En febrero de 2010 estuve en Varsovia y visité un curioso lugar que se conoce con el nombre de Fotoplastykon, una máquina circular de madera con asientos alrededor, de mitad del siglo XIX, que permite ver fotografías en tres dimensiones. Allí entendí por primera vez en qué consiste una proyección de 3D y cómo el ojo puede tener esa dimensión de profundidad: en realidad, no se veía una sola foto, sino dos, y cada ojo veía una distinta; al juntar las dos imágenes en el cerebro, se tenía la sensación de profundidad. Varsovia fue casi totalmente arrasada en la II Guerra Mundial, pero el Fotoplastykon sobrevivió a toda esa destrucción, y todavía hoy pervive en el mismo sitio, en Al. Jerozolimskie 51, frente a la estación de ferrocarril, en el patio interior de un edificio de viviendas, y por eso los habitantes de Varsovia le tienen tanto cariño, porque es uno de los pocos vestigios de un pasado casi aniquilado por completo. Además, sirve para que tomemos conciencia de que la imagen tridimensional no ha llegado con Avatar (James Cameron, 2009), sino que tuvo sus inicios en la imagen fija y pasó al cine, tras varios intentos más bien anecdóticos, con un título hoy olvidado, Bwana Devil (Arch Oboler, 1952).
El cine, desde sus orígenes, ha tratado de sorprender al espectador y ha emprendido una serie de logros técnicos que, en ciertas ocasiones, han triunfado, y, en otras, no han logrado imponerse. Es el caso del cine en 3D, que no es, ni mucho menos, un avance reciente, aunque parece que ahora es cuando va a quedarse de forma definitiva, tras unos años de convivencia y transformación (así, el B/N convivió dos décadas con el color, al igual que el primer sonoro convivió con el cine silente). Detrás de la implantación o no del 3D subyace un enfrentamiento entre exhibidores y distribuidores, ya que el 3D necesita salas con tecnología digital, y actualmente solo un porcentaje pequeño de salas está equipado con dicha tecnología.
En 1993, Joe Dante dirigió una película estupenda, Matinée, en la que trataba de homenajear a ese cine de terror en el que surgió el primer 3D, un cine de los años cincuenta y sesenta que pretendía innovar al incorporar los más peregrinos efectos. En el caso de Matinée, Lawrence Woolsey (un genial John Goodman) era el productor, director, guionista y casi proyeccionista de una película titulada Mant!, que él mismo estrenaba en Key West en plena crisis de los misiles (1962) y que presentaba dos grandes novedades: la Átomo‑Visión (lo que ocurre en la pantalla interactúa con lo que ocurre en el patio de butacas) y el Retumba‑rama/Rumblerama (que provocaba sacudidas eléctricas en las butacas de los espectadores). Sin duda, un guiño a ese cine que buscaba la mayor realidad posible, o acaso un mayor número de efectos. Por cierto, Joe Dante ya ha rodado una película en 3D, titulada The Hole (2009), lo que ocurre es que ha tenido un estreno tardío y discreto, no sabemos muy bien por qué, pero podemos intuir que ha sido a causa de la escasez de salas equipadas con tecnología digital, lo que obliga a que unos títulos desplacen a otros.
Como ya se había logrado el 3D en fotografía, se pretendía conseguir lo mismo en el cine, y hay una serie de nombres que acaso deberíamos recordar, aunque el cine comercial en 3D, como veremos, arranca en 1952 con la ya citada Bwana Devil. A finales del siglo XIX, William Friese-Greene patenta el primer sistema de 3D para el cine; en 1900, Frederick Eugene Ives inventó una cámara con dos lentes. Edwin S. Porter y William E. Waden también ensayaron las posibilidades del 3D quince años después. En septiembre de 1922 se estrenó en Los Ángeles The Power of Love (del productor Harry K. Fairall y el cámara Robert F. Elder), que conseguía el efecto tridimensional a partir de la proyección de dos tiras de película. Hay un goteo continuo de títulos hasta que se estrena, en Alemania, en 1937, Zum greifen nah (1936), la primera película en color en 3D, que utilizaba filtros Polaroid (aunque no lo decía).
