Los actores conforman una de las partes más palpables de un film. Su parte visual más reconocible, podríamos decir. De ellos -de su elección, más bien- depende, en buena medida, el éxito comercial y, en ocasiones también el crítico, de la producción. Las grandes obras maestras del cine siempre serán recordadas, además de por el tipo que las dirigió, por aquellas personas que la interpretaron. Lo cierto es que, sin que muchas veces debiera ser así, los actores gozan de una categoría de adalides del séptimo arte, en un medio donde el star system se ha impuesto como modelo para tasar los oficios.
Este mes en EL ESPECTADOR IMAGINARIO nos centramos en un numeroso sector menos puntero dentro de este colectivo de estrellas millonarias: los secundarios. Fracción del gremio que merece las mismas o incluso mayores alabanzas, por salvar de vez en cuando las mediocres actuaciones de las estrellas, por saber apropiarse mediante sus interpretaciones de una cinta que, en un principio, no fue pensada para ellos.
Son muchos los casos de portentosos secundarios, imprescindibles en el elenco para sacar adelante la película, apropiándose, en algunos casos, del éxito otorgado por un público harto de las mismas caras. Dentro de este colectivo, voy a revisar la carrera casi anónima pero de enorme proyección, de uno de los más prolíficos actores británicos de la última década. Me refiero al señor de los villanos con el peor genio, hipócritas maquiavélicos y turbadores. Me refiero a Stephen Graham.
Con apenas un puñado de trabajos relevantes, Graham es uno de esos intérpretes que desde el primer instante ya se veía que encajaría a la perfección en el rol del malo. Su aspecto de niño pillo (pese a sus 37 años) confiere a sus apariciones en la pantalla un aura entrañable de inquietud permanente. Su trayectoria ha progresado al tiempo que sus papeles se han ido oscureciendo. Si hilvanamos el recorrido a lo largo de sus papeles, sobre todo en cuanto a la personalidad y maneras bajo las que se introdujo, servirá para trazar una evolución, además de su peso en las cintas para las que fuera llamado a participar, en el nivel de maldad, locura y psicopatía. Comencemos por el principio.
Tras una serie de intrascendentes colaboraciones y una dedicación casi en exclusiva a la televisión, el artificioso director Guy Ritchie le ofreció un pequeño papel en su taquillera Snatch: cerdos y diamantes (Snatch, 2000), donde Graham interpretaría a Tommy un aprendiz de promotor de boxeo, inocente y miedoso. Del peligroso estilo de vida que requería su trabajo, por el tipo de gente con el que debe tratar, se desprende la mejor anécdota de Tommy en el film. El pobre, asustado, acude a comprar una pistola, instrumento que no sabe usar, pero que considera distintivo forzoso para garantizar su protección. Cuando su jefe descubre el arma, descarga sobre Tommy una bronca paternal, como si la compra se tratara de un acto de inconsciencia infantil por parte de un pringao que pretende hacerse el duro. Así debieron de ser también, probablemente, los comienzos de Graham; titubeantes pero, pasito a paso, forjadores de una personal impronta.
El salto hacia la fama de Graham ya se pronosticaba cuando Steven Spielberg y Tom Hanks le llamaron para formar parte del elenco de su magistral miniserie Hermanos de Sangre (Band of Brothers, 2001), que seguía la experiencia de los paracaidistas de la Easy Company en la Segunda Guerra Mundial. Este "ascenso" fue ratificado por su contratación por Martin Scorsese para la colosal reconstrucción del decimonónico Manhattan de las guerras de bandas en su Gangs of New York (ídem, 2002). Sus roles presentaban todavía escasa relevancia, mas ya había logrado meter la cabeza en unos cuantos proyectos notables.
Los siguientes trabajos de Graham, los mejores de su vida profesional hasta la fecha, le dotaron del caché que actualmente ostenta, junto a la identificación dentro de ese perfil malvado por el que se le conoce. Los variados tipos de antagonistas y sus planes le procurarían enormes posibilidades, traducidas en suculentas ofertas.
