¿Cómo se prepara un remake? La consideración de tres filmes recientes de Hollywood quizás podría ayudar a considerar las recetas actuales: El aro (The Ring, 2001), la versión dirigida por Gore Verbinski del filme japonés Ringu (1998) de Hideo Nakata; El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004) de Zack Snyder, basada en la cinta de culto homónima de George A. Romero (1978), y King Kong (2005), en la que Peter Jackson rehizo el clásico de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack (1933).
¿Qué es lo que hace artísticamente acertados o no a los remakes? Esa es la segunda pregunta que cabe hacerse aquí, yendo más allá del lugar común cierto del interés comercial en historias cuyo éxito ha sido comprobado. Para tratar de responderla en relación con estos tres filmes, que se inscriben todos en subgéneros del terror, podría partirse de la premisa de que la posibilidad de alcanzar un buen resultado se basa en el desarrollo de las potencialidades no concretadas del original y en las inquietudes que los realizadores puedan expresar en su versión, sin traicionar el filme anterior. Las tres cintas en cuestión hacen manifiesto en el título, además, que son remakes de otras películas. Ese es el reto artístico que encaran los realizadores que no intentan ocultar la referencia: aceptar que la calidad del título precedente es la vara con la que los medirán.
El desarrollo de potencialidades no concretadas puede tener un aspecto meramente cuantitativo. Es claro en el King Kong de Peter Jackson. Si en el original se topan con un estegosaurio, en la cinta de 2005 es una manada de brontosaurios, y si el primer Kong peleaba con un tiranosaurio, en el segundo lo hace con tres, y pasándose a Ann Darrow de una mano a otra mientras lucha, por sólo poner dos ejemplos de la más cruda expansión del espectáculo. Pero el uso más extenso de los efectos por computadora actuales no contribuye realmente al desarrollo de Kong, que con la técnica de animación en stop motion de 1933 tiene más expresividad. La cinta de Jackson no cuenta con un trabajo como el de Willis O'Brien en los efectos especiales. Hay más tecnología pero menos arte, en síntesis. Otro elemento compensa en cierto modo esa carencia: el sonido. Lo que transmite el rostro de Kong en el original lo hacen los suspiros en el remake.
En el trabajo con los personajes que se desarrolla más refinadamente el King Kong original en el remake de 2005, y ello es posible principalmente por la actuación de Naomi Watts. Una secuencia marca gráficamente la diferencia con Fay Wray. Cuando tiene a la rubia en sus manos, el primer Kong le quita la ropa. El gesto revelador del gorila del filme de Jackson es darle un golpecito al bastón del clown en el que se convierte Ann Darrow para entretener al gorila. Kong también juega con ella, haciéndola caer al suelo. En ambos filmes la metáfora es la de protección de la mujer bella e indefensa de los bichos peligrosos que acechan en la jungla primitiva. Ella evoca las amenazas reales de la sociedad humana. Pero si en el King Kong de 1932 el pacto con el monstruo masculino más fuerte es a cambio de sexo, en el segundo hay compenetración. La relación entre el personaje de Watts y Kong es más de diversión que de apetito sexual. La seducción es por el humor y el ingenio que incluso el gorila demuestra, y por esa vía es que llega a establecerse un romance apasionado. Como correlato, la segunda Darrow no anda por el barco en ropas traslúcidas ni su arte consiste básicamente en gritar como la primera. No es una screaming blonde sino una actriz, y se embarca en el viaje que la lleva a la isla por ir tras su dramaturgo favorito. Hay en ello también un juego que mide el talento de Naomi Watts con el de Fay Wray.
En El amanecer de los muertos el problema del desarrollo del primer filme en el segundo es diferente. Zack Snyder afronta una historia basada en problemas sociales que ya no son percibidos de la misma manera en la época de su película. Los realizadores acertaron al darse cuenta de ello y tratar de seguir más el espíritu que la letra de Romero, a través de un filme en el que los zombies son pretexto para ocuparse de cuestiones que también atañen a la sociedad, pero que son otros asuntos. El giro se percibe contundentemente en lo que ocurre en el centro comercial. El tema del consumismo, que es el núcleo del filme original, fue concentrado en una secuencia de montaje. Pero aparece un problema nuevo: el del personal privado de seguridad. También es diferente la cuestión de los medios de comunicación. Si en el primer filme se hacía mofa de la autoridad de los expertos que son invitados a los programas, en el segundo son tantas las transmisiones que la redundancia banaliza todos los mensajes. "Díganme algo que yo no sepa", grita reveladoramente uno de los personajes. El giro incluye la frase clave de la cinta de Romero, puesta en boca de un policía: "When there's no more room in hell, the dead will walk again". En el remake la dice el mismo actor, Ken Foree, trasmutado en evangélico de la televisión, y señala causas como las relaciones extramaritales, el aborto, las relaciones de hombres con hombres y matrimonios homosexuales, que considera como males característicos de la actualidad.
