Poco a poco había adquirido el hábito de enumerar sus Muertos: desde muy temprano en su vida se le había ocurrido que uno tiene que hacer algo por ellos. Estaban presentes en su esencia intensificada y simplificada, en su ausencia perceptible y en su paciencia expresiva, estaban presentes de un modo tan palpable como si lo único que les hubiese sucedido fuese que se hubiesen quedado mudos.
Henry James, El altar de los muertos.
El paraíso es una imagen que se ha perpetuado a lo largo de la historia, sin embargo, lo que para algunos se convierte en una realidad, o en una cuasi realidad, para otros no es nada más que un mito. Ese paraíso idílico, utópico, es algo que se crea una y otra vez, que se pierde y que se vuelve a recuperar. En cada momento, y en cada obra, la idea de paraíso es una, que se reinventa y se transforma. En este sentido, hablar de la muerte como un paraíso no es extraño, muchas religiones plantean este trance como la entrada al paraíso. La cuestión cambia, no obstante, cuando es un vivo el que construye alrededor de la muerte su propio paraíso. ¿Cómo va a renunciar alguien a vivir? ¿Cómo va alguien a amar tanto a sus muertos como para ir contra los vivos?
La habitación verde (Le Chambre Verte, 1978) es un retrato de oscuras obsesiones que devoran alma y corazón. François Truffaut se mete en la piel de Julien Davenne, redactor de un diario de provincias llamado El Globo, cuyo cometido es escribir necrológicas, labor que desempeña de manera virtuosa y con mucho interés. Julien Davenne es un hombre joven que combatió en la Primera Guerra Mundial, y al que apenas le quedan amigos vivos de su generación. Al poco de casarse pierde a su joven esposa, lo que provocará en él un deseo de conservación y un respeto por los muertos que alcanza lo obsesivo. Preocupado por la persistencia de la memoria y por no olvidar, ha decidido consagrar su vida a los que ya no están, a sus muertos. Toda su existencia es sacrificada por conservar y mantener vivos a aquellos a los que amó. Este amor, esta obsesión que siente el protagonista por sus muertos, le hace abandonar la vida, entregando paulatinamente su existencia a la muerte, a ese paraíso en forma de capilla que ha construido.
Julien Davenne ha decidido pertenecer a sus muertos, no sólo les dedica su vida privada, también la pública; todos sus actos, todos sus pensamientos y amor están dirigidos a ellos. Es un hombre que vive sin estar realmente vivo, de manera mecánica, que ha llegado a convertir sentimientos y pensamientos en cosas. Esta cosificación que hace de la muerte, y de los muertos, le permite poseerlos. Tras está posesión viene la sacralización de los objetos, retratos y pinturas que pertenecieron a los fallecidos. Es un hombre que tiende a controlar la vida para hacerla previsible y segura, y puesto que la única seguridad para él en la vida es la muerte, Davenne parece fatalmente destinado a formar parte de este macabro conjunto. Por su manera de entender la existencia, está destinado a vivir sus sentimientos al margen de la sociedad, y para poder llevar a cabo su secular liturgia necesita un espacio. Un espacio, la habitación verde, que a él se le antoja como ideal, un pequeño paraíso donde los muertos están vivos (o quizá donde el vivo está muerto).
La película comienza con Julien Davenne asistiendo al funeral de la mujer de su amigo Gerard Mazet. Su amigo llora desconsoladamente la pérdida de su esposa y se aferra con fuerza a su ataúd. Mientras un sacerdote le habla de la vida eterna y de la resurrección de los muertos, Davenne contempla la escena entre perplejo y descreído. Ante tanta palabrería, el personaje interpretado por François Truffaut reacciona echando al sacerdote fuera de la habitación. A Julien Davenne no le vale el paraíso que postulan las religiones, no quiere esperar el día de la resurrección, él quiere algo inmediato y tangible. Davenne, consciente de que Gerard Mazet está pasando por la misma desesperación que él pasó, comparte como si de una fórmula alquímica se tratará, los preceptos de la liturgia que ha creado. Le dice a Mazet que su esposa está viva, que le pertenece y que de él depende que siga viva. Davenne afirma: "los muertos nos pertenecen si nosotros aceptamos pertenecerlos".
En una sociedad que no quiere recordar, en la que todos parecen haber olvidado el horror de la Primera Guerra Mundial, y que hace hincapié en seguir adelante, Julien Davenne se ve obligado a buscar un refugio, un espacio en el cual dar rienda suelta a esta especie de religión secular que ha creado. Su pequeño paraíso, ese que era definido en la Biblia como "el vergel verde donde Dios creó a Adán", en Davenne toma la forma de habitación verde. Velas y retratos adornan una sala que está custodiada bajo llave. En esta habitación no existe el tiempo. Es un lugar donde Davenne ha proyectado un mundo ideal, donde puede convivir con sus recuerdos y reconciliarse con su pasado, donde libra una auténtica batalla espiritual contra el olvido.
