La última película de Kelly Reichardt no es un western de mujeres. Ni tan siquiera me atrevería a calificarlo de feminista. Pero sí es femenino, que no es lo mismo. La enorme grandeza de este excelente film es cómo lo lleva a cabo. Para ir posicionándome frente a él, ya les advierto que es uno de los mejores films que he visto con año de producción del 2010. Es una absoluta maravilla. Deseo que pronto encuentre un estreno normalizado. Porque es de esos films que circula por el ámbito restringido de los Festivales (Venecia, Gijón, Sundance, BAFICI y en Barcelona: Cinema d'Autor y Mostra de dones), y que uno siente que debe salirse de esa estrechez en la que, de momento, está aprisionado.
Oregón, 1845. Meek's Cutoff nos lleva, a través de una larga travesía, desde la abundancia del agua hasta el desierto más árido, para narrarnos un viaje de tres familias de fundadores perdidos en el noroeste del país, el cual todavía no estaba constituido tal como lo conocemos en la actualidad. De esta forma, Kelly Reichardt nos trae al presente esa (infructuosa) conquista de la naturaleza, entendiendo el ámbito geográfico como un territorio inhóspito y lleno de misterio y peligros. La formalización responde con suma rigurosidad a la iconografía más característica del género norteamericano por excelencia y además, pese a lo que se pueda pensar, sin ánimo de deconstruirlo en sus convenciones más asentadas. La inmensidad del paisaje está cargada de emociones humanas, a través de una magnánima fotografía de enorme belleza estética, que revela los desórdenes sumamente introspectivos de los personajes. Se incrementa la sensibilidad a través de los elementos plásticos mediante un film cargado de elocuentes silencios humanos, que no sonoros: los ruidos de las carretas o los cascabeles de los toros de carga como signos acústicos del continuo tránsito. La sugestión es de tal fuerza que uno queda absolutamente arrebatado ante las alusiones mediadoras de la imagen. Aunque no parezca a primera vista, Meek's Cutoff busca encontrarse con las raíces de expresión más arraigadas del cine oriental en su tendencia inexorable hacia la contemplación absoluta como espacio mental y físico: de figuración de lo real (ese detallismo extremo que respeta la secuencia completa a la hora de cargar los rifles de la época para poder disparar) y de lo imaginario (el western como mitología).
La dialéctica de la road-movie recogida por Kelly Reichardt emplaza al ser como una gota minúscula en la inmensidad de la geografía, que en su deshabitada llanura parece estar abocado al infinito más absoluto. Debido al explorador que llevan consigo, el Meek del título, se desvían de la ruta principal para establecer el primer punto nodal de conflicto, ya que ello les lleva a una ansiedad, cada vez más acuciante, a medida que las condiciones de la expedición empeoran. Se genera una incertidumbre en el seno del grupo humano ante la opción escogida de separarse del resto de pioneros. Todavía aquí la soberanía hegemónica está sustentada por lo masculino. Las imágenes mudas (de palabras) delatan la sumisión de la mujer frente al hombre. No hay un cuestionamiento explícito. El posicionamiento de la cámara es externo, como un agente ajeno al espacio diegético. La mirada de la cineasta se establece como una instancia objetiva con la única funcionalidad de mostrar. Aunque en la selección de lo que se incluye dentro del marco ya hay una opción ideológica inherente, agazapada de forma casi clandestina, en símil trayectoria a la de Emily Tetherow (una, como siempre, excelente Michelle Williams), figura que servirá como eje vehiculador de la mutación que se operará en la perspectiva fílmica. En ese sentido, Meek's Cutoff es una película idónea para recuperar la concepción de Foucault en torno al poder. Lo que veremos en ella será una escritura precisa y delicada, para delinear una gramática en torno a las relaciones de poder y cómo los integrantes en esas redes asentadas las negocian. El hombre bloquea el campo de vínculos para convertirlo en algo fijo, resistente a la libertad de movimientos. Es un dispositivo unificador que encontrará su progresivo quiebre en el encuentro ante el Otro. En su acercamiento a un indio (lo apresan para que les sirva como guía, dada la desesperación que les apremia en su pérdida en el desierto), la distribuciones inmóviles, favorecedoras de la dominación de un género frente al otro, en su contagio ante el extraño, poco a poco, mediante la acción cada vez más emancipadora de Emily Tetherow, acabará encontrando la definitiva subversión.
Cuando el nativo aparece en escena se constituye el segundo y decisivo motor de conflicto, donde el film se acelera en su transición de lo masculino como manivela vertebradora, tanto del tradicional género cinematográfico como del espacio fílmico, para ir derivando a la conquista de lo femenino como perspectiva y como autoridad reguladora de la mirada. La cámara poco a poco se subjetiva. Deja su ocupación ajena para identificarse con las mujeres, especialmente con Emily. En ese momento ya se establece muy sutilmente la ascendencia del cambio. Pasamos de ver lo que acontece sin correspondencia con los personajes a observar a los hombres a través de la presencia lejana de Emily. Cuando la cámara se alinee con ella, lo femenino ocupará un lugar inédito en el western. El punto de vista, casi imperceptible para el espectador, se ha modificado. Cuando las circunstancias extremas arrecien y se produzca un cada vez más despoje de elementos, para garantizar una dificultosa supervivencia (deshacerse de objetos superfluos para aligerar el movimiento, el accidente donde pierden una de las carretas, la cada vez más falta de agua, etc.), lo femenino va alcanzado cotas de potestad hasta llegar a una definitiva invasión de la autoridad. Entonces no será solamente la mujer la que gobierne el enfoque del film, sino que ya está frontalmente en primer plano exhibiendo su mando. Por eso el verdadero final es la conclusión de la secuencia en la que Emily coge la escopeta y apunta a Meek, en el momento que el mismo se disponía a matar al indio.
Meek's Cutoff es sublime en la forma que tiene de poner en imágenes este proceso desregulador de un sistema hegemónico. Porque para conseguirlo prescinde de las habituales estrategias para desarmar los géneros clásicos. Su singularidad le permite dejar intacto el western, no faltarle al respeto, y a su vez, con una rigurosidad silenciosa que solo demuestra una extrema inteligencia y habilidad, hacérselo suyo y legar una óptica femenina a una cartografía de hombres.
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