La novela negra clásica norteamericana sigue siendo objeto de fetiche y devoción por parte de Europa. El demonio bajo la piel es una buena muestra, donde se adapta muy fielmente la obra de Jim Thompson, publicada en 1952 y alabada por alguien tan poco dado a elogios como Stanley Kubrick, director con el que colaboró en el guión de Atraco perfecto (The killing, 1956) y Senderos de gloria (Paths of glory, 1957). Un autor, por otra parte, que a duras penas pudo vivir de sus ficciones -como la auténtica pulp fiction, éstas eran vendidas en kioscos- y que una vez fallecido su obra fue trasladada a la pantalla, fundamentalmente por directores europeos como Alain Courneau (Série noire, 1979), Bertrand Tavernier (Coup de torchon, 1980) o Stephen Frears (The Grifters, 1990).
En esta estela es donde se inscribe Winterbottom, un director que no se amilana ante temas fuertes (os remitimos a nuestro estudio de su cine) y que aquí tiene material explosivo que manejar, en cuanto la cruda y árida violencia del texto es mostrada con una frontalidad desasosegante y escalofriante. Las medias tintas no van con él. Ya sea por un cristalino compromiso social ante problemáticas incómodas como la presentada en Camino a Guantánamo (The road to Guantanamo, 2006), o por el similar tratamiento que acometió al acercarse al sexo en 9 songs (2002), el realizador siempre se muestra contundente en su estilística hiperrealista. Si entonces los guardianes de la moral ya tuvieron con qué entretenerse, imagínense aquí cuando la agresividad está descargada de forma brutal hacia las mujeres.
Mi enfermedad. Así define Lou Ford (Casey Affleck) -aparente pusilánime adjunto a sheriff tejano, chapado a la antigua-, a sus instintos asesinos en la negrísima El asesino dentro de mí, que Winterbottom adapta. Trabajo arduo el de Casey Affleck al encarnar al redneck de buenas maneras Lou, ya que una narración subjetiva e introspectiva, plenamente psicológica, como ya lo era Génova (2008), debe ser transmitida por el actor con el mínimo de recursos expresivos aparentes. Y ahí Casey da en el clavo porque consigue hacer visible su convulso fragor interno, con lo mínimo a su disposición. Un psicologismo similar al de El fotógrafo del pánico (Peeping Tom, 1960) aquí está sucinto a ráfagas, un tanto confusas (en el libro están mejor contextualizadas), que remiten al pasado y a la infancia del asesino, para comprobar que el mal es de estirpe biológicamente insana. Por supuesto, también se cuenta con la socorrida voz en off, recurso típico del film noir clásico. No es la primera vez que se acerca al género, pero sí desde el respeto absoluto. Ya lo hizo en I want you (1998), con una entonces desconocida Rachel Weisz, donde se apropiaba de los estilemas característicos del cine negro para llevarlos a un ejercicio más experimental y alejado de la habitual cartografía, pero donde conseguía una fascinante atmósfera viciada, la cual aquí está más capitalizada en el desequilibrio psicopático del personaje.
No obstante, aunque se busca una fidedigna adaptación y nadie puede decir lo contrario, el film falla justamente en algo que es especialidad en el director, demostrado en numerosos ejemplos como en la trepidante 24 hour party people (2004). El nervio y la capacidad absorbente de la novela, mediante una frenética e impetuosa narración dialogada llena de asíndeton y numerosas frases inacabadas, no están conseguidos en el film, el cual se distancia de esa ondulación agitada y esa fuerza expresiva intensificada, para optar por una caligrafía clásica y serena, formalizada al mínimo, solo casi ajustada para recrear una ambientación verosímil del ambiente cerrado y sureño de los años 50, algo que en cierta manera nos hace acordar que estamos ante terreno de los Coen, pero como si éstos estuviesen apaciguados tras las cámaras. En ello hay una finalidad práctica, ya que así el aspecto controvertido estalla con más virulencia en el espectador. Y es que las secuencias violentas son difíciles de digerir, especialmente el ensañamiento que acomete con Joyce Lakeland, una Jessica Alba que sabe perfilar mejor su personaje que el que se muestra en la novela, demasiado episódico y prácticamente reducido al mínimo, ya que está vehiculado como carta de presentación de la enfermedad de Lou (a través de ella es cuando advertimos que nuestro narrador es un auténtico psycho-killer). Dado que en Jim Thompson todo es constantemente irrespirable, la violencia parece ser un elemento más. A Winterbottom, que le gusta que el espectador no se quede indiferente en su butaca, y para ello acostumbra a utilizar estrategias viscerales, deja que sean las secuencias fuertes las que condicionen el esqueleto del film. ¿Lo consigue? Demonios, sí, te mete la inquietud en el cuerpo.
