Imaginativa, irregular, imperfecta, excesiva... e incluso paranoica. Pero sorprendente de principio a fin. Gilliam nos adentra en su propio ‘Imaginario', en su fantasía personal, rompiendo de nuevo los estándares y regalándonos un film radicalmente diferente al cine que cada semana llega a la gran pantalla. Una fiesta visual, una triste fantasía... Un cuento con moraleja al que nadie debería dejar indiferente.
Reconozco que no puedo ser imparcial. Gran admiradora del trabajo del malogrado Heath Ledger, incluso de sus comedias de quinceañeros (además de que nadie podrá superar su interpretación de Jocker por mucho tiempo que pase), y del genial Terry Gilliam (12 monos es uno de los mejores films futuristas de las últimas décadas), estaba esperando desde hace más de un año que llegase a las pantallas la segunda colaboración entre estos dos grandes artistas. Como era de esperar, no me defraudó, en absoluto. Pero eso sí: hay que saber qué va a verse. ¿Estamos dispuestos a abrir la mente, a creer ciegamente en el Dr. Parnassus y en sus poderes? Porque, si no, la sensación (completamente equívoca) es que es que se nos ha querido tomar el pelo.
El Dr. Parnassus, que posee el poder de otorgar a los espectadores de su espectáculo ambulante la experiencia de adentrarse en su propia imaginación - con las consecuencias que esto puede conllevar-, guarda un terrible secreto. Siglos atrás, cuando él era un joven monje, fue retado por el mismísimo Diablo. Ganarle le dio la inmortalidad pero, desde entonces, ha sido incapaz de negarse a seguir apostando con el Maligno. Empecinado en vencer, perdió su inmortalidad y, lo que es peor, a punto está de perder también a su hija... Un nuevo juego le da la oportunidad de deshacer este terrible error, contando con la ayuda de Tony (Heath Ledger), un extraño hombre al que encuentra durante uno de sus continuos viajes.
¡Ah! Con este argumento, no se puede negar que el director pone todo su empeño para ser diferente. No únicamente lo consigue, sino que reconocemos que visionar cualquiera de sus films es, como mínimo, un regalo preparado exquisitamente para desconectar del día a día, de los problemas de un mundo imperfecto que ha perdido toda la pasión y energía para reinventarse. Pero, además, con sus películas este apasionado director intenta centrarnos, transmitirnos un mensaje: hemos desconectado de la fantasía, de la inocencia de la niñez... pero es posible volver a apasionarse, a imaginar. A redescubrir. Y en el caso concreto de Parnassus, el director nos quiere demostrar que el viaje al ‘Imaginario' no es baladí: nos hace ver que debemos apostar por nuestro futuro, escogiendo quién y cómo queremos ser. Ningún camino es fácil, ninguno es ideal, pero hay que definirse, no ir a medias tintas. Esta es la moraleja que sigilosamente nos brinda Gilliam (como en el resto de sus Films, nos quiere mostrar una verdad absoluta a través de sus mágicas ideas), y es lo que queda en nuestra mente al salir de la sala de proyección.
Terry Gilliam es un virtuoso de la elaboración de películas excéntricas (claro que esto no es de extrañar de uno de los componentes más prolíficos de los Monty Pythons en la industria). Desde la hilarante y ya de culto Las aventuras del Baron Munchausen (1988) hasta esta El Imaginario del Dr. Parnassus, y pasando por la excepcional El rey pescador (1991) o las menos conocidas pero igual de imaginativas El secreto de los hermanos Grimm (2005, primer film del tándem Gilliam-Ledger) y Tideland (2005), todas ellas han contribuido a no dejar en el olvido un género poco explotado para un público adulto que, aunque no lo sepa o no quiera reconocerlo, está ávido de explotar su imaginación y pararse a pensar más allá de lo que va a hacer mañana. Esto es lo que encontramos en el ‘Imaginario': pura inventiva. Pero el director también destaca por ser un verdadero luchador para llevar adelante sus genialidades, llueva o haga sol (o truene, o se destroce todo el decorado y necesite el doble de presupuesto - caso de su The man who killed Don Quixote, que por cierto va a volver a intentar rodar; e incluso que se muera de repente el protagonista, caso de El Imaginario del Dr. Parnassus).
Porque la muerte de Heath Legder podría haber sido el final del film de Gilliam pero éste, acostumbrado a los contratiempos, dio un giro al guión para poder finalizar su "autobiográfico" metraje, convenciendo a tres de los mejores actores del momento, amigos del director o del propio Ledger, para que interpretasen a Tony cuando éste entra en el ‘Imaginario'. Así, ya no únicamente podemos disfrutar de la interpretación del fallecido actor para el oscuro personaje (que no nos acaba de caer simpático, no sabemos bien por qué hasta avanzada la trama), sino que ésta se ve perfectamente completada con un pícaro Johnny Depp (que parece haber clavado a Ledger, quien curiosamente al inicio del film nos hace pensar también en Depp), un Colin Farrell que lleva el mayor peso del personaje (y que no está a la altura, sinceramente) y un poco convincente Jude Law también en la piel del impostor. En cualquier caso, las cuatro representaciones del mismo personaje se funden rápidamente para un espectador que debe dudar en creer lo que se le está presentando. Si a esto le sumamos la acertada selección de un divertidísimo Tom Waits para interpretar al Diablo... el fantástico cóctel está servido.
En cuanto a la realización del film, hay que destacar que las nuevas tecnologías proporcionan a Gilliam los recursos necesarios para plasmar sus ideas (un río que se convierte en serpiente, un paraíso para la consumista más aplicada, un templo eterno donde se recitan continuamente historias para que el mundo no se destruya...), pudiendo dar rienda suelta a sus más mayores y absurdas extravagancias (o, mejor dicho, originalidades).
El Imaginario del Dr. Parnassus será alabado y odiado a partes iguales, sin duda. Desde aquí un voto fiel e incondicional a la ficción. Abramos la mente, por favor. Entremos en el ‘Imaginario' y escojamos quién queremos ser.