Como afirma Dave Kehr en su interesante artículo "Luces y sombras en 3Dimensiones" (publicado en el número 32 de Cahiers du Cinema España, correspondiente a marzo de 2010), "sólo si logra mantener el grifo continuamente abierto con pequeñas y grandes producciones conseguirá Hollywood normalizar la estereoscopia, es decir, convertirla en un componente estándar y habitual de la experiencia del visionado cinematográfico". Ahí es donde radica la clave: el cine ha intentado implantar el 3D en dos momentos distintos: en la década del cincuenta y en la década del ochenta, pero, al final, las producciones en 3D eran asociadas por el público a títulos de escasa calidad que simplemente querían aprovechar el "truco". Ray Zone, autor de Stereoscopic Cinema and the Origins of 3-D Film, 1838-1952, remonta esta técnica (filtrar las imágenes para el ojo izquierdo y derecho mediante lentes rojas y azules) a principios del siglo XIX. Si en la década del cincuenta surge el 3D en el cine es porque se trata de una técnica de visionado que la televisión no puede ofrecer (desde que apareció la televisión, el cine inició una carrera por mejorar la proyección, para que la gente tuviera que tomarse la molestia de levantarse del sillón e ir a un cine). Tras Bwana Devil, otra película interesante en 3D fue Los crímenes del museo de cera (House of Wax, André de Toth, 1953), un remake de una película de terror que ya ensayaba de una forma clara con los dos procedimientos narrativos clave del cine en 3D: la inmersión y la expulsión. Normalmente, asociamos el cine 3D a la expulsión, pero es más interesante la inmersión, esto es, no arrojarle objetos al espectador, sino hacerlo entrar en la película. Desgraciadamente, se explotó mucho más la expulsión que la inmersión, y ello circunscribió el cine en 3D a un tipo determinado de películas que no gozaban de demasiado prestigio.
Era en la inmersión, no en la expulsión, donde se situaba el futuro del 3D, ya que permitía mejorar desde un punto de vista técnico la profundidad de campo que ya había trabajado el director de fotografía Gregg Toland en algunas películas de William Wyler y, sobre todo, en la opera prima de Orson Welles, Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). Aunque las primeras películas en 3D eran meros productos de consumo, pronto aparecieron películas de mayor presupuesto y con estrellas en su reparto, pero, al final, un nuevo invento acabó con esta dignificación del 3D, que regresó de nuevo a los cines de programa doble y de reestreno. Ese nuevo invento era el Cinemascope, de la Twentieth Century Fox, que lo presentó al mundo con una gran superproducción, la epopeya bíblica La túnica sagrada (The Robe, Henry Koster, 1953). Cualquier intento de dignificar el 3D quedó guardado en el cajón, e incluso Hitchcock renunció a utilizarlo, como tenía previsto, en la escena en que Grace Kelly alarga la mano al público en Crimen perfecto (Dial M for Murder, 1954). El 3D había regresado al cine de género e incluso tuvo algunos flirteos con el cine erótico y el pornográfico. La Natural‑Vision de los cincuenta (Bwana Devil) dejó paso a la Space‑Vision de los sesenta (de nuevo Arch Oboler, el artífice de Bwana Devil, fue el encargado de dar a conocer este sistema a través de una película de 1966, The Bubble) y a la Stereo‑Vision de los setenta (quizás el mejor ejemplo sea la comedia de enredo The Stewardesses, del Al Silliman Jr., 1969), distintos sistemas que trataban de mejorar técnicamente la proyección en 3D.
En la década del ochenta, tras unos años de decadencia, el 3D tuvo un nuevo florecimiento, modesto, como siempre, en títulos como Viernes 13. Parte 3 (Friday the 13th. Part III, Steve Miner, 1982) y Emmanuelle 4 (Francis Leroi, Iris Letans, 1984), pero entonces ocurrió lo inesperado, la combinación del 3D con el formato IMAX de 65mm, empleado en museos, ferias y, a partir de entonces, también en salas especialmente diseñadas para este formato, de mayor tamaño y definición que los sistemas convencionales, especializadas en un cine documental de gran espectacularidad.
