The Baby Formula de Alison Reid fue la película seleccionada para abrir la IX edición del Festival Internacional de Cinema Gai i Lèsbic de Barcelona. El film que muestra en su cartel la imagen rotunda de sus dos actrices protagonistas embarazadas (en la vida real) luciendo su vientre, se establece a modo de mockumentary partiendo de una hipótesis que permitirá a la mujer la absoluta emancipación del hombre.
A través de las células madre de la mujer, los científicos lograrán crear una especie de semen artificial, cuya materia prima se extrae exclusivamente de ella, permitiendo que pueda quedarse embarazada sin la ayuda del hombre.
Este presupuesto de ciencia ficción, tomando el término casi desde su literalidad, no se articula en el largometraje para establecer una presuntuosa victoria en la ya tan consabida lucha de géneros. Y ni siquiera significa la consecución plasmada en ficción de los sueños del feminismo más radical.
Esta premisa se presenta especialmente para proclamar la validez de diferentes moldes de familias igual de legítimos que el tradicional núcleoparental. Demuestra su razón de ser especialmente en la confluencia de diversos modelos familiares, cuando nuestra pareja protagonista presenta el doble embarazo a sus familias. Allí confluirán tres prototipos iguales de disfuncionales, sea cual sea la estructura familiar. Los enumeramos. Partimos de la pareja protagonista que son dos mujeres en las que, esta vez sí, el hombre está completamente ausente en la procreación. Las dos mujeres lesbianas ya no tienen que esforzarse por crear un borrado simbólico de la acción del hombre. Los segundos serían los padres de Athena (Angela Vint) que son dos gays con problemas de alcoholismo, los cuales se quedaron con la custodia ante la orfandad prematura de Athena. Y los últimos son los padres de Lilith (Megan Fahlenbock) formados por un padre con alzheimer, una madre ultra religiosa, un hermano con diversas parafilias y polisexual y una abuela alcohólica al estilo madre reina de Inglaterra.
De esta manera, ninguno de ellos se muestra como la panacea, ya que se parte del retrato caricaturizado de unos arquetipos ya visibles en nuestra sociedad. La construcción de estos personajes parte de una lógica inversa. No se trata de construir unos papeles actanciales que por su caracterización devengan en determinados modelos de comportamientos, sino que los roles que aparecen ya vienen edificados como patrones funcionales que después devienen figuras de ficción.
Esta cimentación induce a que el espectador se acabe embargando de una sensación de banalización que perjudica el resultado del largometraje. No hay positivización maniquea a favor de ninguno de ellos, pero tanto cliché concentrado entorpece la persuasión ficcional.
Y es que la sátira, en su crispación de base realista, puede ofrecer duras resistencias si no se sabe equilibrar adecuadamente en los resortes narrativos. El posicionamiento que establece la directora, Alison Reid, en su primer largometraje, es claro cuando pretende inscribir su film como si de un mockumentary se tratase. Hay pues, una voluntad de crítica, que parte de la estética documental, aprovechándose de la presunta credibilidad congénita que ofrece dicha opción al espectador, para así establecer una determinada situación polémica en clave de comedia.
La premisa nace cuando un equipo televisivo, en el que la entrevistadora es la propia Alison Reid, desea hacer un documental a las primeras mujeres que se quedan embarazadas por un semen artificial genuinamente femenino. Ello lleva a la caracterización sin escrúpulos del gremio periodístico (colándose en el lavabo y transgrediendo la intimidad del entrevistado) en una significación un tanto sobada. Además ello da pie a que presenciemos como si de un reality-show se tratase, las fricciones entre Athena y Lilith en sus testimonios ante la cámara. Así, la película se contagia de elementos culebronescos, en los que no faltan momentos melodramáticos forzadísimos, como la nula función narrativa del alzheimer del padre de Lilith en la historia. Parece allí colocado, con suicidio incluido, para ¿arrancar las lágrimas? del espectador. Sólo tiene sentido, para provocar una forzada reconciliación entre una madre intransigente con su hija.
Aparte de que Alison Reid se salta a capricho y a placer según le interesa, la propia lógica conforme lo que vemos es la filmación del presunto documental, la película no funciona porque marcha a ritmo de acumulación atropellada, sin profundidad alguna en lo que se plantea, y tirando de estereotipos sin ninguna mesura. Parece que estamos ante un cuerpo que sólo funciona a ritmo de convulsiones. Todo aparece amontonado y apilado sin coherencia, aunque trate de buscarla. Se van sucediendo las situaciones sin orden ni concierto y sin nula progresión dramática por mucho que haya intención de establecerla.
A través del falso documental se aparenta una articulación de disposiciones autónomas a base de ráfagas impresionistas, y la yuxtaposición de ellas va conformando un relato convencional. El problema no es que se parta de ese punto, sino que no consigue que aquello que se filma se solidifique en algo compacto.
Ese arranque atrevido desde el enfoque del lesbianismo, y que pretende ser como una manifestación exaltada de la feminidad, después no conlleva una actitud política radical consigo. Es cierto que el film no pretende manifestar el odio hacia el género masculino, pero tampoco acaba resultando efectivo como arma política, cuando se abusa del estereotipo y se deja embargar por la excentricidad y la peculiaridad de sus personajes, a los que se debe para crear la comedia.
De acuerdo, que uno de sus personajes se llame Lilith, símbolo de la liberación de la mujer y de la lucha contra el patriarcado (¿una madre tan religiosa bautizará a su hija con un nombre con tantas connotaciones negativas para la imagen católica?) o la connotación de Athena, como diosa griega que simboliza la sabiduría y la inteligencia (algo que tampoco se ve muy ejemplificado en el personaje), pero Alison Reid, si apunta, nunca acaba de disparar.
Y aunque tampoco se resiste a filmar la típica escena de nuestras protagonistas en el día del Orgullo gay (de tanto uso en largometrajes de temática LGBT, empieza a ser peligroso territorio común), de todo aquello que nos quiere apuntalar, lo único que funciona con contundencia es la imagen de sus dos actrices en avanzado estado de embarazo luciendo su vientre. Y es que a veces, una imagen vale más que mil palabras.
¿Lo mejor? Los títulos de créditos en los que la actriz Megan Fahlenbock embarazada baila My Humps como si fuese una de las integrantes de Black Eyes Peas.