En 1992, el Festival de Sundance pudo constatar, gracias a películas como En la sopa (In the soup, Alexandre Rockwell), Vivir hasta el fin (The Living End, Gregg Araki) o Quédate conmigo (The Waterdance, Neal Jimenez y Michael Steinberg), que el cine independiente moderno podía ser igual de competitivo que el de Hollywood. Fue entonces cuando un joven Quentin Tarantino sorprendía a crítica y público con su ópera prima, Reservoir Dogs. Sólo dos años más tarde, el jurado de Cannes premiaba con la Palma de Oro su segundo trabajo, Pulp Fiction, una cinta de rabiosa originalidad, que estiró un boom maldito que terminaría por transponer el culto a su autor en el opulento modelo comercial de los blockbusters. No en vano, una de las acepciones del término "pulp" -como bien se advierte a modo de prólogo en la cinta- es la de literatura barata, aquella en forma de folletines ligeros que se publicaban por entregas para ser consumidos por la masa.
Esta adicción del icónico Tarantino por los patrones subculturales más excéntricos ha definido el estilo y la temática de su filmografía, que por aquellos años pasaba por la reedición del mundo del hampa bajo una clave actualizada. En realidad, se trataba de una imaginería de cosecha propia sobre un microcosmos eminentemente cinematográfico, no exento de espectáculo pirotécnico (encuádrese bajo "pirotécnico" todo tipo de excesos) que trajo una enorme cola -traducida en innumerables versiones y copias-. No deja de ser la exposición tópica pero pulquérrima de una reciclada agresividad procedimental y de una refinada y exquisita elegancia en el look "gangsteril", a los que ya aludiera directamente en su primer trabajo, que hoy percibimos como axioma tradicional del género -como el que estableciera The Sopranos (1999-2007) con los chándales, los tupés lacados y las rostros momificados de los mafiosos italo-americanos-.
No cabe duda de que cada ingrediente del explosivo combinado que es Pulp Fiction emana un atractivo aroma pop, de los escenarios y decorados (destacando el dinner Jack Rabbit Slim's, personal incluido) al batiburrillo musical de éxitos de radiofórmula, temas surferos y rock & roll clásico que componen su banda sonora. Por no hablar (es imposible no repetir algo que ya se haya mencionado sobre la mejor obra de Tarantino) de una violencia sublimada y preciosista -que subyace en una trama casi desprovista de acción- de la que derivan el glamour de esos primeros planos de pistolas y de los de conjunto con los famosos "apuntamientos masivos", y unos diálogos intrascendentes que intercalan un cinismo y una cotidianeidad insólitos hasta entonces en el cine. Con este artefacto de guión se consigue la también inédita humanización de una moralidad muy reprobable -valga como ejemplo ilustre la desenfadada conversación entre los matones Vincent y Jules acerca de la esposa de su jefe y un supuesto masaje de pies-. Es lo que hoy conocemos como la marca visual y verbal de la casa.
Otra idea aplaudida fue la oportuna concatenación de planos que procuró Sally Menke, inseparable montadora del director de Tennesse, que fragmenta la narración en tres capítulos desordenados y dispuestos en una cronología circular. Si clasificamos este tríptico en función de su naturaleza narrativa, advertiremos unas oscilantes transgresiones de género en el paso de un episodio a otro. Así, la cinta vira del romanticismo al thriller, y de éste a la comedia, suavemente, predominando siempre uno sobre los otros que, sin ausentarse, adquieren el tono de una excitante orgía anímica. Y es que tenía que llegar el momento en el que, cuando todo estuviera contado, no quedara otro remedio que forzar la creatividad en la forma en lugar de en el contenido: para muchos sería el punto de partida del llamado cine posmoderno.
A estas alturas ya hemos constatado que el sustrato del título se provee mediante la heterogeneidad referencial, por lo que es hora de hablar del eterno debate entre plagio y homenaje. Es difícil dilucidar de un modo objetivo esta cuestión; es cierto que la enfermiza cinefilia del cineasta tiende a cooperar en la transcripción de las imágenes que aquellas maratones en el videoclub grabaron en su cerebro. Mas, la huella de su estilo se siente perenne y decisiva. Por más que uno quiera, es imposible hallar una sola escena limpia de "su toque". Aceptemos su papel en el ciclo del ecosistema cinematográfico: toma el alimento de sus ídolos, lo procesa y quienes le veneran aprovecharán su producto.
Un suscriptor no sabría describir con exactitud qué papel desempeñó Pulp Fiction en la Historia del cine, pero significó mucho más que la resurrección de Travolta y la prueba de fuego de Thurman. Quizá la mejor forma de aproximarse sea atender la primera conclusión que se extrae tras su visionado. La eficiente provocación de la película parece directamente proporcional a la juerga que debió de ser su realización.
Ficha técnica:
Pulp Fiction, EUA, 1994
Dirección: Quentin Tarantino
Producción: Lawrence Bender
Guión: Quentin Tarantino y Roger Avary
Fotografía: Andrzej Sekula
Montaje: Sally Menke
Música: Varios
Interpretación: John Travolta, Samuel L. Jackson, Uma Thurman, Bruce Willis, Harvey Keitel, Tim Roth, Amanda Plummer, Quentin Tarantino, María de Medeiros, Christopher Walken