Su contribución actoral de mayor trascendencia hasta la fecha podemos encontrarla en la cinta de Shane Meadow, This is England (ídem, 2006). La demencia de perfil skinhead que destilaba su personaje, Combo, consiguió formar un tándem inolvidable de insana divergencia con la ingenuidad del niño Shaun (Thomas Turgoose), al que asistiera como maestro de un estilo de vida prohibido y atractivo. Tras juntarse con los jóvenes de estética skin utilizó su diferencia de edad para liderarles e impresionarles con sus fanfarronerías; su malogrado paso por la cárcel le hizo importar ideas racistas al grupo, que decidió abandonarle en su fundamentalismo ideológico. Será entonces cuando encuentre en Shaun a su único y manipulable seguidor. La sobrecogedora secuencia final del filme muestra los dos extremos opuestos e inconciliables de las personalidades de ambos: el evidente trastorno mental de Combo frente al pavor del insensato chaval.
Esta faceta de instructor del odio hacia el prójimo en los personaje de Graham, sería de nuevo explotada tres años más tarde en Awaydays (Pat Holden, 2009). En esta ocasión, el pretexto para la violencia es el fútbol, y digo pretexto porque bajo la conducta del grupo de imberbes energúmenos (cuanto más jóvenes, más fácil captarlos y adiestrarlos en el sinsentido de la violencia en el deporte) que lidera el personaje de Graham, no existe ningún tipo de carga ideológica, sólo unas irracionales ganas de pegarse contra otros "aficionados". Era el origen del hooliganismo, que antes de convertirse en una tendencia aglutinadora de vandálicos y agresivos ultras (ojo, en muchas ocasiones no incultos precisamente), se caracterizaba por unos patrones culturales y de la moda bien definidos.
La "temporada futbolística" continuó para Graham al ser fichado el mismo año para participar en The Damned United (ídem, Tom Hooper, 2009). La película se basaba en hechos reales que reproducían los 44 días que el legendario entrenador Brian Clough dirigió al mejor club inglés de la época, el Leeds United, cuyo juego se definía por la provocación y la más absoluta desvergüenza. Como no podía ser de otra manera, Stephen Graham interpretaba a Bill Bremner (con quien guardaba un asombroso parecido físico), capitán del equipo y uno de los mayores artífices de este fútbol antideportivo y desleal que generó tanta polémica que llegaría a enfrentar a los irrespetuosos jugadores con su técnico, atormentado por remordimientos éticos.
Finalmente, y después de esta trilogía inglesa de descaro y excesos en cuanto a la temática y, sobre todo, a los roles de Graham, otra superproducción llamaba a su puerta. Sabemos que no sería la primera vez que actuaría en una obra de tal calibre, pero sí con un papel de cierta relevancia. Michael Mann rodaba en digital la adaptación de la vida y milagros de uno de los delincuentes más célebres de la Gran Depresión, John Dillinger. En Enemigos Públicos (Public Enemies, 2009) Johnny Depp encarnaría al homenajeado gangster, mientras Christian Bale se metería en la piel del verdadero protagonista de la cinta, el agente del FBI Melvin Purvis, obsesionado con dar caza a Dillinger y su banda. Pues bien, nada como juntar un par de estrellas en pleno boom de su profesión para que unos acertados secundarios se inmiscuyan en su reconocimiento, hasta rebasar su influjo carismático. Aquí es donde entra, entre otros, Graham con su Baby Face Nelson, criminal que fuera el más buscado tras la muerte de Dillinger. De nuevo su físico abriéndole puertas, y de nuevo esa psicopatía a interpretar que parecía perseguirle allá donde trabajara.
El afianzado historial de Graham ha sido suficiente para que recientemente le hayan incluido en el reparto de la cuarta entrega de Piratas del Caribe (Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides) que ya dirige Rob Marshall y cuyo estreno está previsto para mayo de 2011. El británico interpretará a un pirata de características similares a las de sus roles habituales -cómo no-, compañero del eterno protagonista Sparrow. Creo que supone un buen galardón a una correcta trayectoria el haber logrado una plaza en una saga que aprovecha el tirón de actores en boga. Pero, por si fuera poco, el viejo Scorsese ha querido contar de nuevo con él para interpretar a un joven Al Capone en la serie de estreno apadrinada por HBO Boardwalk Empire. Más no se puede pedir.
Sabemos que existen muchos tipos de actores y, como ocurre en muchos, en este oficio son esenciales la suerte o el brazo bajo el que se viene. Sin embargo, un rápido vistazo al currículo paulatino de Stephen Graham me hace pensar que se ha ganado a pulso cada papel con el sudor del anterior. No sé si quedará como perpetuo secundario o si ya se habrá encasillado. La verdad es que me da igual, porque el que vale, vale.
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