Ahora bien, el 3D de nuestros días ha sido posible gracias a innumerables esfuerzos, trabajos y logros, pero hay dos nombres propios asociados de manera indisoluble al 3D actual, James Cameron y Robert Zemeckis. Por caminos distintos (Zemeckis ha trabajado sobre todo la animación, Cameron la imagen real; Zemeckis ha optado por la profundidad, Cameron, no tanto), los dos llevan casi una década explorando las posibilidades de este nuevo formato. En la carrera de Cameron, el documental Ghosts of the Abyss (2003) supuso un auténtico punto de inflexión, pues era su primer trabajo en 3D, con un sistema de cámaras que él mismo ayudó a diseñar: el Pace Fusion, que une dos cámaras Sony HD (y después el Fusion Camera System, una cámara estereoscópica de Alta Definición que permite el rodaje en 3D). En la segunda parte de Ghosts of the Abyss, en la reconstrucción del Titanic mediante la infografía, ya se adelantaba algo acerca de la animación digital en 3D, pero quien lo desarrolló plenamente fue Robert Zemeckis en The Polar Express (2004), y después en títulos como Monster House (2006, aunque dirigida por Gil Kenan), Beowulf (2007) y Cuento de Navidad (A Christmas Carol, 2009).
Así es como se sentaron las bases de una nueva forma de exhibición que tuvo su pistoletazo de salida en Avatar (2009), la única película de imagen real que ha tenido un éxito arrollador en 3D. Todos los grandes éxitos en 3D, salvo Avatar, han sido películas de animación. Pese a todo, un estreno en 3D ha supuesto, casi de inmediato, un éxito de taquilla, pero eso solo ocurre ahora, al principio, cuando muchos espectadores llegan al cine atraídos por la novedad de las gafas y la visión estereoscópica (pero disgustados por el precio elevado de las entradas). Desde el estreno de Avatar, se han ido sucediendo los estrenos en 3D, pero me atrevería a decir que solo Avatar y algunas de las películas de animación (fundamentalmente, las de Pixar y Dreamworks) han sido concebidas en 3D; todas las demás han sido convertidas en 3D, con resultados no siempre buenos. Así, Furia de Titanes (Clash of the Titans, Louis Leterrier, 2010) tuvo una buena recaudación, pero la sensación general del público era que, si se comparaba con Avatar, no resistía lo más mínimo. Eso mismo le ha ocurrido a Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, Tim Burton, 2010), una película interesante que se ha vendido en 3D cuando era de 2D.
Y aquí es donde aparece el auténtico riesgo para el 3D, lo que puede acabar matando a la gallina de los huevos de oro (en 2010, el cine se salvó de la crisis global gracias a este invento, que no solo ha mantenido los ingresos de taquilla, sino que los ha aumentado). La gente solo irá a ver películas en 3D si realmente se le ofrecen efectos 3D especialmente diseñados para la película, o mejor, si es una película pensada, desde el principio, en tres dimensiones. La gente no está dispuesta a pagar más por ver cuatro trucos visuales (casi siempre de expulsión), pero sí estuvo dispuesta a pagar más por ver Avatar en 3D, película que puso en marcha toda la infraestructura de proyección en 3D. Después de Avatar, son las películas de animación las que se han apoderado de las salas 3D. En realidad, la animación ya trabajaba con tecnología 3D desde los primeros momentos de Pixar, lo que ocurre es que no se podía proyectar en 3D. Cameron ha abierto un camino que van a aprovechar, sobre todo, las películas de animación, con lo que se corre el riesgo de volver a asociar al cine 3D a un único género, en este caso el cine familiar de animación.
Aunque es algo a lo que normalmente no le prestamos mucha atención, actualmente hay cuatro sistemas distintos de proyección en 3D: Dolby-3D, RealD (ambos con un sistema de luz polarizada que debemos filtrar con ayuda de las gafas, pero el RealD necesita una pantalla especial), XpanD (que utiliza gafas activas, al contrario que los dos anteriores) e IMAX 3D. Además, la tecnología 3D ya es de uso doméstico y uno puede comprar televisores y reproductores blu-ray preparados para visión estereoscópica.
