El paraíso existe desde tiempos inmemoriales en las mentes de los hombres, como un vergel de flores y de frutas deliciosas, en el cual se alcanzan sin mayor esfuerzo la felicidad y el disfrute. En ese lugar idílico no hay trabajos ni tensiones, todo está al alcance de la mano, se cumplen los deseos sin fatigas ni angustias.
Contrasta la idea del paraíso con las severas realidades humanas, en las cuales las flores y las frutas se compran en los supermercados, traídas desde lugares lejanos, producto de los sudores de personas pobres y explotadas; en donde la felicidad se compra y se vende en forma de paquetes turísticos y de modas cambiantes, al alcance de los ricos y de los famosos, pero sin que sea satisfactoria o duradera; en las que las diarias tensiones generan depresión, cinismo, desánimo, protesta; en donde los ideales se ven traicionados por la corrupción, el crimen y la malicia.
Como las durezas de la vida están matizadas con la solidaridad y la nobleza de las personas, como existen las sonrisas, como los sueños están al otro lado de las tristezas, como todos tenemos un corazón que ama, una mente que se ilusiona y unas manos generosas, siempre estará latente la idea del paraíso como la verdad escondida detrás de las miserias, como la recompensa inevitable o deseable que dará sentido a la existencia.
Fértil es el campo el que se abre para los vendedores de sueños y de ilusiones, capaces de manipular las mentes de las personas, cuando anuncian a los creyentes la existencia del jardín del edén. Fértiles son también los espacios que se abren para el cine, ese mundo paralelo, en el cual podemos vivir nuestros sueños con dosis de realismo insospechadas. Pero la vida real está sujeta a tres leyes fundamentales, inevitables: la masa se conserva; la energía se conserva y fluye, se transforma; el desorden y la entropía aumentan con el paso del tiempo cuando las cosas fluyen espontáneamente, inevitablemente. Entonces los paraísos, las ilusiones y el cine, vividos en este universo real, tendrán que sujetarse a estos efectos y van a resultar por ello insostenibles, cambiantes, frustrantes y sujetos a ciclos. Ello les confiere un aspecto de falsedad inevitable.
En el caso del cine, por ejemplo, sería quizás insoportable presentar una historia de felicidad continua, de paz y de armonía inagotables. El cine requiere de las tensiones y de los contrastes, de la luz y de la oscuridad. Por ello los paraísos en una película van a ser tan falsos y tan ficticios como las historias mismas, que aunque sean de la "vida real" van a estar plagadas de variaciones para darles atractivo y, aunque parezca contradictorio, para conferirles "realismo". Nada mejor que la ficción para hacer que una historia parezca real.
La playa es uno de los paraísos de la vida moderna. En la playa los habitantes de las grandes ciudades se encuentran con el mar, ese espacio inmenso, eterno, que agota la vista, que desafía nuestra capacidad para viajar, que oculta en el horizonte mundos desconocidos, que sabemos que existen, pero que están más allá. El mar allá, la playa acá. Pero la playa es un paraíso perdido, con sus multitudes, repletas de cuerpos sudorosos, de seres con frecuencia poco sensibles y sucios que la cubren de colillas, de basuras, de ruidos; inundadas de pequeños propietarios, de egos que se adueñan de los espacios, hasta llegar al punto de la saturación agobiante. Pensamos entonces en la posibilidad de la playa paradisíaca, de arenas blancas, solitaria, para nosotros solos, perdida en algún mar tropical, segura y preciosa.
La Playa (The beach, 2000) es una película dirigida por Danny Boyle y protagonizada por Leonardo Di Caprio, quien hace el papel de Richard, un joven americano que viaja a Tailandia con la intención de experimentar emociones radicales y diferentes, en busca de algún paraíso, de alguna playa secreta, donde puede vivir sin límites. El profeta que lo guía a ese mundo de ensueño es un hombre perturbado y suicida. Su última acción es dejar al alcance del protagonista el mapa de una isla secreta, rica en belleza e inagotable en marihuana y placeres. Es evidente para Richard que algo terrible se esconde detrás de ello, pero es más importante la punción fantástica y se lanza a la aventura.
