Inside my heart is breaking
My make-up may be flaking...
But my smile, still, stays on![1]
Freddie Mercury
A lo largo de la historia y desde hace miles de años, el Teatro (tanto el arte como el foro) ha existido para darle al ser humano un espacio de expresión que bien puede desarrollar tanto el espíritu como la reflexión, y que además tiene un sin fin de posibilidades y virtudes: el entretenimiento, la educación, la recreación y la concientización, entre otras.
En un escenario todo puede suceder y quien se encuentra en él, puede ser cualquier otro; las posibilidades son ilimitadas (género, época, situación), en éste se puede representar lo que la imaginación quiera que suceda. Es un espacio mágico, envolvente, atractivo, enigmático, poderoso y adictivo, en donde la realidad se transforma y una cápsula del tiempo y el espacio crece y genera un limbo temporal en donde se dan cabida las más diversas situaciones.
El teatro tiene varias cualidades innegables y únicas, que sólo pueden funcionar en este espacio: en primer lugar, no importa lo que se plantee en la obra, siempre entre reparto y público habrá convenciones aceptadas, en las que aunque no haya nada (incluso físico) se entiende que todo existe. Por otro lado, la energía producida entre ambas partes, genera una sensación única, que sólo se comprende si se ha tenido esa experiencia. Por último, cada acto, cada función, cada experiencia, cada minuto en una puesta en escena, por más ensayo que haya tenido, jamás será igual a otra.
Es toda esta magia entremezclada con la parafernalia, el glamour, la imaginación y el arte en sí mismo, lo que convierte al teatro en un espacio aspiracional, un lugar donde convergen muchas de las artes para dar vida a una historia, un sentimiento, una emoción. Esto es parte de lo que motiva a una persona a anhelar estar en un escenario. Es proveer un momento único, es convertirse en alguien especial, en el centro de atención, en un generador de emociones o en una persona diferente; es ser alguien más y con ello transformar a quien le observa.
No importa qué tipo de escenario sea, si es un teatro griego, un cabaret, la barra de un bar, una gira por el mundo, un estadio, un auditorio comunitario o un viejo cineteatro de algún pequeño pueblo en medio de la nada, lo que importa es la posibilidad que provee el hecho de estar en él. Que exista ofrece una inagotable lista de opciones para la creación y recreación.
Por otro lado, es tan poderoso y envolvente, que se han hecho historias que lo retratan, y que no se han limitado a ser sólo piezas teatrales, también se han creado películas que reflejan esta necesidad humana de hacer teatro... de vivir para y en él. Existe un sinnúmero de personas que han luchado incansablemente por hacerlo, y otras que han perdido el juicio por consagrarse a él.
Son estas cualidades del teatro lo que concierne al presente Investigamos, en el que se tratan de revisar brevemente algunas de las películas que tienen este espacio (o uno similar) como el lugar en donde -o alrededor del cual- se desarrollan las historias. Películas en las que aparezcan escenarios y foros hay cientos o quizá miles, pero cintas en donde éste sea el punto medular, son unas cuantas menos.
Es innegable que este lugar es un símbolo de prestigio, y en muchas ocasiones de opulencia. Siempre ha estado relacionado con los artistas, los actores y actrices, los reflectores, el maquillaje, la escenografía, las joyas, el vestuario y todo lo que está alrededor. Quienes lo miran, aspiran llegar a él. Quienes están ya adentro, no quieren salir nunca. Encuentran ahí su vida, hogar, familia y sueños. Casos como éste los hay en películas como Chicago (Rob Marshall, 2002), cuyas protagonistas son capaces de vender hasta su libertad para tener un poco de lo que ofrece el mundo de oportunidades del "estrellato".
También hay otras películas, en donde hay un deseo inconcebible por estar en una pieza teatral y encontrar en ella la elevación del espíritu; sin embargo, las circunstancias sociales y/o culturales no dan cabida a semejantes posibilidades. La lucha de los personajes por poner los pies sobre el proscenio y decir algunas líneas, en ocasiones les puede costar lo que nunca imaginaron sacrificar. Shakespeare enamorado (John Madden, 1998), Belleza prohibida (Richard Eyre, 2004) o ¿Víctor o Victoria? (Blake Edwards, 1982) son ejemplos de los estragos que han tenido que pasar las mujeres para alcanzar sus sueños, aún a costa de su personalidad o su género. Estas cintas también retratan las "injusticias" y complejidades que ha vivido la comunidad femenina a lo largo de la historia, no solamente en el teatro.
