"─Quisiera pedirle un favor.
─Lo que quiera.
─Quería pedirle si podrían matarme".
Los tres entierros de Melquíades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005)
Viajar muy lejos para encontrar algo cercano: a uno mismo.
Hay veces que lo único que apetece es escapar de todo. Encontrarse a sí mismo, preguntarse el por qué de tu existencia, el cómo has llegado a ser lo que eres. ¿Ha sido culpa tuya, de tu familia y amigos? ¿De las decisiones que has tomado o dejado de tomar? ¿Del destino?
Si esa búsqueda la puedes hacer sentado tranquilamente en tu casa, rodeado de tu insulso día a día, mejor para ti. Está claro que no es lo más común. Por eso hay tantas películas existencialistas que usan como pretexto el emprender un largo y, muchas veces, exótico viaje para lograrlo.
No nos engañemos: la mayoría de las road-movies acaban por demostrar que el viaje tenía un sentido más profundo para el protagonista. Algunas de ellas muestran el viaje con un inicio casual, no planeado: tenemos el ejemplo de Rain Man (Barry Levinson, 1988), donde Charlie Babitt huye hacía adelante como consecuencia de la rabia que siente por su padre y acaba encontrando, sin saberlo, que lo que merece la pena es la familia; o también Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), donde las dos mujeres se dan cuenta de que han vivido más en un par de días que en toda su existencia. Pero lo más habitual es que ese viaje sea consciente. Y que lo importante sea lo aprendido durante el viaje, no el destino en sí (obviaremos, entonces, "productos" como Eat, Pray, Love, Ryan Murphy, 2010). Una profunda rotura con el yo pasado (Villa Amalia, Benoît Jacquot, 2009; Into the wild, Sean Penn, 2007), o, como mínimo, temporal, que nos dé un respiro y nos deje ser nosotros mismos. Si es que sabemos quiénes somos, claro. Porque eso es lo más complicado de todo.
Repasaremos en este Investigamos tres títulos poco conocidos (o poco valorados) en cuanto a lo trascendental de sus viajes. En uno, se habla de la búsqueda del yo a través de las vivencias de sus ancestros; en otro, sobre alcanzar la paz y felicidad tras un horrible pasado; y por último, el más inusual de todos: la búsqueda de la redención del propio espectador. Y, para variar un poco, nos hemos decantado en un viaje en coche, otro en tren y otro... a caballo.
Todo está iluminado (Everything is illuminated, 2005): comedia ácida, drama dulce
Todo hay que decirlo, la novela, como pasa la mayoría de veces, es mejor que el libro. Por su riqueza, por el enlace de los temas, por el dominio de cómo hacerte reír aunque se esté tratando un tema tan peliagudo como el genocidio judío.
No obstante, el único film de uno de los secundarios de lujo actuales más prometedores, Liev Schreiber (que hace el difícil doblete de ser guionista y director), sorprendió a crítica y público por saber transformar el best-seller de Jonathan Safran Foer en una historia que emana la misma fuerza que la publicación, aún habiendo tenido que recortar gran parte de las distintas historias.
Elijah Wood interpreta a Safran, un joven coleccionista de los objetos de sus antepasados, que decide ir en busca de la mujer que aparece junto a su abuelo en una vieja fotografía, y que todo indica le ayudó a sobrevivir al horror nazi. Obsesionado por no olvidar, emprende el viaje hacia un pequeño pueblo ucraniano desde Estados Unidos, teniendo como conductor a un anciano supuestamente ciego; como traductor a su nieto, un chico de la misma edad que Safran, loco por adentrarse en las Américas, y como doloroso acompañante a Sammy Davis Junior Junior: el perro de la familia. Importante dato, porque Safran los odia.
