En el número pasado y con motivo del estreno de Juntos para siempre, describí toda una serie de defectos que le atribuía a aquella comedia pero que bien podían aplicarse hacia las comedias argentinas en general y que encontraba como sintomáticos de una tendencia que viene de varias décadas atrás y que ya integran una tradición negativa. Güelcom es otro exponente de un género que siento que aún no logra constituirse con solidez en la Argentina y que pareciera encontrarse en un grado de poca madurez, solo que en esta oportunidad los resultados están bastante lejos de la irritación y más cerca de la indiferencia, de generar un escepticismo hacia la idea de que los realizadores argentinos que están apostando por este género puedan alejarse de ciertos vicios recurrentes y que se decidan a llevar a la comedia por caminos mucho más arriesgados.
En Güelcom tenemos a Leo (Mariano Martínez), un joven psicólogo que arrastra el recuerdo de Ana (Eugenia Tobal), su ex pareja, quien lo ha abandonado hace cuatro años para probar suerte como cocinera en España, decisión que no fue acompañada por la voluntad de su novio en aquel momento y que terminó derivando en su separación. Ana regresa al país para asistir al casamiento de unos amigos en común, lo que forzará un incómodo reencuentro con Leo, quien todavía convive con el deseo por su ex novia, mientras ella intenta, con cierta frustración a cuestas, reconfigurar su vida junto a su nueva pareja, un español engreído llamado Oriol (Chema Tena). La película reconstruye algunos aspectos del pasado de la pareja y nos permite acceder a todas aquellas decisiones que derivaron en el fin de la relación, alternando el relato con el presente de los dos integrantes y alimentando la idea de que la vieja pasión todavía permanece encendida en cada uno. Con los actores secundarios de rigor propios del género (Maju Lozano y Peto Menahem, ambos muy convincentes en sus papeles), la película aprovecha también para abordar la temática del exilio de los argentinos en los tiempos de crisis del país y de la tendenciosa idealización del afuera (en este caso, España) como sinónimo de oportunidades y crecimiento, teoría que la misma película se encarga de derribar, mostrando a Ana como una frustrada empleada de cocina que no consiguió plasmar sus objetivos en tierras ibéricas. Leo va estructurando su relato con la enumeración de las frases más comunes de los argentinos que se fueron del país, basándose en la experiencia frustrada de su ex novia, lo que hace funcionar a la película como un ingenuo manual de reivindicación de las tradiciones propias (como se puede advertir en la secuencia donde uno de sus amigos, también exiliado, se "clava" un churrasquito de bondiola en la Costanera).
La solvencia del elenco en general (exceptuando a Mariano Martínez, a quien se lo ve algo parco e incómodo como para alcanzar la soltura necesaria indispensable en este género) y la ligereza en los tiempos del relato ayudan a que todo el asunto resulte más o menos digerible, pero ubica a Güelcom en un lugar algo intrascendente que no contribuye al interés por querer volver hacia la película.
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