"A veces no hacer nada puede ser muy productivo". Esta es la frase que Kevin Flynn le dice a su hijo Sam en referencia a que su clon maligno en la ciudad informática, Clu, adquiere más energía cuanto más se revela el propio Flynn... por eso ha decidido hacer vida "zen". Pues bien, en el momento que se pronuncia esta frase, lo que uno piensa es exactamente lo mismo: "Igual de productivo hubiese sido no gastar el (mucho) dinero en esta continuación". Y, sin embargo, a medida que avanza el film, le encontramos alguna que otra bondad. Cuando Tron (Steven Lisberger) llegó a la gran pantalla en 1982, pocos pudieron comprenderla por su complejo guión, con continuas referencias al sistema binario, a programas informáticos que viven como humanos en un universo desconocido/virtual, a "usuarios" atrapados... no obstante, la original concepción del mundo, creado más a partir de dibujos animados que de efectos especiales, la historia de los buenos buenísimos contra el malo malísimo (Disney, cómo no), lo bien resuelta que está la persecución y huida hacia la vuelta al mundo real, hicieron que Tron pronto se convirtiese en película de culto para los geeks de la época, y su reconocimiento más globalizado le fue llegando poco a poco, a medida que podía intuirse que el relato iba a convertirse, en pocas décadas, en algo más que pura fantasía. Y claro, treinta años después... nos llega, inevitablemente, Tron: Legacy.
Tron: Legacy parte de la idea de que, años después de la aventura de Kevin Flynn entrando en el mundo informático, éste desaparece misteriosamente, abandonando la empresa y, lo que es peor, a su propio hijo. Veinte años después del suceso, Sam se ha convertido en un joven vividor que no obstante sigue defendiendo los ideales altruistas con los que creció. La supuesta llamada de Kevin desde su antiguo despacho en la tienda de videojuegos hace que Sam se traslade allí, corriendo la misma suerte que su padre: entrar en la realidad virtual, donde los programas están destinados a ser serviciales o morir, combatiendo por su vida, en la zona de juegos. Sam tendrá que buscar, igual que en el relato original, la vuelta hacia su mundo, siendo ayudado por buenos buenísimos (su propio padre, atrapado voluntariamente en el mundo virtual y Quorra, un programa informático nacido dentro del propio sistema, el futuro para el crecimiento de este sistema, según Flynn) y perseguido, también, por el malo malísimo, en este caso Clu, el clon que Flynn creó de sí mismo para desarrollar el mundo perfecto. El caso (uno de los buenos planteamientos de la película) es que los mundos perfectos no existen, pero de esto un programa no podrá ser nunca consciente. Él, Clu, se limita a seguir las órdenes que en su momento le fueron asignadas... nada más.
Visto así, el primer film de Kosinski llama muchísimo la atención. El problema ha sido, como pasa muchas veces, el querer llegar al máximo de público posible (cosa que 'per se' no es mala, por supuesto, pero oír frases en el cine como "¿Quién es el Alan, este?" es bastante triste), dándole mucha más atención a las escenas de acción y efectos especiales que al propio guión del film, que podría haber aportando muchísimo más a la historia de Tron y sus compañeros, y que no se salva porque sea interpretado por los mejores actores estadounidenses de antes y de ahora.
Así, nos encontramos ante una primera hora, lo menos, infumable. Escenas de acción gratuita (sí, qué moto -ya nos queda clara la marca- más chula tiene Sam, cómo corre, qué peligros asume, allí subido en la viga del edificio más alto de la ciudad, el edificio de su empresa, saltando al vacío para que luego se abra un paracaídas -negro, que mola más), y lo peor, un guión más que estúpido (con grandezas como "Me estás fastidiando mi rollo zen") socavan al espectador en un trance hipnótico (por no decir que no sabes si dormirte o levantarte) del que no logra salir aun cuando se hace, muy de pasada, referencia a elementos de la primera parte (la puerta que da acceso al laboratorio de ENCOM; la sala de videojuegos de Flynn -oh, Dios mío, tras una de las máquinas se encuentra la puerta hacia el despacho secreto de Flynn, situado en una caverna excavada en la tierra, en el que desarrolló el experimento para volver a entrar él solo en el mundo de los programas... cual mezcla imposible de Batman e Indiana Jones; la aparición de Alan Bradley para alertar a Sam, e incluso la del hijo del malo malísimo de la primera parte, Dillinger, un brillante Cillian Murphy sin acreditar en el film).
