Algunos seres humanos están destinados a llegar más allá que otros, a tocar almas y dejar su huella grabada en quienes conviven con ellos, están hechos para trascender. Algunos otros hacen todo lo contrario y llenan su vida de pormenores mundanos que simplemente provocan que sus días transcurran a la velocidad que les permite aguantar el paso, y se llenan de labores cotidianas insulsas que no hacen más que dejar que el tiempo avance. Barney es de estos últimos. Barney's Version es el título de la novela homónima del autor canadiense Mordecai Richler, que ahora ha sido llevado a la pantalla grande de manos de Richard Lewis (reconocido por su trabajo en televisión) y adaptado por Michael Konyves (en su primer guión cinematográfico), en que se retrata la vida de un hombre judío que hizo dinero con malos programas de televisión, que fue sospechoso toda su vida de un asesinato y que tuvo tres matrimonios.
Si bien parece que en la novela de Richler el Alzheimer se plantea desde un inicio de la historia, en la película es algo que llega prácticamente en el tercer acto. Podría parecer que la enfermedad es uno de los temas principales de la cinta, sin embargo, es más como una forma de culminación que pondrá fin a todo lo que sucedió en la vida de este hombre.
La instrascendencia de este personaje se ve reflejada en múltiples acciones: sus nulos deseos de progreso (el dinero llega por casualidad y sin mayor esfuerzo), la relación que lleva con su padre (basada en fumar y beber), la forma arbitraria y visceral para elegir a sus esposas (excepto la última, que sigue siendo instintiva, pero más atinada), su alcoholismo y vicio por fumar puros, su obsesión por el hockey y un egoísmo profundo pero no asfixiante que hace que su móvil sea él mismo y su beneficio personal (aunque sea de corto alcance).
Toda esta incipiente vida se percibe real y se presenta plausible gracias a la actuación de Paul Giamatti, que se ha ido consolidando como un intérprete capaz de transmitir toda las emociones con simpleza, y gracias a que -hasta ahora- ha alcanzado la maestría en representar hombres banales pero memorables para el espectador. Esto demuestra que es un gran actor que, en este caso, le da al personaje principal de esta película una multidimensionalidad que lleva a la audiencia a reír, llorar, sentir afinidad y repudio al mismo tiempo, y que además de no ser guapo, pareciera que no tiene nada qué ofrecer.
Haciendo una mancuerna especial con Giamatti está Dustin Hoffman, que interpreta a Izzy Panofsky, el padre de Barney, un ex policía judío. Este hombre orgulloso de su hijo, pero a la vez respetuoso de su vida, posee una singular alegría por vivir y mantiene una existencia simple y sin pretensiones. Hoffman con esta participación -menor- sigue haciendo ver su calidad histriónica.
Las tres mujeres que acompañaron a Barney en su vida no han podido estar mejor elegidas para la película, y son lo más atinado para estar junto a un hombre como éste durante su paso por el mundo. En primer lugar, una Rachelle Lefebvre, junkie, loca y artista, que busca seguridad en Barney, mientras gozan de la bohemia italiana. Luego, Minnie Driver (casi olvidada por la pantalla grande) que interpreta a una judía canadiense, rica y consentida. Por último, Rosamund Pike, serena, hermosa y paciente que acompaña a Barney en su madurez, dándole el anhelado equilibrio.
Todos los matices de Barney se van comprendiendo conforme sucede la película. Cada etapa (o acto) -marcado por alguna de sus tres esposas- representa una etapa en su vida, que refleja su crecimiento (o decrecimiento) interior, sus aspiraciones, sueños, metas y su forma de vivir. La historia se entreteje a través de algunos flashbacks, hasta que el personaje comienza a revolver la secuencia de los acontecimientos por su condición mental. Así, conocemos cerca de cuarenta años de su vida, que se hacen evidentes por el rostro y fisionomía de Barney, así como su contexto (un arte discreto y funcional para la cinta).
Lo que resulta más intersante de toda esta construcción fílmica, es que pese a que el personaje llega a ser empático con la audiencia, su vida es tan banal e insípida que el hecho de que se pierda en su propia memoria es normal y sin trascendencia. Su vida no llega más allá y por ende no es conmovedora. Justamente ahí está la fuerza de todo el argumento: en notar que algunos están hechos para ser un Barney cualquiera, sin impactar y sin ser recordados; peor aún, algunos no llegan ni a ser repudiados, porque son absolutamente indiferentes.
Entonces, el Alzheimer que le aqueja y que le arranca lo poco que tiene, no se percibe como una amenaza o un tormento, porque se lleva poco, y la vida de quienes le rodean sigue igual, mientras esperan el momento de su partida. Sin embargo, una cosa es rescatable de su fútil existencia: el amor que sintió por Miriam (su tercera esposa) fue tan grande, que quizá es lo único que dejó en su camino de malas decisiones y vida simplista.
Al final, Barney's version resulta una demostración de capacidad actoral para su reparto, una buena entrega de un director que, seguro, comenzará a consolidarse en el cine, un primer guión bastante utilitario, un homenaje para el fallecido novelista y una oportunidad para recordar que el ser humano debe buscar su trascendencia personal.
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