Esperemos que esta vez los árboles sí dejen ver el bosque. Y aquellos que vieron con miopía, Supersalidos (Superbad, 2007), esta vez sí que sepan apreciar la validez de la nueva propuesta fílmica de un director al que, definitivamente, hay que seguirle la pista.
Lo digo ya. Es un oasis entre tanto cine norteamericano con voluntad epatante ya sea por su ambición artística como por su pretendida espectacularidad.
La hulmidad de Supersalidos vuelve a estar presente en un film que retorna al color pastel de los años ochenta y a los recuerdos (¿autobiográficos?) de adolescencia. Aquí, los fuegos de artificio, vuelven a ser la delicadeza y la humanista descripción de sus personajes, a los que prefiero recordarlos por el nombre de pila que consta en el guión y no por los nombres de los intérpretes. Hasta me he olvidado que Kristen Stewart (Em Lewin) es la inane protagonista de la saga de Crepúsculo (Twilight, Catherine Hardwicke, 2008)
La virginidad como momento de clausura de una época evolutiva vital y como bisagra a una fase adulta. En Supersalidos se articulaba el deseo de los protagonistas para establecer una comedia física que a su vez quería reflejar cómo el amor fraternal entre amigos formaba parte indisoluble de nuestro desarrollo afectivo. La amistad deja paso aquí al primer amor, aquel que se siente como un tren que o lo coges en el momento o nunca más volverá a pasar.
Día de la graduación y un futuro prometedor ante los ojos expectantes de James (Jesse Eisenberg). Pero, hmmm, el renglón empieza torcido ya desde el inicio del film. Un primer plano de James se alterna en contraplano con su novia que le dice que no quiere continuar la relación. Se abre el plano y estamos ante una típica fiesta de adolescentes. Que se opte por empezar con un primer plano de la cara de nuestro protagonista para después abrirnos al entorno más inmediato ya nos sitúa en las intencionalidades del director. No puede existir solución fílmica más certera para expresar lo íntimo y personal que supone la basculación del desarrollo narrativo. Y así haremos el viaje a Adventureland. De James y sus sentimientos hacia fuera y vuelta a él.
El esperado viaje a Europa con su amigo es su plan inmediato, para después del verano estudiar en Nueva York, la arcadia de James. Pero las plegarias no son atendidas y sus padres, por dificultades económicas, le informan, que se olvide de Europa y que si quiere marcharse a Nueva York, tendrá que buscarse un trabajo para poder pagarse sus futuros estudios.
Con nula experiencia laboral acaba aceptado como trabajador en un parque de atracciones demodé, un espacio de ocio, incluso en 1987, ya en vías de extinción. Y así Gregg Mottola da paso a los títulos de crédito para que a partir de aquí, nos situemos en Adventureland.
Chico conoce chica. Chico se enamora de chica. Chico sufre desengaño amoroso como punto de crisis y posterior resolución. ¿Cuántas veces, hemos visto construida esta sencilla estructura a lo largo de nuestro itinerario cinematográfico? Posiblemente muchas veces. Y si hemos visto muchas comedias románticas de los años ochenta más todavía. Y ahí es donde quiero llegar. Si Supersalidos recogía con toda modestia y sin complejos la tradición de comedias tipo La revancha de los novatos (Revenge of the nerds, Jeff Kanew, 1984), Mottola nuevamente sin pudor alguno, recoge la tradición de las comedias románticas simplonas y acarameladas de aquellos años en la línea de las películas de John Hughes tipo Dieciséis velas (Sixteen Candles, 1984) o Admiradora secreta (Secret admirer, David Greenwalt, 1985).
Pero antes de que salgan despavoridos, déjenme decirles que no hay temor para salir huyendo. Aunque solo sea por escuchar el fantástico score del film (con Lou Reed a la cabeza). Porque Mottola lo ha vuelto a conseguir. Desde una franqueza y una arquitrama de confección clásica en la que nuestro protagonista activo se sitúa en un entorno clausurado coherente y casualmente relacionable consigo mismo, logra que nos sintamos fácilmente conectados con las atribulaciones de James.
La sonrisa de complicidad que mantendremos incólume a lo largo de todo el film es obra y gracia de unas situaciones bien medidas y desarrolladas, de unos personajes verosímiles en su caracterización y personalidad y que no dejan de mostrarnos que pueden ser vistos como una metáfora de la naturaleza humana en su variedad multigenérica. Hay una transparencia en la construcción del personaje que aunque nos haga verlos fácilmente reconocibles, podemos en ellos atribuir experiencias de nuestra vida que nos haga desplegar nuestra capacidad empática ante lo que vemos en la pantalla.
Porque el gusto por el pequeño detalle (observen las camisetas de trabajo de cada uno de los personajes), la sutileza y la docilidad con la que adorna Mottola su relato hace que nuevamente podamos situarnos fácilmente en su sensibilidad fílmica. No tengo nada que ver con sus seres como tampoco lo tenía con aquellos losers de Supersalidos, pero un pequeño detalle me ha hecho partícipe activo de lo que se cuenta. Es un instante, pero con suficiente valor afectivo para que el acto comunicativo se consuma escalando grados en la valoración final. Cuando se produce ese soplo de magia, nos hace recordar cómo el cine puede ser un bello mediador de nuestra vida. Y amamos el cine porque amamos la vida según la máxima truffautiana. Y momentos así que nos lo vuelven a recordar, son los que bien valen el precio de la entrada.
A James, siguiendo su coherencia íntima y desoyendo los consejos del experimentado Mike Connell en el arte de la seducción, no le importa mostrar a Em aquello que otros considerarían vulnerabilidad y, por tanto, veneno en el agasajo al sexo opuesto. Le regala una cinta con aquellas canciones desesperadamente tristes que a él le definen en su espíritu romántico. Suena Pale blue eyes de la Velvet Underground. Y aquí es donde parece que funciona la nigromancia de Mottola conmigo. Porque si en Supersalidos, no pude más que acordarme de mi amigo, que me acompaña desde que teníamos cinco años, aquí he vuelto a acordarme de aquella estúpida manía de regalar a mis próximos recopilaciones de canciones tristes. Y sí, Pale blue eyes, es una canción que acompañó mis noches más afligidas.
Estoy convencido que no voy a ser un caso aislado. Denle una oportunidad y me cuentan.