En una entrevista reciente, el realizador Kenneth Branagh ha afirmado que, en estos momentos de su carrera, le gusta mucho interpretar y dirigir, pero que se siente incapaz de repetir el esfuerzo necesario para interpretar y dirigir al mismo tiempo, como hizo en Enrique V (1989) y Hamlet (1996), entre otras. En su último papel, en el film My Week with Marilyn (Simon Curtis, actualmente el post‑producción), Branagh ha encarnado a Sir Laurence Olivier, con quien se le comparó tantas veces en los inicios de su carrera a causa de las trasposiciones que ambos han llevado a cabo de las obras de William Shakespeare, que es el motivo fundamental de este artículo.
Aunque, en plena época isabelina, el gran poeta y dramaturgo inglés no pudiera ni tan siquiera sospechar el nacimiento de un nuevo arte como el cine, la producción dramática de Shakespeare se iba a convertir en una fuente inagotable para el séptimo arte, que, prácticamente desde los últimos años del siglo XIX, ha estado transformando las obras de Shakespeare en películas, creando un estrecho lazo entre el teatro y el cine, dos formas de representación tan próximas entre sí como íntimamente distintas, aunque compartan un elemento fundamental: la puesta en escena.
Las tres primeras referencias conservadas de películas basadas en obras de Shakespeare son King John (Walter Pfeffer Dando y William K. L Dickson, 1899), Le duel d'Hamlet (Clément Maurice, 1900), con Sarah Bernhardt en el papel del príncipe de Dinamarca, y Romeo and Juliet (Clément Maurice, 1900). Desde aquellos primeros títulos, poco más que teatro filmado, no han cesado de producirse y estrenarse largometrajes basados en su producción dramática. Normalmente, las obras de Shakespeare se dividen de acuerdo con un criterio genérico que distingue, principalmente, entre dramas históricos (Julio César, Enrique IV, Enrique V, Ricardo III...), tragedias (Hamlet, El rey Lear, Macbeth...) y comedias (Sueño de una noche de verano, Noche de Reyes, Como gustéis, Mucho ruido y pocas nueces, La fierecilla domada...), además de obras finales (La tempestad, Cuento de invierno...). El cine ha prestado atención, sobre todo, a las tragedias y a los dramas históricos, pero también destacan algunas versiones de los otros subgéneros.
Son muchos los directores que han llevado a las pantallas alguna obra de Shakespeare, pero hay un reducido grupo de realizadores que ha destacado por centrar buena parte de su filmografía en el dramaturgo inglés. Además de los ya mencionados Branagh y Olivier, los más prolíficos al respecto, destaca Orson Welles, otro gran adaptador de Shakespeare. En realidad, los tres proceden del mundo del teatro, los primeros del gran teatro clásico inglés -del que también tomaron para el cine muchos actores- y el último del Mercury Theatre, que él mismo había fundado con John Houseman. Además, podríamos añadir un cuarto nombre, el del director florentino Franco Zeffirelli, que, más que del teatro, procedía directamente de los montajes operísticos.
Hay, con todo, muchos más realizadores que, en un momento dado de sus carreras, adaptaron de una forma más o menos fiel materiales previos de William Shakespeare. Aquí va una pequeña lista, a beneficio de inventario, en la que faltan muchos títulos, ya que, según IMDB, hay más de ochocientas películas en las que se cita explícitamente a Shakespeare en los créditos del guion -incluido el cine mudo-, eso sin contar con aquellos otros largometrajes que toman la obra del autor de Stratford‑upon‑Avon como motivo de inspiración para una relectura en clave contemporánea. Pero allá va esa pequeña lista: William Dieterle y Max Reinhardt (Sueño de una noche de verano, 1935), George Cukor (Romeo y Julieta, 1936) Joseph L. Mankiewicz (Julio César, 1953), Renato Castellani (Romeo y Julieta, 1954), Jerome Robbins y Robert Wise (West Side Story, 1961), Paul Mazursky (Tempestad, 1982), Akira Kurosawa (Ran, 1985; basada en El rey Lear), Roger Allers y Rob Minkoff (El rey león, 1994, una mezcla de Hamlet y El rey Lear), Richard Loncraine (Ricardo III, 1995), Oliver Parker (Otelo, 1995), Jocelyn Moorhouse (Heredarás la tierra, 1997, basada en El rey Lear), Michael Hoffman (Sueño de una noche de verano, 1999), Julie Taymor (Titus, 1999; The tempest, 2010), Baz Luhrmann (Romeo+Julieta, 2000), Michael Almereyda (Hamlet, 2000) y Michael Radford (El mercader de Venecia, 2004). Como la lista podría agotar sin extinguirse la extensión de este artículo, vamos a ir tirando del hilo de los cuatro nombres convocados previamente, con alguna breve alusión a algunas de las revisiones más interesantes de las ya citadas.