Con todo, la segunda versión de El amanecer de los muertos no encuentra una diana hacia la cual apuntar y disparar con la brutal contundencia de la primera. Se debe quizás simplemente a que Snyder y el guionista, James Gunn, no tienen el talento de George A. Romero para la sátira social y política. Por ello probablemente también incurrieron en desarrollos de la historia que no se desprenden del primer filme. El más visible es la adopción de los zombies corredores de Exterminio (28 Days Later, 2003) de Danny Boyle, en sustitución de las lentas criaturas de Romero. Algo similar ocurre con el añadido de la huida a la isla al final: sólo subraya la pérdida de relevancia del consumismo como problema. En cuanto a los efectos especiales, lo que ocurre es parecido a King Kong: los de la segunda versión, si bien son más realistas, no son equiparables con el gore de Tom Savini. No hay en El amanecer de los muertos de Zack Snyder una secuencia tan truculenta como la de los intestinos en el destripamiento del filme de Romero, ni son tan asquerosas las mordeduras de los muertos vivientes.
Un extravío con respecto a la versión original se percibe también en El aro/The ring. La fuerza del filme de Nakata se basa en la tensión que existe entre los fantasmas de los cuentos y el mundo moderno, y entre la comunicación telepática, los mensajes del más allá y la amplia difusión de la leyenda urbana de las cintas de video malditas a través de los medios informativos, y la incomunicación que hay entre los personajes de la vida real. Para lo primero es clave haber dejado de lado los clichés de la ambientación gótica y haber optado por el naturalismo, los ambientes soleados y los colores cálidos en el ambiente y en el vestuario. No deja de haber nubes negras amenazantes, lluvia y un mar tormentoso en Ringu, pero son detalles de fondo que van apareciendo en el desarrollo de la historia sin arruinar el efecto esencial, que es que las criaturas espantosas del más allá irrumpen de la forma más inesperada en la vida cotidiana de una sociedad moderna. En el filme de Verbinski, en cambio, la fotografía es gélida, los rostros pálidos y un cielo enrojecido por la luz que atraviesa las hojas de un árbol crean una ambientación misteriosa de cuyas premisas estéticas el fantasma se desprende casi lógicamente. Otros recursos contribuyen a arruinar la sorpresa a todo lo largo del filme: el agua que anuncia la presencia del ser del más allá y la mosca que sale de la pantalla, como el monstruo lo hará al final, por ejemplo. Verbinski no entendió lo esencial de la estética de Nakata, y la deriva gótica le llevó a incluir otros elementos espectaculares que nada aportan al desarrollo de lo que hay en Ringu, como la enfermedad de los caballos y un suicido. Son cosas propias del género de terror, pero no de la película de terror que rehizo.
El problema de falta de comunicación más importante es quizás el menos evidente. Se manifiesta en la ironía que hay en la falta de relación entre el mensaje del video que lleva al hallazgo de los restos de la muchacha y la maldición de la cinta. Reproducir el VHS es lo que salva, no el rescate del cadáver. La incomunicación más profunda es la falta de relación lógica entre las orientaciones para dar con Sadako o Samara, y la necesidad de copiar el casete. Lo importante no es entender el mensaje sino hacer lo que se exige aunque sea por azar, y eso está en las dos películas por igual. Es además una cuestión que apunta sutilmente hacia el problema de la relación del público con los medios de difusión masiva de información. Pero en Ringu la soledad de la protagonista se hace más evidente en la relación más distante que tiene con su hijo. En una secuencia en la cual lo sacude fuertemente pareciera que el niño es para ella como un muñeco que habla. En El aro/The ring, en cambio, llaman la atención de Rachel sobre Aidan al comienzo y él termina por compenetrarse en la investigación que emprende la madre. Eso mina la solidez de la barrera comunicacional que existe en el hogar, y que se prolonga en la mezcla de necesidad de ayuda y distancia que la mujer mantiene con su ex esposo. Se trata de un elemento clave porque los terribles intentos de los fantasmas de entrar en contacto con los vivos ponen de manifiesto la dificultad y el miedo de la gente a comunicarse. Es por eso también que la fuerza del terror en Ringu es mayor que la de El aro/The ring sin la cosa gótica. Se debe a que la incomunicación interpersonal es más aguda.
En resumidas cuentas podría decirse que el arte de la buena sazón del remake, considerado sobre la base de estos tres ejemplos, consiste en una comprensión del original que debe ser el fruto de una mirada peculiar de cineasta. No debe estar atenta a las virtudes y defectos, ni a lo que aporta la obra original, como la del crítico, sino ser capaz de descubrir lo que pudo ser y no fue en ese filme, lo que significa ir mucho más allá de la historia que se supone que es un éxito comprobado. Hay cintas en las que el realizador supo escuchar con buen oído ese llamado artístico, como el King Kong de Peter Jackson, mientras que otras no despertaron ese apetito con la misma naturalidad, como quizás le ocurrió a Gore Verbinski con su versión de Ringu. Esa mirada debe estar atenta además a lo que ya no vale la pena desarrollar del original, como la de los realizadores de la segunda versión de El amanecer de los muertos. La cuestión en ese caso es tener algo tan importante que decir como el autor del filme que sirve de inspiración y no perderse en los vericuetos de las inquietudes personales. Lógicamente, cuando se trata de un filme lo suficientemente logrado como para considerarlo difícil de superar, lo mejor es que el artista se abstenga de seguir a los productores insensatos.
* Pablo Gamba es periodista. Fue Director de Programación de la Cinemateca Nacional de Venezuela. Actualmente publica la revista de cine en Internet www.revistavertigo.info.ve