Todo lo surrealista del inicio del viaje (desde el recibimiento con la banda de música hasta la hilarante escena en un restaurante y la necesidad de comer algo más que patatas) y la descolocadora escenificación de lo que pudo ser la vida de sus ancestros, se convierte poco a poco en el descubrimiento de los pasajes más ocultos de una época para olvidar en cualquier familia judía. Pasamos del llanto provocado por la risa desternillante al arrancado por el horror de ver lo que pasó en el pueblo hace más de cincuenta años, con todas las muertes de inocentes que no serían recordadas si no fuese por personas como el protagonista. Y, aún así, después de clavar al espectador un puñal tan afilado como la verdad que cuenta, el autor se permite devolvernos a la risa fácil como si no hubiese pasado nada... pero ha pasado. Y mucho.
El viaje de Jonathan se convierte en el descubrimiento, tanto para él mismo como para sus acompañantes (desde los guías hasta nosotros mismos), de la importancia que tiene no olvidar para no volver a cometer los mismos errores. La importancia de tener y cuidar a una familia y amigos que te quieren. La importancia de no ser intolerante, porque siempre puedes encontrar a alguien que te desmonta tus absurdas teorías. Y todo esto envuelto en un formato intimista, con una puesta en escena muy poco habitual y una fotografía envidiable. Todo está iluminado es una de esas películas que se pueden recomendar sabiendo que, sea quien sea tu interlocutor, va a saber saborear un aspecto u otro del film.
Viaje a Daarjeling (The Darjeeling Limited, 2007): profundidad envuelta de absoluta absurdidad
Si con Todo está iluminado la dosis surrealista está servida, con el film de Wes Anderson lo está la absurdidad de sus diálogos y situaciones.
No podía esperarse menos del director de genialidades (comentario seguramente sólo compartido por espectadores amantes de los Monty Python) como Los Tenenbaums (2001) o Academia Rushmore (1998). Pero, para alegría de sus seguidores y lo más seguro de los que no lo son, Viaje a Daarjeling tiene un objetivo que se antoja mucho más maduro... "adornado" como road-movie.
Tres hermanos que no se hablan desde hace más de un año comienzan juntos, gracias a la iniciativa de uno de ellos, un viaje en tren, atravesando la India, con el propósito de realizar un viaje "espiritual". Adversidades varias (que escritas no harían el efecto adecuado... así que las obviaré) les obligarán a abandonar el tren y a continuar su particular viaje alejados del plan... encontrando, sin esperarlo, la espiritualidad que buscaban.
Acompañado por sus actores fetiche (Jason Schwartzman, Bill Murray, Owen Wilson o Angelica Huston), Anderson consigue no sólo que entendamos el cómo y por qué los hermanos llegaron a esa situación de distanciamiento, sino también el proceso de transformación que sufren sus protagonistas, al hacernos descubrir junto a ellos, detalle a detalle y anécdota a anécdota, lo que más valoran en sus vidas. Las alocadas secuencias confluyen cual alineación de astros en un hilo argumental que acaba enterneciendo al espectador por demostrar que la amistad fraternal puede sobrevivir a cualquier contratiempo.
Filmada con una sencillez que no es tal (se recomienda echar un vistazo a los extras de la edición DVD para comprobarlo), el viaje de Wilson, Schwartzman y Brody sabe a poco quizá por eso mismo, porque el planteamiento y la absorción de ideas fluye tan sosegadamente que ni nos damos cuenta. Atención a una fotografía que potencia al máximo los colores verdes y tierra de la India más atractiva.
Los tres entierros de Melquiades Estrada (The three burials of Melquiades Estrada): ser conscientes de nuestros propios errores
Tommy Lee Jones sorprendió en 2005 en Cannes con su película (dirigida y protagonizada por él mismo) Los tres entierros de Melquiades Estrada, llevándose el premio a mejor actor (y nominado a la codiciada Palma de Oro) y al mejor guión original (para Guillermo Arriaga, conocido por sus excelentes colaboraciones con Alejandro González Iñárritu en films como Amores Perros, 2000; 21 gramos, 2003, o Babel, 2006).