La relación de Laurence Olivier con el teatro de Shakespeare provenía de antaño, de las tablas de los escenarios, por eso no es de extrañar que tres de las cinco películas que dirigió y protagonizó tuvieran como motivo argumental una pieza de Shakespeare: Enrique V (Henry V, 1944), Hamlet (1948) y Ricardo III (Richard III, 1955). De las tres, la primera le abrió el camino en Hollywood y le valió un Oscar honorífico, pero fue la segunda -por la que consiguió el Oscar al mejor actor y a la mejor película- la que lo convirtió en una auténtica estrella y marcó la pauta para futuras trasposiciones de la obra sobre el príncipe de Dinamarca, una suerte de "Mona Lisa" de la literatura, por las dudas e incógnitas que ha despertado entre los exégetas. Olivier recreó un Hamlet con claros tintes edípicos, con lo que enlazaba la tragedia isabelina con la tragedia clásica sofoclea. En el reparto de las películas de Olivier encontramos los grandes nombres de la escena británica: Anthony Quayle, Cedric Hardwicke, Ralph Richardson, John Gielgud...
En el mismo año en que Olivier estrenaba Hamlet, el auténtico enfant terrible de Hollywood, Orson Welles, se atrevía con un temprano Macbeth (1948) de bajo presupuesto, que, sin embargo, le prepararía el terreno para una larga lista de adaptaciones shakesperianas, entre las que destaca The Tragedy of Othello: The Moor of Venice (1952) y una adaptación de El mercader de Venecia (1969) para la televisión, en las que se había reservado los papeles de Otelo y Shylock, respectivamente. Con todo, su gran aportación a la filmografía sobre Shakespeare será la producción hispano‑suiza Campanadas a medianoche (Falstaff, 1965), trasposición cinematográfica de parte del espectáculo teatral Five Kings que toma situaciones, personajes y diálogos de cuatro obras distintas, Enrique IV, Enrique V, Ricardo III y Las alegres comadres de Windsor. Ahora bien, el gran logro de ese film es el personaje de Sir John Falstaff, creación concebida para el lucimiento del propio Welles, que encontró en este capitán, compañero de correrías del Príncipe de Gales, una suerte de alter ego de su propia vida: pendenciero y borrachín, embustero y fanfarrón, pero generoso y fiel. La suya es una historia triste que nos habla de la vanidad del mundo, de las falsas amistades y de las pasiones de la juventud. La película se rodó en Ávila -las murallas salen varias veces-, Soria -la catedral sirvió como palacio de Enrique IV- y la Casa de Campo de Madrid -donde se tomaron las escenas de la batalla-. Destacan, además de la actuación de Welles, las interpretaciones de John Gielgud como Enrique IV y Margaret Rutherford como la posadera.
En cuanto a Zeffirelli, sorprendió al público con su adaptación de La fierecilla domada (The Taming of the Shrew, 1967), que contaba con Elizabeth Taylor y Richard Burton en los papeles principales. Un año después, estrenó una edulcorada visión de Romeo y Julieta (1968) que convirtió a Olivia Hussey en un mito erótico y contaba con una inolvidable partitura de Nino Rota, aunque quien finalmente se llevaba el gato al agua eran dos secundarios de excepción, John McEnery en el papel de Mercucho y Michael York en el de Tebaldo. Zeffirelli también se encargó de dos de las óperas de Verdi basadas en obras de Shakespeare, en concreto de Otelo (1976 y 1986) y de Falstaff (1993). Ahora bien, quizás su trasposición más fiel sea la de Hamlet, el honor de la venganza (1990), una película que, aunque aligeraba bastante el texto original, trataba de ceñirse a la época y a la ambientación concebidas originalmente por Shakespeare. Encabezaba el reparto un convincente Mel Gibson -a pesar de todos los recelos iniciales debido a que un australiano interpretara este papel-, acompañado por Glenn Close (Gertrudis), Alan Bates (Claudio), Paul Scofield (el Espectro), Ian Holm (Polonio) y Helena Bonham Carter (Ofelia). La película no recibió mucha atención de la crítica, y, aunque no resiste la comparación con la película de Branagh, no deja de ser una versión coherente y cuidada.
