Al escuchar títulos como éste, no albergamos precisamente en nuestras cabezas una concepción muy positiva de él, sino que, más bien, nos imaginamos una broma infantil de pesada digestión. Lo más seguro es que, los espectadores que optaron por ver esta película con tal predisposición (es lo que tiene el masoquismo), se hayan llevado una grata sorpresa. La elección del título no habría sido muy adecuada, si lo que se pretendiera fuera presumir de ofrecer un film de alternativa agudeza. La frivolidad con la que se estrenan algunos productos de una estimable calidad contribuye a que nunca cobren el reconocimiento que merecen, ni siquiera pudiendo generar minoritarios círculos de culto.
Lejos de las abundantes y ya clásicas americanadas a las que Hollywood nos tiene acostumbrados, Resacón destaca por una fecundación y una dosificación razonadas del humor en la que el gamberro cachondeo aguanta el metraje sin debilitarse, evitando, en la medida de lo posible, el chiste fácil -aunque no siempre lo logra-. Y es que existe una propensión en la escuela de la comedia presente a llamar humor inteligente al encadenamiento de absurdos con finura. Las siempre imprescindibles chabacanerías en la prolífica comedia juvenil, se han sustituido aquí por hilarantes coyunturas derivadas de un sano compadreo masculino. Esta exaltación de la amistad entre los hombres parece estar convirtiéndose en otra paradigmática premisa de la nueva comedia, como prueban algunos exitosos ejemplos recientes: Superfumados (Pineapple Express, David Gordon Green, 2008) una de las últimas producciones de la nueva referencia en la comedia americana, la factoría Apatow, que se centra en la amistad que surge entre un fumador de cannabis y su camello; Te quiero, tío (I Love You, Man, John Hamburg, 2009) de similar planteamiento, pero aplicado a la comedia romántica; o, incluso en el cine español, Días de Fútbol (David Serrano, 2003), donde un grupete que ya peina canas decide formar un equipo de fútbol para desahogarse de sus tormentosas vidas.
Pese a que la película se revela atinada y rica en chascarrillos, no se desliga del todo del modelo made in USA. El evento que da lugar a la historia es la celebración de una despedida de soltero por un grupo de amigos que elige como sede para su juerga la capital mundial del vicio. Aún con este argumento-cliché, sepamos agradecer que ni el repertorio de casinos de turno, ni las bodas con trajes de Elvis y Marilyn, ni los excesos de todos los colores, tamaños y formas para el cuerpo, son suficientes para completar esa panorámica turística, adherida como reclamo vital para la diversión durante el visionado, que tienden a presentar de forma unánime los films ambientados en Las Vegas.
A la mañana siguiente, las cabezas de todos los fiesteros presentan el síntoma que da nombre a la cinta, junto a una particularidad extra, la amnesia. Es en este momento cuando la película, cuya inicial inclinación a la jarana descontrolada en la ciudad de los casinos nos recordaba a la oscuramente delirante Very Bad Things (Peter Berg, 1998) - y nos hacía temer y presentir también unas fatales consecuencias-, pasa a evocarnos a la descabellada y enfermiza Colega, ¿dónde está mi coche? (Dude, Where's my Car?, Danny Leiner, 2000), solo que, en este caso, la forzosa reconstrucción de los hechos (en lo que podría considerarse como un rasgo de thriller) tiene el objeto de dar con el paradero del mismísimo novio.
Los personajes, que constituyen el elemento más claro del mencionado arraigo yanqui, merecen una especial atención. Todo son arquetipos, que oscilan desde el rompecorazones, al prudente y recatado amargado, pasando por el demente lisérgico. La variedad consigue una profunda riqueza en socarronería corrosiva, en la que ninguno flojea, salvo, como era de esperar, el protagonista de la boda. El insulso e irrelevante (salvo para la trama) papel del prometido no es más que la excusa ideal para que sus amigotes den rienda suelta a su aptitud cómica, destacando el extraordinario ejercicio del desconocido Zach Galifianakis.
Habiendo repasado todos los atractivos de Resacón en Las Vegas, tan sólo quedan por reseñar esos aires de fastuosidad lujosa y prohibitivo y narcótico placer desprendidos de su atmósfera, que serán tenidos en cuenta por esos hedonistas derrochadores, amantes del juego, el festejo y sus circunstancias. Los mismos que, sin duda, sabrán apreciar el innecesario cameo de un atolondrado Mike Tyson (esto no es lo suyo). Pero, lo que de verdad goza de un valor incalculable, tanto para el público como para la pandilla protagonista, es la auténtica "prueba del delito" en los títulos de crédito finales: una colección de instantáneas subiditas de tono que componen el único registro válido de los estragos de la madrugada olvidada, rellenando esas lagunas mentales creídas irrecuperables.
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