No obstante, lo peor del guión viene cuando entramos en el mundo virtual: concebido claramente con Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y 2001: una odisea del espacio (Standley Kubrick, 1968) como referentes, no gusta nada que a los programas inservibles se les convierta en gladiadores. Se pierde, así, el concepto de la original, pasando de programas que se ven abocados a la lucha por creer en la existencia del usuario y entrando en combate cuando algún niño del mundo real pone en marcha una de las máquinas, a la existencia de circos donde otros programas claman la muerte del perdedor -y Sam, a lo Russell Crowe en Gladiator (otra de Ridley Scott, 2000). Sí, puede pensarse como evolución del mundo virtual, pero no deja de perder la conexión con la idea de que la religión y las creencias, como en la vida, siempre serán motivo de lucha entre los hombres/programas. Si a esto le sumamos que la aparición de Clu (Jeff Bridges digitalizado) viene precedida por el misterio al más puro estilo Darth Vader de Star Wars (George Lucas, 1977), y que una de las principales líneas argumentales se basa en el genocidio de la nueva especie aparecida de la nada, salvada en el último momento por Flynn cual Schindler... estamos ante un "guión/batidora" obviamente nada original. En definitiva, muchos efectos especiales muy innecesarios (recordemos cómo hacíamos volar nuestra imaginación con la simplicidad de Tron) y una banda sonora muy buena, pero quizá demasiado grandilocuente, encargada a Daft Punk (que también hacen sus pinitos en el film) no son suficiente para elevar el listón de su predecesora. Eso sí, en lo estético, una maravilla visual.
Pero empezábamos diciendo que mejora, y es cierto. Alguien podría decir que el mundo virtual es demasiado real, a diferencia de Tron. Y tendrán razón, pero, ¿es criticable? No tanto... la verdad es que se parece al mundo real de ahora. Entre la evolución de los videojuegos, las redes sociales que te permiten construir avatares tipo Haboo... ¿no es cierto que se parece mucho más a la propia realidad que lo que podían llegar a imaginarse hace treinta años? Por otro lado, el concepto base, la historia raíz con la que parte Tron: Legacy, es buena: querer un mundo perfecto, seguir una idea sin atender a razones, nos vuelve tiranos y no nos deja ver más allá. Además, la dinámica del argumento mejora muchísimo cuando aparece Tron (por cierto, muy mal resuelta su conversión malo-bueno), llegando al final del film con un mínimo de esperanza para futuras secuelas (se hace evidente que, a priori, se piensa en Tron 3).
Muy buenos actores (sólo un "pero": Bridges no nos recuerda para nada al intrépido informático... pero claro, treinta años y tanto 'zen' hacen mella) y efectos al servicio de un mal guión hacen que Tron: Legacy apruebe muy justito, pero que apruebe. Esperemos que en la tercera parte, si llega, cuiden mucho mejor este punto y podamos disfrutar de lo que verdaderamente nos puede ofrecer Tron.
Ficha técnica:
Tron: Legacy , EUA, 2010
Dirección: Joseph Kosinski
Producción: Brigham Taylor
Guión: Richard Jefferies, Adam Horowitz, Edward Kitsis
Fotografía: Claudio Miranda
Montaje: James Haygood
Música: Daft Punk
Interpretación: Olivia Wilde, John Hurt, Jeff Bridges, Garrett Hedlund, Bruce Boxleitner, Serinda Swan, Beau Garrett, Brandon Jay McLaren, Amy Esterle