La playa incluye los elementos que hacen falsos a los paraísos de la vida moderna y los que los hacen verdaderos y atractivos, tanto para nosotros, los que viajamos a ellos apenas en el cine, como los que se atreven a salir, mochila al hombro, aventureros, a explorar el universo. Es paraíso puro el ambiente que los habitantes han creado, adultos jóvenes venidos de países diversos, formando una comuna, al mejor estilo idealista del buen salvaje europeo, en la cual trabajo, amor y placer se equilibran en armonía bajo una tiranía sabia y benigna, sin que perturben los idiomas y las diferencias. Los tríos amorosos, la playa de aguas limpias, la pesca abundante y naturista, la economía de trueque y el ambiente de amistad y de aceptación, nos hacen pensar a nosotros mismos y a Richard que el cielo está en la tierra, aunque sea por momentos. Pero detrás del idilio se esconde un mundo paralelo brutal, real, duro, inmanejable: tiburones asesinos que enrojecen las tranquilas agua de la isla con la sangre de sus habitantes pescadores; celos escondidos detrás de la aparente aceptación del amor libre; comidas que se dañan, que se agotan y que hay que buscar y renovar en el mundo normal; necesidades caprichosas, pequeñas y curiosas de las personas, que solo se consiguen en el mundo externo (pilas, jabones, cosméticos, remedios); visitantes curiosos e indeseados que se acercan al paraíso, trayendo consigo la perturbación del mundo real; liderazgo que se agota cuando los hechos son sorprendentes; contrabandistas y cultivadores de drogas, armados y violentos, que dan sustento a la marihuana inagotable. La muerte aparece, con su realismo sombrío; el dolor traiciona al placer; la locura falsea las buenas razones y la utopía se desvanece.
Si se observa detenidamente, apreciamos el eterno conflicto entre el hombre como criatura y el hombre como creador. En el mito del paraíso bíblico, el árbol de la sabiduría, del bien y del mal, atrae al hombre en la medida en que le da la oportunidad de ser dueño de su destino, capaz de entender la razón de las cosas; pero se incurre en el riesgo implícito de la pérdida de la inocencia, de que se aleje para siempre la seguridad que se tiene cuando se es criatura, cuando se depende de un creador proveedor. La libertad creativa conduce a la pérdida del paraíso, porque el creador atrevido, que no entiende las implicaciones, da lugar a acciones destructivas que superan su propia capacidad de predicción. Complica la situación el hecho de que las energías creativas tienden a ser abundantes en la juventud, época en la cual no se entienden bien las consecuencias de los actos novedosos que quiebran los esquemas.
Para romper el dilema, la humanidad se ha inventado a los profetas, a los líderes inspirados, que de alguna forma saben lo que pasa, los que tienen las respuestas, los de la verdad en la mano, hábiles para inspirar, para atraer y convencer, con sus palabras, con sus símbolos, con su ejemplo, con su atrevimiento. El problema es que los hay de todas las tendencias, de manera que se trata de un mercado contradictorio y confuso para los creyentes ávidos de guías y de inspiración. En este ambiente se conforman sectas y grupos de conjurados, formados por jóvenes creyentes, que se sienten creadores activos al seguir las enseñanzas, aunque probablemente son instrumentos de esquemas de manipulación. Cuando se presentan situaciones sociales de injusticia, se crea un fértil caldo de cultivo para ello, alentado para la creencia de que solamente hay una salida, que es la que ofrece el liderazgo fanático. Son especialmente atractivos los esquemas en los cuales la muerte, en el servicio de la causa, se ve como un camino honorable, seguro, hacia el paraíso, jardín que florece con las flores del martirio.