De las tres películas que hoy recomendamos, quizá ésta sea la que menos podría considerarse road-movie pero, si bien es verdad que el viaje no empieza hasta bien el segundo tercio del metraje, la peregrinación desde Estados Unidos a México de los dos protagonistas es uno de los trayectos con más sentimiento y mejor descritos del género actualmente.
Pete (Tommy Lee Jones) es un cowboy que tiene como empleado a un "espalda mojada". Conocido y apreciado por todos, la única meta de Melquíades es tener trabajo, ser feliz y, en caso de que le ocurra algo, ser enterrado en su pueblo natal, Jiménez. Mike (Barry Pepper) es un amargado policía fronterizo que trata brutalmente a los ilegales que atrapa queriendo cruzar la frontera. Un día, el policía confunde los disparos a un zorro con una agresión directa, y devuelve el fuego, matando a Melquíades, accidentalmente. Cuando Pete se entera de quién es el asesino de su mejor amigo y de que la policía lo sabe y no hace nada al respecto, decide secuestrar a Mike para que se arrepienta de lo que ha hecho, haciéndole desenterrar el cuerpo del mexicano y dirigiéndose juntos al pueblo del difunto.
Lo que más gusta de la película de Jones es su montaje. Dividida en tres actos, primer, segundo y tercer entierro de Melquíades; pasado, presente y "casi-futuro" se entremezclan desde el inicio, demostrándonos que todo lo que ocurre forma parte del continuo de la vida. En el primer acto se nos presenta a los personajes antes y después de la tragedia (tema del montaje); en el segundo, la transformación de Pete y Mike, comparando sus estados mentales de antes y después del primer entierro: Pete pasa de ser un amigable trabajador a un pseudo-psicópata que ha visto cómo lo único importante que tenía en la vida ha desaparecido; Mike, por su parte, descubre que su prepotencia le ha llevado a ser un asesino. En el tercer acto, centrado ya exclusivamente en el recorrido a caballo y las amigables (y extrañas) personas que se encuentran en el camino, el director demuestra que el inusual viaje sirve de redención a los dos protagonistas: al cowboy, para darse cuenta de que no lo ha perdido todo, de que aún tiene cosas que enseñar. Y al policía, de que no todo es blanco o negro... la escala de grises es muy amplia para ser tan intolerante.
Se vuelca así en esta última parte el mayor contenido intimista del film: un cowboy que aunque descubre que su mejor amigo le engañó en algún aspecto de su vida quiere aferrarse tanto a esa amistad que obvia todas las evidencias y sigue adelante con su plan; un policía que se da cuenta de que no todos los inmigrantes tienen malas intenciones, y que incluso le ayudan sabiendo quién es él; un viejo ciego (escena que recuerda mucho a la de Frankenstein, por cierto) que encuentra en sus inesperados huéspedes la respuesta a su salvación; una curandera que antepone su trabajo de ayuda a los demás al odio hacia su agresor/paciente... Un final apoteósico ("¿Estarás bien?", dice el policía a su secuestrador, mientras éste se aleja) demostrará que, sean cuales fueran las razones por las que se han comportado así, es posible alcanzar la paz.
En definitiva, unos personajes tan bien urdidos y unos inesperados vuelcos narrativos que nos mantienen atentos frente a la pantalla sin pestañear, y que hacen de Los tres entierros de Melquiades Estrada una road-movie imprescindible, y no sólo por ver a Tommy Lee Jones en uno de sus mejores papeles, que no es decir poco (atención a su representación del cambio del estado anímico y mental de Pete... y a cómo peina al cadáver, también. Te deja con la boca abierta).
Tres viajes. Tres búsquedas. Tres road-movies inusuales, que abren la mente a la hora de pensar qué pertenece y qué no al género y a la hora, también, de pensar en querer hacer o no lo mismo. Seguro que vale la pena.
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