el presente siglo ha apartado la mirada europea para girar hacia el continente asiático en busca de nuevos argumentos: Infiltrados (Martin Scorsese, 2006) es un remake de la hongkonesa Infernal Affairs (Andrew Lau y Alan Mak, 2002), y Dark Water (Walter Salles, 2005), de la japonesa homónima (Hideo Nakata, 2002). Por su lado, en el mismo continente, Bollywood realiza continuamente exitosos remake de Hollywood como Koi Mil Gya (Rakes Roshan, 2003), inspirada en E.T. (Steven Spielberg, 1982). Incluso nos encontramos ahora con un versión original que une a los dos gigantes, Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000), una producción argentina tiene dos remakes: uno norteamericano, Criminal (Gregory Jacobs, 2004), y otro indio, Bluffmaster (Rohan Sippy, 2005).
En el territorio norteamericano también hallamos auto-remakes transnacionales: tal es el caso de Alfred Hitchcock con El hombre que sabía demasiado (1934-1956), con una primera versión británica, y más recientemente, el caso de Michael Haneke con Funny Games (1997- 2008), cuya versión original es austriaca.
Por otra parte, están las fronteras internas. En Estados Unidos, en los años setenta, surge un movimiento cinematográfico llamado "Blaxploitation", cuyas películas eran realizadas e interpretadas por afroamericanos. Así encontramos a Cool Breezer (Barry Pollack, 1972), que es un remake de La Jungla de asfalto (John Huston, 1950), mientras que Hit Man (George Armitage, 1972), es un remake de la adaptación inglesa Get Carter (Mike Hodges, 1971).
Cambio de género
El remake también se puede justificar en un cambio de género cinematográfico, y un buen imán ha sido el musical norteamericano. Como ejemplos están Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), que se convierte en La bella de Moscú (Rouben Mamoulian, 1957), y La tienda de los horrores (Roger Corman, 1960), en el musical homónimo de Frank Oz (1986). También atrae dramas extranjeros como la italiana Las noches de Cabiria (Federico Fellini, 1957), para ser un remake musical en Noches en la ciudad (Bob Fosse, 1969). Y su éxito es tal que está el caso de dos remakes musicales consecutivos: A Star is Born (William A. Wellman, 1937) tiene sus remakes homónimos en 1954 (George Cukor) y en 1976 (Frank Pierson).
Igualmente los dramas japoneses de Akira Kurosawa, además de ser remakes transnacionales, se convierten en auténticos western americanos: Rashomon (1950), Los siete samurais (1954) y Yojimbo (1960), pasan a ser Cuatro confesiones (Martin Ritt, 1964), Los siete magníficosPor un puñado de dólares (John Sturges, 1960) y (Sergio Leone, 1965), respectivamente.
Quisiera ser grande
Cortometrajes que posteriormente se convierten en largometrajes, un cambio de formato, un salto repentino al gran público, que ocasionalmente permite Hollywood. Tal es el caso del cortometraje francés La jetée (Chris Marker, 1962), cuyo remake es el largometraje Doce Monos (Terry Gilliam, 1995), o del cortometraje inglés Diversions (James Dearden, 1979) en la americana Atracción Fatal (Adrian Lyne, 1987). Igualmente es posible el auto-remake como el caso de Shane Acker con 9 (2005), un cortometraje de animación de 11 minutos que se convirtió en un largometraje homónimo de 79 minutos (2009).
A modo de feliz secuela final
Remakes de adaptaciones, de personajes, de cambios tecnológicos, transnacionales o intranacionales, mutantes de género, de cortometrajes a largometrajes, y auto-remakes, que es posible que habiten en cualquiera de las categorías anteriores. Obras que se re-escriben eternamente. Así, para este verano la cartelera cinematográfica anuncia un par de nuevos remakes: La cena de idiotas (Jay Roach) y Karate Kid (Harald Zwart), de las obras homónimas de Francis Weber (1998) y de John G. Avildsen (1984).
Se dice que las segundas partes nunca fueron buenas, sin embargo, hay honorables excepciones: El Halcón Maltes (John Huston, 1941) y Cabo de miedo (Martin Scorsese, 1991), ambos remakes homónimos de las obras de Roy Del Rut (1931) y J. Lee Thompson (1962) ¿La excepción que confirma la regla? En todo caso rescato oportunamente las palabras del señor Miyagi (Pat Morita) a su discípulo en Karate Kid, en la versión original: "encerar, pulir, encerar, pulir, encerar, pulir...", la repetición del acto hasta lograr la perfección.