La cosificación, que antes mencionábamos, se manifiesta a través de la mano de porcelana a escala de la su esposa, que hace patente la idea de que el recuerdo toma forma, y se hace cuerpo. Como si de una ofrenda se tratará, Davenne coloca en la mano un anillo que ha comprado en una subasta para su esposa. Habla con ella y le dice: "esta noche la pasaremos juntos".
Para nuestro protagonista no existe la posibilidad de sustitución. Cuando su amigo Gerard Mazet se vuelve a casar, Davenne prácticamente enloquece. Rehacer es un eufemismo del olvido, y olvidar es la traición mayor. Superarlo es casi un insulto. El tipo de ausencia que provoca la muerte no puede compensarse de ninguna manera. El dolor, cuando es de verdad, debe prolongarse con nosotros hasta el final. Davenne afirma: "¿Cómo los desaparecidos podrían esperar permanecer si no es en el recuerdo de lo vivos?".
La habitación verde y posteriormente la capilla que reforma, le aleja de los vivos. Davenne es un ciego, no ve a los que le rodean y tampoco sus sentimientos. Se ha convertido en un espectador de la realidad. Su total ensimismamiento le ha privado trágicamente de poder iniciar una nueva vida. El paraíso que Davenne ha creado es terrible, no sólo le aleja de los vivos, sino que le consume poco a poco, convirtiéndole a él de manera progresiva, no sólo en alguien alejado de la realidad, sino en un hombre que se desdibuja, y que pasa de espectador a protagonista únicamente con su propia muerte.
Julien Davenne construye su paraíso en aras de alcanzar un absoluto, al intentar alcanzar una permanencia en la vida, y no en la muerte. Intenta mantener viva la memoria de aquellos que había perdido preservando su recuerdo de todas las formas posibles. El problema es que al cosificar a sus muertos, el sentimiento de Davenne se acerca más a la posesión total que a la conservación. Sin embargo, esa conservación material, ese paraíso construido, muestra su fragilidad cuando el fuego lo devora. Una noche de tormenta, el aire vuelca una de las velas y se inicia un fuego que destruye parte de los objetos que él tenía custodiados en la habitación verde. Davenne no ceja en su empeño y vuelve a construir un espacio para sus obsesiones de conservación. En una visita al cementerio se pierde, y encuentra destruida y en escombros una capilla. El lugar que había sido destruido durante la guerra, será finalmente reformado. Los muertos de Davenne tienen ya un espacio propio, un lugar de vida, un bosque de velas encendidas que nunca deben apagarse. En ese espacio idílico, se van sucediendo una tras de otra, las fotos de los muertos de Davenne, pero también los de Truffaut: Henry James, Oscar Wilde, Jean Cocteau y el músico Maurice Jaubert.
François Truffaut siempre quiso rodar una película sobre la muerte, una idea que se hizo más intensa con el fallecimiento de varios amigos y compañeros de profesión. Truffaut declaró: "acabo de cumplir cuarenta y seis años, y ya empiezo a estar rodeado por la muerte. La mitad de los actores que participaron en Tirad sobre el pianista ya no están". Davenne, alter ego de François Truffaut, es una persona pasiva, oscura y obsesiva. No se da cuenta, pero sólo logrará mantener su paraíso intacto gracias a la relación que establece con Cecilia, lo que demuestra que es sólo mediante los demás que permanecemos. Será ella la que encienda la última vela del conjunto. En este paraíso que Davenne ha construido, donde sus muertos le pertenecen y están vivos, él aparece también cosificado. Al final, es sólo otra vela más, con su muerte se cierra el círculo.
Los muertos le han arrebatado [de] la vida. Aunque François Truffaut pretendió dar a la obra un significado de homenaje para aquellos que ya no estaban y que habían sido esenciales en su vida, el filme es tan oscuro y enajenado que el homenaje pasa a un segundo plano ante los obsesivos deseos de Davenne. La búsqueda de un absoluto se demuestra inútil. La vida es efímera, y aunque Truffaut o Davenne quisieran mantener a la gente que amaron viva, se muestra que la única forma de permanencia es mediante las relaciones personales que se establecen, o a través del arte, a través del cine. El cine conserva una presencia sonora y visual. Aunque como diría el propio Truffaut, es una buena estratagema pero no es "real". Truffaut y Davenne se ven obligados a aceptar que lo absoluto, lo definitivo, lo permanente, no está al alcance del ser humano. Cecilia lo expresa a lo largo de la película: "un niño quiere siempre a su madre, las parejas que se aman quieren seguir amándose siempre; todo en nosotros anhela lo permanente"; aunque la vida nos enseña lo provisional.