Puede que fuese una iguana
Michael en E.T. (Steven Spielberg, 1982)
Hacía ya más de un año que J.J. Abrams y su productora llevaban la red de teasers del film. Uno de los primeros, nos explicaba el cierre de una sección de las fuerzas aéreas estadounidenses y el traslado del material hacia Ohio, un lugar seguro. En las imágenes, simplemente, un tren que descarrila, y "algo" que se escapa. A todos se nos ponían los dientes largos.
Tras el historial de éxitos de J. J. Abrams, conocido sobre todo por ser el creador de series de éxito como Felicity, Lost y Alias, pero también por ser el guionista de A propósito de Henry (Mike Nichols, 1991) o Eternamente joven (Steve Miner, 1992), su nombre se asocia inevitablemente a la ciencia ficción y, en concreto, a Steven Spielberg (pocos saben que uno de sus primeros trabajos fue restaurar films en 8 mm realizados por Spielberg cuando éste era adolescente). Si esto no fuera poco, su olfato en la producción y el arrollador éxito de Star Trek en 2009, le ha puesto, merecidamente, en el punto de mira.
Así que, en definitiva, esperábamos algo grande. Muy grande. El tema es... ¿cuál es el resultado final? Pues, básicamente: un regusto agridulce.
No se puede negar que Super 8 nos lleva, a muchos, a nuestra infancia y a las películas que podíamos disfrutar en aquel tiempo (y que echamos ahora de menos, tras tanto "taquillazo" sin fondo). Es inevitable la relación con Encuentros en la tercera fase y E.T. (Steven Spielberg, 1977, 1982), llamémoslo homenaje a este gran cine de los ochenta: la miniatura de los trenes, los perros que salen huyendo, el descubrir poco a poco al extraterrestre del "cuento"... tanto por el tema que trata como por el papel de los niños en la película (¡esas bicis!). Quizá se le ha ido la mano a Abrams al hacer tanto hincapié en recordarnos que estamos en los ochenta (el walkman, las canciones, los pósters...), pero, lo más importante, es que deja ver que él no es simplemente el -justo- heredero del maestro Spielberg. Abrams deja su propia huella, su propio buen saber hacer. Y no hablamos únicamente de los "huevos de pascua" que tanto le gusta repetir en sus cintas.
Empezando por el guión. Quién iba a decirnos que lo que aparecía en el teaser, la vuelta al mejor cine de monstruos y/o extraterrestres, iba a ser en realidad el recuerdo de los principales valores que tanto se desarrollaban en películas de la época. La importancia de la amistad, de ayudar a los demás, de no tener prejuicios, de superar traumas y desilusiones. Incluso de que la droga es mala. Y es que lo que parecía ser la historia principal no es más que la subtrama que avanza paulatinamente en paralelo a lo que realmente nos quiere recordar Abrams. El título no engañaba: la película es una clara ovación a la imaginación que pudo desatarse en nuestras casas gracias a Kodak. Toda una generación de niños (y no tanto) que vieron sus sueños hechos realidad: dirigir sus propias películas. Esta ilusión queda patente en las escenas más entrañables del film, las que sí recordaremos. Y no las de relleno.
Porque este relleno no llega a la altura de películas como District 9 (Neill Blomkamp, 2009), que también tanto nos recuerda, y mucho menos a las antes citadas. La presentación y transformación de la "cosa" es poco creíble, y el desenlace, más que precipitado. Algunas de las situaciones no llegan a tener una explicación... claro que, eso en Abrams es de lo más normal. Aún así, otra de las grandes bazas de Abrams es el rodaje de escenas de acción. Hay que reconocer que sabe lo que hace. La escena del tren (exageradísima, eso sí, además de que nos saca de ese "ensoñamiento" de las películas ochenteras) corta la respiración. Si a esto le sumamos que la actuación de los niños es de la mejor que hemos visto desde Los Goonies (Richard Donner, 1985; sí, también nos la recuerda un poco... será que la historia también era Spielberg), la vuelta a la década dorada del cine está servida.
En resumidas cuentas, Super 8 es una película hecha a medida para cinéfilos de entre 30 y 40 años. Las alusiones a George A. Romero (fijarse, además, en el nombre de la industria química de "The case", obra maestra de la serie B que puede solamente disfrutarse si no nos levantamos de la silla justo tras el fundido a negro final); el guiño, a veces sutil y preciso, al montaje y puesta en escena de películas de la época; el trasfondo moral inexistente ya en las grandes superproducciones de ciencia ficción. Sí, Super 8 nos devuelve todo esto, y es de agradecer.
Pero decíamos que es agridulce. Y es que tanta referencia al pasado, mezclada con unos efectos especiales sólo posibles en la actualidad, y unas expectativas que eran muy distintas al, aunque bueno, producto final, desmerecen el resultado. Ni tan siquiera la banda sonora (firmada por Michael Giacchino, como en casi todas las producciones de Abrams) está a la altura, por ser demasiado grandilocuente, exagerada para una historia que es, en realidad, muy simple. No nos dan ganas de un segundo visionado, no nos entusiasma como esperábamos. Quizá sea culpa nuestra, por pedirle demasiado. En cualquier caso, el film es notable, mágico en muchos sentidos. Un blockbuster de verano, diferente a otros últimos "sufridos". Esto es más que suficiente. Y, con un poco de suerte, se convertirá en el E.T. de nuestros hijos. No habría nada que nos gustase más.
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