Por otra parte, Thompson utiliza de forma habilidosa la primera persona del singular retrospectiva, al estilo de James M.Cain, para tensionar el suspense entorno al cerco a Lou, ya que el punto de vista adoptado parcela la información al lector. Todo está tiranizado a través de los ojos profundamente solipsistas de su desvencijada psique. Aunque no es capaz de percibir lo que realmente está sucediendo a su alrededor, el novelista nos disemina pequeños indicios para el lector, los cuales son escamoteados en El demonio bajo la piel. Bien por la imposibilidad de la traslación (cuando las reflexiones abundantes de Lou son explícitas en el volumen), o bien por un necesario aligeramiento del contenido narrativo. De esta manera, la tensión bien gestada en Thompson es ausente en Winterbottom. Por ejemplo, cuando Lou visita al padre de Johnny Papas o la conversación que mantiene con Joe Rothman (Elias Koteas) en la colina mirando el escenario del crimen, o las numerosas ocasiones en las que se extraña del comportamiento de Chester Conway (Ned Beatty). Es decir, que lo que en la novela queda justificado internamente por el enfoque adoptado y es utilizado convenientemente, en el film parece más un deux et machina, capricho de un demiurgo. Por ello la climatización del desenlace no acaba de resultar del todo satisfactoria. No se trata de discernir entre qué es mejor, si el libro o el film, pero hay aspectos bien modulados en la obra original que no han sabido llevarse adecuadamente.
De todas formas, el autor se sentiría orgulloso de su adaptación, ya que como decimos, el británico capta a la perfección el espíritu y lo sabe trasladar en imágenes, contando con unos actores perfectamente acoplados a sus papeles (Affleck, de verdad que está genial) y tiene la osadía de no reducir ni un ápice el malestar agrio de la obra original, con el riesgo de que muchos se apresuren a tomar la parte por el todo. Es decir, que le tilden de misógino y que abusa de la violencia gratuita. Si se quería ser consecuente con el autor original no quedaba otro remedio. Recordemos que no estamos en los años 40 y 50, cuando la carga descarnada de las novelas hard boiled de Chandler o Hammett era adecuadamente reducida, especialmente cuando ésta era destinada para retratar las fuerzas del orden. Aquí, no hay mejor metáfora para representar un sistema podrido y paranoide, una vez que nuestro protagonista fracturado se encuentra en el bando de la autoridad.
Festival de Sundance 2010. Premiere.
Festival de Berlín 2010. Sección Oficial
Ficha técnica:
El demonio bajo la piel (The killer inside me), EUA, 2010
Dirección: Michael Winterbottom
Producción: Andrew Eaton, Chris Hanley, Bradford L. Schlei
Guión: Michael Winterbottom, Robert D. Weinbach (Novela: El asesino dentro de mí de Jim Thompson)
Fotografía: Marcel Zyskind
Montaje: Mags Arnold
Música: Melissa Parmenter
Interpretación: Casey Affleck, Jessica Alba, Kate Hudson, Bill Pullman, Ned Beatty, Elias Koteas, Simon Baker