Supongo que, poco a poco, las salas de cine irán asumiendo los gastos necesarios para incorporar la tecnología digital, lo que, independientemente del 3D, supondrá grandes ventajas, sobre todo para los distribuidores, aunque quienes tengan que hacer el gasto sean los propietarios de las salas. A la larga, también los exhibidores saldrán beneficiados. El cine 3D ofrece grandes oportunidades, pero, hasta ahora, solo Avatar y las películas de animación han sabido sacarle todo el provecho. Hay que llevar cuidado, porque la gente solo verá cine en 3D si este ofrece algo distinto, pues nadie quiere pagar más y sufrir la incomodidad de las gafas simplemente para que le tiren un par de objetos.
Si en 1995 Pixar revolucionó el mundo de la animación con su primer largometraje de animación digital, Toy Story (John Lasseter), en los últimos años se ha incorporado de forma ejemplar al cine de animación proyectado en 3D con dos títulos imprescindibles, Up (Pete Docter y Bob Peterson, 2009) y Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010). Lo mismo ha hecho Dreamworks con títulos como Monstruos contra alienígenas (Monsters vs Aliens, Rob Letterman y Conrad Vernon, 2009), Shrek: Felices para siempre (Shrek Forever After, Mike Mitchell, 2010), Cómo entrenar a tu dragón (How to Train Your Dragon, Dean DeBlois y Chris Sanders, 2010) o Megamind (Tom McGrath, 2010). Sin duda, Dreamworks y Pixar llevan la voz cantante en animación 3D, aunque también ha habido ciertos intentos de otros grandes estudios, como Twientieth Century Fox con Ice Age 3 (Carlos Saldanha y Mike Thurmeier, 2009) y Universal con Gru, mi villano favorito (Despicable Me, Pierre Coffin y Chris Renaud, 2010).
Si el 3D tuvo su arranque con lo que hoy ya se denomina "fenómeno Avatar", su futuro está ligado a las películas de animación y a lo que ocurra con Avatar 2 y Avatar 3, películas en pre‑producción cuyo estreno está previsto para 2014 y 2015, respectivamente. En 2011, muchos estrenos se han apuntado a la moda del 3D, pero mucho me temo que con resultados bastante decepcionantes, ya que no se ha repetido nuevamente el fenómeno Avatar. La explicación es muy sencilla: se trata de proyectos concebidos en 2D. Ha habido algún título digno, como Tron: Legacy (Joseph Kosinski, 2010), pero parece que tantos estrenos en 3D han llevado a los espectadores a preguntar si todas esas películas no las proyectaban también en 2D, pues resultaba más barato, sobre todo si iba al cine toda la familia. Ni siquiera el cine de animación ha cosechado demasiados éxitos, y eso que se ha estrenado una película de la marca Zemeckis, Marte necesita madres (Mars Needs Moms, Simon Wells, 2011), y otra de Pixar, Cars 2 (John Lasseter, Brad Lewis, 2011).
Entre los estrenos en 3D de este año podemos citar títulos como Harry Potter y las reliquias de la muerte. Parte 2 (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2, David Yates, 2011), El santuario (Sanctum, Alister Grierson, 2011), Torrente 4 (Santiago Segura, 2011), Piraña 3D (Piranha 3D, Alexandre Aja, 2010), Los pitufos (The Smurfs, Raja Gosnell, 2011), Animals United (Konferenz der Tiere, Reinhard Klooss y Holger Tappe, 2010) o Los tres mosqueteros (The Three Musketeers, Paul W. S. Anderson, 2011), además de la ópera Carmen 3D (Julian Napier, 2011) y el documental Pina (Wim Wenders, 2011), aunque uno de los títulos más esperados es la cinta de animación Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio (The Adventures of Tintin, Steven Spielberg, 2011), y sin duda, el reestreno en 3D de El rey león, Pesadilla ante de Navidad y, sobre todo, la saga de La guerra de las galaxias. Como ya se ha dicho, habrá que esperar el siguiente movimiento de Cameron para saber cuál será el futuro del 3D; cuando llegue ese momento, prácticamente todas las salas serán ya digitales -lo que supondrá, no lo olvidemos, la muerte del celuloide-.