Paradise Now (Paraíso Ya, 2005) es una película dirigida por Hany Abu-Assad, en la cual se puede apreciar el sabor de estas manipulaciones, a través de la historia de dos jóvenes palestinos dispuestos a realizar un ataque suicida en Tel Aviv, Israel. Fue premiada con el Globo de Oro y un Oscar. En ella se evidencia cómo se van estructurando las ideas del martirio suicida en medio de las singularidades de los campos de refugiados palestinos, cuando jóvenes sin un sentido de futuro se cansan de su vida monótona, que juzgan y sienten oprimida, sin salida.
La película presenta una lectura abierta de las mentes de las personas, de nuevo sometidas el dilema criatura-creador. En este caso hay un enfrentamiento entre ideología y sentimientos, sin que sea evidente una verdadera solución al problema. Magistralmente, el director, a través del recurso de los dos jóvenes protagonistas, muestra las dos opciones y sus riesgos, cuando cada uno de ellos elige el camino menos esperado. ¿Qué inspira a la criatura que se vuelve dependiente, qué inspira al creador que se atreve a romper el esquema y a escapar de la manipulación?
Una posible respuesta está en los esquemas de creencias de las personas y cómo las mismas se estructuran en sus conciencias. La presencia del dolor, de los miedos, de las fijaciones en el pasado doloroso y un ambiente de guerra y de conflicto ideológico, tienden a llevar a las personas y a las sociedades a creer en ideas basadas en el miedo, en la reacción, en la impotencia. La creencia fundamental es que la vida es dura, abundante en limitaciones, en violencia, en sufrimientos y que no hay salida. En este ambiente surgen líderes que ofrecen como única salida posible contra la opresión, la violencia (que incluye como medida final y desesperada al martirio terrorista). Por otra parte, especialmente cuando las personas conocen otras culturas y otros ambientes, cuando dejan que sus mentes se abran, con ayuda de la lógica, a la interpretación libre de los hechos, surgen nuevas creencias más racionales e inteligentes, que permiten vislumbrar posibilidades y salidas inesperadas y creativas al conflicto y al sufrimiento, que ya no se antoja inevitable. En la película estas posibilidades están simbolizadas por la joven palestina que recién viene del exterior y que se enamora de uno de los protagonistas, influyendo con sus ideas y razonamientos para crear inquietudes, dudas y cambios de pensamiento en las mentes atrapadas. Al mismo tiempo estos esquemas racionales aparecen personificados en Jamal, uno de los líderes extremistas, de apariencia calmada e inteligente, pero al servicio de la manipulación. De alguna manera la liberación de las mentes va a depender de un cuarto esquema de ideas, que permita a las personas la expresión creativa que se atreva a plantear un mundo mejor.
El problema surge cuando la expresión de un mundo mejor se refiere al planteamiento de la búsqueda del paraíso, esa entidad atractiva, pero falsa. En Paradise Now se presenta como el seguro paraíso que se ofrece a los mártires de la guerra santa contra el opresor. En La Playa como el secreto paraíso de los jóvenes modernos, en esa isla única, encantada, alejada del ruido y de la civilización. En la realidad de la vida, no habrá paraísos, sino posibilidades que se abren cuando las personas maduran y son capaces de crear metas evolutivas, que las alejen del sufrimiento y de la opresión agobiante. Pero estarán inevitablemente sujetas a las leyes naturales: la masa debe fluir, habrá entradas y salidas, contabilidad, economía, pérdidas y ganancias, acumulaciones y fluctuaciones; la energía deberá ser procurada, estará sujeta a la fricción y al desgaste, habrá calor y frío; la entropía será prevalente con su tendencia al desorden y al deterioro, que solo se podrá evitar mediante inyecciones constantes de trabajo y de esfuerzo humano.
Referencias
Linor, Irit; Anti-Semitism now, Israel Culture, 2006
Potts, Rolf; Storming "The Beach"; Wanderlust, 2000
Palmer, Harry; Viviendo Deliberadamente, Star´s Edge International, 2008
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