Bosnia-Herzegovina, principios de los años noventa. Divko Buntic puede volver a su tierra natal tras veinte años en Alemania, a la espera de la caída del comunismo. Y lo hace por todo lo alto: con un Mercedes, una preciosa y jovencísima novia y marcos alemanes por doquier, que le permiten poder reclamar fácilmente la casa en la que aún está viviendo su esposa y su hijo, echándoles sin compasión. Pero, tal y como se cita en la película, "con dinero puedes comprarlo todo, pero no tenerlo todo"... La desaparición de Bonnie, su gatita de la suerte, será el inicio del fin de su "yo-rico-y-estirado". Con el transcurso de los días, podremos conocer a los distintos habitantes del pueblo, sus intereses y motivaciones, sus deseos y el desconocimiento del peligro que les acecha. Porque, toda esta "revolución" que sufre el pueblo con la llegada de Divko y sus caprichos, parece hacerles olvidar que la revolución política sigue estando en alerta máxima, y que en cualquier momento deberán definir de qué bando están... con las consecuencias que eso conllevará.
El último film de Danis Tanovic fue, según la opinión de dos redactores de El Espectador Imaginario, la mejor película que se proyectó en el pasado festival de San Sebastián 2010. Y es que si ya nos demostró con No man's land (2001) y Triage (2009) su particular visión sobre los conflictos bélicos (Bosnia y Herzegonina y Kurdistán, respectivamente), en Cirkus Columbia da una vuelta de tuerca, mostrándonos esta vez la guerra y los intereses que la mueven, sin ser, o sin parecerlo, el elemento principal del argumento. Un film que bebe sin esconderse del mejor Emir Kusturica, pero con interesantes toques personales.
Así, Tanovic deja como telón de fondo el conflicto y nos puntualiza la humanidad de las personas que siempre hay detrás de toda guerra. Nos habla de inocencia, a través de los jóvenes del pueblo y en especial de Martin, el hijo de Divko cuya principal meta es conseguir ampliar el alcance de su radio; también de soledad, personificada en la novia de Divko: una joven que vio en las atenciones de un hombre mayor la forma de dejar atrás su tormentoso pasado; nos habla de amor verdadero, ese que puede superar el paso de los años, las traiciones y, por qué no, las guerras. Nos habla, en definitiva, de la realidad de la vida, que sigue adaptándose a los peores entornos.
Porque no hay buenos ni malos. Simplemente, distintas formas de pensar. Y es que el director muestra personajes de todos los bandos: su día a día, sus miedos (por ejemplo la breve aparición del ex alcalde comunista del pueblo, que huye de allí maldiciendo a la comunidad, recordando que fue él quien hizo construir escuelas y fábricas... puntos de vista diferentes, y nunca verdades absolutas). Su forma de aferrarse al pasado o a una idea, y las esperanzas de comenzar una nueva vida (la suerte que le trae Bonnie, la gata -negra, por cierto- que encontró en las calles de Alemania). Y les hace evolucionar a medida que avanza el metraje de una forma paulatina, clara y convincente. Divko pasa de cruel e insensible magnate al héroe que todos esperábamos, cual Humphrey Bogart en Casablanca (pequeñas pistas así lo demuestran, como la forma de intentar ganarse a su hijo en una de las mejores escenas del film, durante una comida). Y no es lo único que nos recuerda a este maravilloso clásico: la escena final, digna de aparecer en un improvisado Top 10 de los mejores finales de la historia del cine, también nos hace vivir la imposible relación amor-odio de los dos protagonistas. Azra, su joven novia, pasa de ser la pelirroja tonta a la chica que por fin toma sus propias decisiones (atención a la evolución de su vestuario y maquillaje)...
Y todo esto en un entorno, ese pueblo, lleno de luz en todo momento. Porque la guerra no es, al menos no siempre, sinónimo de oscuridad. ¿O sí? En cualquier caso, el director nos muestra el horror del conflicto desde una perspectiva afable, pero estando ésta siempre presente (por lo que llega de la radio, por la tensión entre el ex alcalde y los nuevos dirigentes...) hasta el terrible, pero firme y adecuado desenlace. Porque por mucho que se centre en la graciosa vida de los habitantes, en las historias de amor... sabemos que la guerra no permite, nunca, finales felices.
En definitiva, una muy buena historia, bien planteada y desarrollada, que se nutre de unos personajes muy bien definidos que dan forma y credibilidad incluso a alguna de las más inesperadas situaciones que se plantean. Un imprescindible, sin duda alguna.
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