Dentro de este tema, que enmarca el desarrollo espiritual y personal de los personajes, existen películas como Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008), en donde el teatro se come la realidad y el escenario se vuelve un remedo tan grande de una ciudad que vamos perdiendo la noción de lo que es ficción y lo que en verdad existe. Al final, la vida del protagonista sólo estriba en sus posibilidades de reconstruir en drama sus propios complejos y adoptar el incómodo espacio real a un lugar planeado, diseñado, construido y controlado a su gusto. ¿Qué puede haber mejor que poder ser el director de tu propia vida?
Otras cintas narran las peripecias o desventuras que deben pasar quienes están buscando salvar un espacio que les pertenece, no sólo física sino emocionalmente. Familias o comunidades enteras que no encuentran otra forma de vida y expresión más que a través de las bambalinas y telones del teatro. Moulin rouge, amor en rojo (Baz Luhrmann, 2001), Mrs Henderson Presenta (Stephen Frears, 2005), Paris, Paris (Christophe Barratier, 2008), Burlesque (Steve Antin, 2010) retratan los estragos que implica tratar de salir adelante, pese a las guerras, devaluaciones, enfermedades y demás calamidades posibles.
¡Qué ruina de función! (Peter Bogdanovich, 1992), Cabaret (Bob Fosse, 1972), Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), junto a las anteriormente mencionadas, muestran -en muy distintas circunstancias- que no obstante las tribulaciones, todos los que se dedican a este arte saben que, sin importar lo mal que esté la situación, nada debe detener una función... el espectáculo debe continuar.
Muchas de estas piezas cinematográficas que muestran la vida teatral son musicales, lo cual quizá pueda ser explicado por el hecho de si una obra de teatro es grandilocuente y genera expectativa, un musical al menos duplica la excitación, las luces, la escenografía, la orquesta y todos los adornos posibles de una producción. Es la exageración de lo teatral. Entre los filmes que hablan sobre teatros y producciones de este género y que entren dentro del musical están: Los productores (Susan Stroman, 2005), El fantasma de la Ópera (Joel Schumacher, 2004), La Calle 42 (Llody Bacon, 1993), Topsy-Turvy (Mike Leigh, 1999), entre algunos otros también mencionados en este texto.
En muchas ocasiones, el teatro es la única posibilidad que tiene una ciudad de deslindarse del sufrimiento o caos de su contexto. Este lugar provee un "escudo protector" contra lo que aqueja al mundo y llena el ambiente de fantasías e irrealidad, que proveen a la audiencia nuevos bríos para soportar las desgracias venideras y olvidar por un momento lo que intranquiliza su alma. El teatro es reconfortante y está al alcance de todos.
Sin importar el nivel económico, el tamaño o costo de la escenografía, la calidad de los actores (o su preparación), ya sea si son chistes simplones o textos de Shakespeare, el teatro existe en todos lados y para todas las personas. No tiene edad ni sexo, no es rico ni pobre... el teatro existe y existirá mientras haya seres humanos en el mundo.
Además, el teatro es tan polifacético como nosotros, no sólo ofrece una atmósfera para el drama o la comedia, también alberga a la danza, la música, y cualquier otra actividad interpretativa, hasta incluso discursos, la oratoria y las conferencias. La adrenalina que entra por los pies y sube hasta la cabeza, no se puede entender de otra manera más que actuando. Estar sobre un escenario es un privilegio que no debe desperdiciarse ni despreciarse.
El anhelado lugar tiene el gran respaldo del ciclorama que se ilumina de acuerdo a la ocasión. Abraza al intérprete con una gama de luces que colorean su rostro. Mientras éste se cobija entre la piernas y las bambalinas, se enreda sutilmente con la tramoya y se confunde con la escenografía tras la máscara del maquillaje. Todo esto lo captura la cámara, cuya lente se come la realidad que transpira energía escénica y fuerza teatral. Esto es teatro envuelto en cine, y cine lleno de teatro.
Es todo lo anterior aquello que hace que el foro y el anhelo de alcanzarlo sea un tema recurrente para la cinematografía. Es algo que coexiste con todos, está ahí para quien quiera disfrutarlo y para quien tenga el talento y las ganas de pisarlo. La experiencia del aplauso cerrado de una sala llena, tras entregar la vida entre las líneas del libreto y las luces de los lycos es un motivo suficiente para trascender y cambiar, y por ende una opción más de guión para hacer una película.
Con esto, no queda más que desearle una larga vida al teatro que nos ha regalado tantas historias y versiones, que ha preparado una larga lista de actores, ha provisto de herramientas a otras manifestaciones artíticas, ha dado al cine las posibilidades de explorar todo el lado humano de la interpretación y ha generado un importante número de cintas que nos acercan más a ambas artes, que tienen como finalidad la expresión del alma y la nutrición del espíritu.
[1] Por dentro mi corazón se está rompiendo / mi maquillaje se está corriendo / pero mi sonrisa sigue.