Y es que, no en vano, a finales de los ochenta y principios de los noventa, Kenneth Branagh se convirtió casi en la reencarnación de Laurence Olivier. En el mismo año en que fallecía el intérprete de Rebeca y La huella, en 1989, Branagh estrenaba su opera prima como director, Enrique V, que había sido también la primera película dirigida por Olivier, un drama histórico sobre la batalla de Agincourt, que ha quedado en los anales de la historia porque, en ella, a pesar de la inferioridad numérica, el joven monarca británico infligió una humillante derrota a los franceses. Al igual que Olivier, Branagh asumía el doble papel de director y actor, y, además, firmaba sus propios guiones. Años más tarde, Branagh se atrevería con Hamlet, la auténtica joya de la corona de quienes llevan a Shakespeare a la pantalla, pero antes escribió, dirigió y protagonizó Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, 1993) y En lo más crudo del crudo invierno (In the Bleak Midwinter, 1995), esta última sobre el montaje de Hamlet que lleva a cabo una compañía de actores aficionados. Además, asumió el papel de Yago en la versión de Otelo realizada por Oliver Parker. Ahora bien, su gran aportación a la filmografía shakesperiana fue su espectacular versión de Hamlet (1996), que trasladaba la acción desde la Edad Media hasta una Dinamarca que recuerda mucho a la Rusia zarista o al Imperio Austrohúngaro de finales del siglo XIX. Pese al cambio de época, esta adaptación es la que resulta más fiel al texto. Branagh todavía regresó a Shakespeare en otras dos ocasiones, en el musical Trabajos de amor perdidos (Love's Labour's Lost, 2000) y en la comedia Como gustéis (As You Like It, 2006), que tuvieron una recepción crítica bastante discreta.
Hamlet y Romeo y Julieta son, con diferencia, las dos obras más adaptadas de Shakespeare, seguidas, muy de lejos, por El rey Lear -cuya mejor trasposición es, sin duda, la realizada por Akira Kurosawa en Ran, que trasladaba la acción al Japón del siglo XII-. Estas obras son también las que han sufrido más relecturas en clave contemporánea. Acabamos de referirnos al Hamlet de Branagh, pero West Side Story también suponía una actualización de la historia de Romeo y Julieta en el West Side de Nueva York, como el Ricardo III de Richard Loncraine -genialmente interpretado por Ian McKellen- trasladaba la Guerra de las Dos Rosas a la Inglaterra de los años treinta, en pleno auge de los fascismos. Del mismo modo, Michael Almereyda ponía a Ethan Hawke en la piel de un Hamlet que, para descubrir el crimen de su tío Claudio, realizaba un montaje audiovisual en lugar de representar una obra de teatro. En esa misma clave postmoderna hemos de situar Romeo+Julieta (1996), de Baz Luhrmann, y Romeo debe morir (2000), de Andrzej Bartkowiak.
El de Shakespeare en el cine es un tema prácticamente inagotable, que ha dado como fruto las más diversas variaciones. A modo de conclusión, me gustaría referirme a tres películas tan dispares entre sí como unidas por el tema de Shakespeare. La primera es Hamlet 2 (2008), una descacharrante comedia estudiantil dirigida por Andrew Fleming y protagonizada por Steve Coogan, en el papel de un profesor de teatro que quiere montar una secuela de la inmortal obra de Shakespeare. La segunda es Looking for Richard (1996), un documental dirigido por Al Pacino en el que el actor presenta su investigación sobre el personaje de Ricardo III. Y la tercera es Shakespeare in Love (John Madden, 1998), una deliciosa comedia llena de guiños y anacronismos deliberados que presenta a William Shakespeare (Joseph Fiennes) en pleno proceso creativo de Romeo y Julieta.
Como afirma el empresario teatral Philip Henslowe -un impagable Geoffrey Rush- en Shakespeare in love, "todo va a salir bien". Cuando le preguntan cómo está tan seguro, él, impasible, pero con una sonrisa cómplice, siempre contesta lo mismo: "No lo sé. Es un misterio". Así es el teatro, pero también el cine.