La repercusión fílmica que supone que un director se especialice en un género no ha de ser forzosamente mala, siempre y cuando continúe progresando dentro de él. El problema llega con el cambio o las transgresiones, que pueden, o bien pasar inadvertidas o bien terminar destacando, positivamente por su sorprendente brillantez o en lo peor por su fracaso absoluto. En este caso, estamos más cerca de la última opción.
Takeshi Kitano abandona sus preciadísimas películas de yakuzas para retornar a sus orígenes. Tras un ejercicio de autoinmolación en la anterior Takeshi's (2005) -en palabras del crítico Jordi Costa- con más pena que gloria, vuelve a parodiarse a sí mismo en una suerte multigénero nefasta titulada Glory to the Filmmaker! Lo verdaderamente extraño es que el cineasta japonés ya gozaba de tablas en la materia, habiendo comenzado su andadura en el mundo del espectáculo como cómico y conservando todavía el sobrenombre "beat" -que adquirió como miembro del dúo Two Beat- cuando aparece en los créditos del reparto (en la mayor parte de su obra).
El creador del famoso y humillante programa Humor Amarillo (Takeshi's Castle en el original) saca poco provecho de su exitoso pasado humorístico en una cinta que presenta dos partes bien diferenciadas. La primera, muy válida y solvente, presenta el vacío simulado que experimenta Kitano al percatarse de su incapacidad para rodar nada que se salga de la manida temática yakuza. Un angustioso y repentino descenso de autoestima en su entorno laboral, le llevará a probar fortuna con otros tipos de película, iniciando un apreciable y divertido recorrido por los géneros cinematográficos. En la segunda parte del film, el director parece decantarse por la ciencia-ficción con efectos especiales, pariendo la mayor bazofia que hubiera conseguido filmar jamás.
En su particular repaso tipológico del cine, el japonés aprovecha para practicar un certero, despiadado y corrosivo ataque reprobatorio a todos aquellos modelos que alguna vez sirvieron de vehículo para el éxito de sus creadores. Para ello, no dudará en hacer risas desde su personaje -siempre será así-, utilizándose cual payaso que pretende hacer escarnio sin perder la sonrisa. Comienza con un drama, tratando de emular a Ozu, protagonizado por un oficinista recién jubilado, pero la falta de pericia y experiencia en narraciones sentimentales aflora en apenas unos minutos. A continuación, expondrá, con peor pata aún, un par de intentos de película lacrimógena -como augura el narrador-, donde el personaje principal presente alguna tara, psíquica (amnesia) o física (ceguera); si bien estos defectos habrían debido de servir para sensibilizar al público, al director sólo le ayudan a admitir las carencias dramáticas de unas tramas que no llevan a ningún sitio. En su pertinaz empeño por hacer una obra romántica, lo que se muestra en un principio como un amante entregado, resulta ser en realidad, de nuevo, una copia caricaturesca de esa figura amenazante del imperturbable yakuza que el japonés suele interpretar.
En su fingida desesperación, Kitano se molesta en atender el tipo de cine que suele gustar al público. Conforme a esta premisa, filma una cinta de posguerra que se extiende en el largometraje contenedor durante algunos minutos más que el resto de grabaciones. Cuando nos hace creer que será la definitiva, una nueva incisión de crueldad, de ese sello violento del que pretendía "huir", abortará la finalización del rodaje. Un film de terror extraordinariamente cómico y una peli de samuráis clavadita a Zatoichi, serán los últimos escalones, en forma de preámbulo, de la obra definitiva, titulada El día de la promesa.
En lo que viene a ser una extravagante producción de ciencia-ficción espacial con efectos especiales de saldo, acontecida en la época actual, domina un tono de comedia degenerada, incongruente e irracional, percibiéndose ese humor genuinamente nipón, ajeno al uso y costumbre occidental, colmado del ideario, muchas veces absurdo, que se desprende de la popular cultura del manga, con un desmedido empleo del gag slapstick reiterado -animaciones aparte, el ejemplo más claro son esos esperpénticos desequilibrios y caídas al suelo como reacción a las paridas soltadas por cualquier personaje, recurso obligado de todos los animes-. Las protagonistas son una madre y su hija buscavidas y palpablemente subnormales, ataviadas con unas vestimentas que presentan una estética similar a la del fenómeno cosplay. La colección de personajes ridículos se completa con el cándido presidente de una importante compañía japonesa, su atolondrado hijo y un Kitano que hace las veces de sicario mohíno y panfilón (parece el típico jubilado español que ha abandonado el tradicional chándal patrio por ese uniforme escolar tan venerado en la Tierra del Sol Naciente) y persistente en su autoparodia: se convierte en un muñeco de latón cada vez que las cosas se ponen feas.
Este insulto a la inteligencia en forma de deshecho de cuento postindustrial, con sus robotitos a lo Mazinger Z incluidos, ofrece algunos aciertos referenciales y procesos de montaje liberales. Los homenajes a Matrix, al pressing-catch y al inolvidable cabezazo de Zidane en la final del pasado Mundial de Alemania, constituyen la mínima conexión que el film entabla con el espectador occidental. Por increíble que parezca a estas alturas, también encontramos una cantidad -insuficiente- de elementos que dejan buen sabor de boca, como la introducción de algunas tomas falsas-intencionadas, la aparición del divertido Profesor Ide y su risa contagiosa, o la alusión a anteriores trabajos de Kitano (El verano de Kikujiro, Brother o Kids Return).
Las conclusiones a extraer son claras. La película funcionaría mejor como un programa de sketches independientes que como un todo unificador, pues apenas hay un pobre argumento que relacione las secuencias entre sí (aunque, casi mejor si genios de la pieza humorística breve como los Monty Python no se enteraran nunca de la existencia de este film). Supone la definitiva confirmación del propio Kitano como su mejor actor pero, como director, es preciso calificarle de irregular, al ser capaz de lo mejor y de lo peor. Dentro de su género "gangsteril" es algo artificioso, pero atinado y contundente. Las cosas del pasado es mejor no removerlas (el accidente de moto que sufrió tras dejar la comedia, que a punto estuvo de costarle la vida, parecía prevenirle de este detalle).
Como propuesta para la reflexión, queda ese apocalíptico y demencial final en el que se elimina todo lo concerniente al heterogéneo conjunto de filmaciones que vimos durante el metraje para que un gigantesco letrero en relieve (que parece directamente sacado de la cabecera de la genial La vida de Brian, 1979) rece "Glory to the Filmmaker", en una vergonzosa petición de clemencia y compasión al espectador. Concluidos los títulos de crédito, un significativo cortometraje de tres minutos expone la proyección de Kids Return en un cine desolado. Tras un defecto en el rollo, se produce un curioso salto a una escena en la que Shinji le dice a Masaru "¿crees que esto es el final?", a lo que su compañero le responde "¿qué dices gilipollas?, esto no ha hecho más que empezar". Dios (o quien sea) nos libre.
Ficha técnica:
Glory to the filmmaker!
Japón, 2007
Dirección: Takeshi Kitano
Producción: Masayuki Mori, Takio Yoshida
Guión: Takeshi Kitano
Fotografía: Katsumi Yanagigima
Música: Shinichiro Ikebe
Montaje: Takeshi Kitano, Yoshinori Ota
Interpretación: Takeshi Kitano, Toru Emori, Kayoko Kishimoto, Anne Suzuki