El próximo 9 de marzo sale simultáneamente a la venta y en alquiler el último trabajo de Kim Ki-duk. Según parece, aunque haya pasado por el festival de San Sebastián de la edición del 2008, optando a concurso en la Sección Oficial, o bien pasase por el BAFF del 2009, Kim Ki-duk ya no encuentra hueco en nuestras pantallas de cine españolas. Da igual que el nombre de su director sea el de un realizador prestigioso con quince películas en su haber. Que haya ganado premios importantes en los principales festivales internacionales a los que visita desde ya un temprano 1998 con The Birdcage inn. O que sea un claro ejemplo del aspecto positivo del fenómeno de la globalización en términos cinematográficos. Tampoco cotiza que sea, por derecho propio, una de las puntas de lanza fundamentales de la emergencia del nuevo cine surcoreano en tierras internacionales. No importa.
Y perdónenme por la boutade. Pero para mí sería lo mismo que un director como Quentin Tarantino, por poner un ejemplo, estrenase su último film directamente a DVD. Esta y no otra es la orientación de mi nota. Es lo que provoca que haya ignorado la cartelera cinematográfica y prefiera escribir sobre Dream por encima de cualquier consideración. Y no estoy denunciando a la distribuidora que, aunque tarde, al menos, nos la hace llegar. Y es que si el ejercicio de la crítica tiene alguna significación (a gusto del consumidor), por lo menos en mi caso, uno de los sentidos tiene que ser éste y no otro.
Frente a la amarga realidad coyuntural, su última realización arranca ya desde el principio con un tono onírico y fantástico, esquivando coartadas de verosimilitud y semejanza de nuestro mundo, las cuales permitan una acomodada digestión. Su esfera creativa, desde los tiempos de Hierro 3 (Bin-jip, 2004), tal como apuntamos en el dossier dedicado al director, siempre ha basculado en un espacio flotante entre el relato intimista de corte melodramático y la quimera. Dream, quizás, llega al límite de sus preceptos ya que toda ella se debe a la sustancia ilógica de los sueños, y el largometraje está construido como si una irrealidad inconexa y fracturada hiciese acto de aparición ante nosotros. Pero andamos lejos del surrealismo de Luis Buñuel, ya que la ontología de Kim Ki-duk se enraíza en el acervo cultural de su país de procedencia. De esta manera, edifica y liga a sus dos personajes principales, a través de la simbólica imagen del yin y el yang. Un concepto del taoísmo que aparece hasta en la misma bandera de Corea del Sur.
Por ello, no busquemos en su film interpretaciones psicoanalíticas, ya que el sueño y el sonambulismo son dos instrumentos que le sirven al director para vehicular una reflexión sobre el reverso oscuro del amor y de los sentimientos extremos. En Kim Ki-duk, siempre se siente con ferocidad y Dream no es la excepción. Ya su película Time (2006) discurría sobre aquellos recuerdos de una relación pasada que nos encadenan. Como una embarcación varada, todo aquello que puede gratificarnos gracias al amor, podemos malograrlo por nuestros celos, frustraciones y obsesiones. Si en Time nuestro protagonista podía recordarnos al Scottie de Vertigo (Alfred Hitchcock, 1958) en su denodada obstinación por recuperar a su amada desaparecida, Jin y Ran (similar voz fonética al yin y al yang) recuperarán esa obnubilación que les hará desestabilizarse y alcanzar cotas de enajenación. Así, el relato forja un vínculo siniestro, mediante el cual, todas aquellas pesadillas que sufre Jin son materializadas en el mundo real, a través de la acción inconsciente de Ran, que en un estado de sonambulismo, es la mano ejecutora. De esta manera, se solidifica una ligazón con carácter fatalista. Así, hace acto de aparición el destino como elemento superior que predestina las acciones de los personajes, y el amor, otro elemento inmanente, se convierte en el azote y castigo de las acciones pasadas de Jin y Ran.
Los dos personajes forman en su unión, cuyo nexo común es el trauma de sus anteriores relaciones pasadas, un ente homogéneo en su forzada interdependencia. Él, creador de los monstruos de la razón, viste de negro. Ella, involuntaria, viste de blanco. Él no asimila que su novia lo haya dejado, ella dejó a su novio y a pesar de su repulsa, se ve abocada a volver a él una y otra vez.
Pasado, presente y futuro, trenzados en forma de espiral, rompen la continuidad temporal y, además vienen pautados por símbolos. El sueño sería el pasado. Pero a su vez, forma parte del presente. Un presente que se corresponde con el momento de desgarro que trae consigo la ausencia del ser amado y coincide, además, con la ocasión en la que Jin y Ran se conocen. Ambos se ven obligados a complementarse, como en aquellos momentos que tratan de dormir por turnos para que los sueños, cada vez más violentos, no se materialicen. O aquellos fragmentos en los que tratan de evitar quedarse dormidos, mientras el otro descansa (donde no puede faltar el recurso de la automutilación, elemento tan característico en su cine), convirtiéndose, si se quiere, en una versión apócrifa de la saga de Pesadilla en Elm street, versión autoral. Y nos falta la conjugación del futuro, alambicado en la parte final, mientras Ran permanece en la prisión y la vemos desdoblada en su doppelganger. Y para complicar más las cosas, está interpretada por la misma actriz que da cuerpo a la ex novia de Jin. Allí, se da paso a la historia del filósofo chino Zhuangzi[1]:
Un día, en un sueño, yo era una mariposa. Volaba elegantemente... Disfrutaba tanto volando de flor en flor que me olvidé de quién era. Me desperté y me di cuenta de que era yo mismo. Pero ya no podía saber si en mi sueño me convertí en una mariposa o la mariposa se convirtió en Zhuangzi en su sueño. Está claro que entre Zhuangzi y la mariposa no existía relación alguna. En este mundo tan inestable y temporal, un sueño puede ser realidad y viceversa.
Concluimos, y su cine obliga, a que destaquemos cómo Kim Ki-duk vuelve a cuidar al extremo la puesta en escena. Erige así una poesía visual que recoge las elegantes atmósferas de su filmografía en la composición de las secuencias. Fíjense cómo filma a los dos protagonistas en el interior de sus domicilios o cómo los hace convivir en el mismo plano. Pero, no obstante, a pesar de su esforzado esteticismo, con Dream llega a unas cotas de abstracción que pueden provocar aridez e inaccesibilidad a todo aquel espectador no familiarizado con su universo personal e intransferible. Y a su vez, en la voluntad de dinamitar las convenciones narrativas y hacer reaparecer constantes de anteriores largometrajes (la espiritualidad budista, la automutilación, etc.), también puede provocar agotamiento al espectador ya ducho. Dream sitúa al realizador en una encrucijada, ya que lleva al límite la depuración de su estilo, alcanzando cotas que parecen indicarnos que hemos llegado a un punto de no retorno. El tiempo nos lo dirá.
Festival de San Sebastián, 2008. Competición oficial
Festival de Cine asiático de Barcelona (BAFF), 2009
[1] Información facilitada por la distribuidora española
Ficha técnica:
Dream (Bi-mong), Corea del sur, 2008
Dirección: Kim Ki-duk
Producción:Kim Woo-Taek, Shin Kan-Yeong, Choun-Un
Guión: Kim Ki-duk
Fotografía: Kim Gi-Tae
Música: Ji Bark
Montaje: Kim Ki-duk
Interpretación: Lee Na-yeong, Pak Ji-a, Odagiri Joe, Kim Thae-hyeong, Jang Mi-hie
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