Una hora menos en el reloj de cuco

Gran Torino. Clint Eastwood , EUA, 2008
Por José Miguel Viña Hernández


Poster Gran TorinoOrson Welles deja atrás la noria; aunque atroz, se le ve humano. "Recuerda lo que dijo no sé quién. En Italia, en tres años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, en amor y armonía, tuvieron quinientos años de democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco". En estas palabras, El tercer hombre (Carol Reed, 1949) nos da la clave de nuestro tiempo: la barbarie como elemento vertebrador de la civilización en occidente. Una idea que mantiene, muchos años más tarde, el sociólogo francés Edgar Morin, en su ensayo Breve historia de la barbarie en Occidente. Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) recupera la esencia de este mensaje y reflexiona, en una mezcla de lógica, sinrazón e ironía, sobre el mal llamado "problema racial". Un "problema" cuya existencia se remonta a herencias lejanas, pero también a ejemplos próximos: desde las denuncias de Santiago Álvarez en Now! (1965) y LBJ (1968), o Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), hasta la premiada Crash (Paul Haggis, 2004), sin olvidar Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006).

Fotograma Gran TorinoA través de un vehículo y un personaje repasamos el concepto de identidad global, ese punto de encuentro donde se reconocen los "americanos", ventana con vistas a la que el mundo se asoma. Walt Kowalski (Clint Eastwood), veterano de la Guerra de Corea, pasa su soledad observando la podredumbre y decadencia de su espacio vital. Agrio, inmortaliza el gesto desencajado en una perpetua sensación de náusea y arcada ante los nuevos valores. En Kowalski se reúnen serios rasgos definitorios del denominado "american way of life". El elemento más evidente es la veneración a la bandera, ondeante en el jardín, parte accesible y vulnerable de la propiedad privada. El Gran Torino, objeto de deseo, remite a otro tiempo "mejor", a un pasado añorado, casi bucólico, y al mismo tiempo recuerda la invención de la "cultura del automóvil", en la que el cowboy remplaza la tranquilidad de la pradera por (parafraseando la obra de John Huston) la jungla de asfalto.

Fotograma de Gran TorinoSin llegar a planteamientos nihilistas o paradajosas buñuelescas (el realizador aragonés presumía de ser "ateo gracias a Dios"), la religiosidad vuelve a estar presente, como lo estuvo años antes en Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004) y, como entonces, el protagonista adopta una postura en principio disidente, en una actitud vital más próxima a la mofa que al dogma.

Siempre en compañía de un guión inteligente, Eastwood logra equilibrar dosis de humor y drama, de heroicidad y bajeza, en un juego de contrarios que, salvando las distancias, puede evocar, por ejemplo, al Billy Wilder de Traidor en el infierno (1953). Con Gran Torino se ha conseguido una sabia evolución vital y una mejor lección moral ante el espectador, que comienza repudiando la intolerancia de Kowalski y acaba sediento de venganza. Al final, de verdugo a víctima, de héroe a mito, sólo existe un paso.

Ficha técnica:

Gran Torino
EUA, 2008

Dirección: Clint Eastwood
Producción: Bruce Berman, Clint Eastwood
Guión: Nick Schenk
Fotografía: Tom Stern
Música: Kyle Eastwood, Michael Stevens
Montaje: Joel Cox, Gary Roach
Interpretación: Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Bang

 

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