El mundo azul. Así es como se denomina al mundo profesional de las grandes corporaciones. La gente azul es esa que se siente parte de una familia. Que su vida es su trabajo, sus compañeros de oficina. Sus logros. Ganar más dinero para la compañía implica ser más felices. Sentir los colores, desvivirse por la empresa... Pero la empresa no es su amiga, no es su familia. Si no rindes, no eres nada. O, peor: si rindes pero las acciones no suben, no eres nada tampoco. Un número de la seguridad social del que en menos de dos horas tras el despido nadie se acordará (o no querrán acordarse, por si se pega la mala suerte).
Este es el mundo azul de Bobby, Gene y Phil. Distintas edades, distintas responsabilidades, pero un mismo problema: les han echado de GTX. Cómo les afecta a cada uno de ellos es, también, muy distinto: uno se resiste a la obviedad de que no puede pagar el Porsche, pero ni tan siquiera la hipoteca; otro, no es capaz de jubilarse con los millones que tiene en acciones de la compañía, simplemente su conciencia no se lo permite; y el último no concibe su vida sin la empresa en la que ha trabajado desde que era casi un niño. Pero todos deberán salir adelante. De una forma, u otra.
Una de las frases que vienen a la cabeza mientras observas cómo ha caído en picado la autoconfianza de esa gente de la pantalla (igual que a ti mismo te ha podido pasar, o eres consciente te pasará alguna vez) es la del Tyler Durden de El club de la lucha (Fight Club, David Fincher 1999): "No eres tu trabajo. No eres el dinero que tienes en el banco. No eres el coche que conduces. No eres el contenido de tu cartera. No eres tus jodidos dockers. Eres la mierda cantante y danzante del mundo...". El problema es que, por mucho que nos lo diga Tyler, no somos capaces de salir de esta rueda.
Si The company men está teniendo tanto éxito en taquilla y una respuesta más que favorable por parte de crítica y público es, sencillamente, porque nos está tocando la fibra sensible en un momento en el que esta temática es de rabiosa (y cruda) realidad. Si hace unos meses pudimos conocer el porqué de esta tremenda crisis económica que estamos viviendo (gracias al documental Inside Job de Charles Ferguson, 2010), y se presentó ya en Sundance una recreación de cómo se vivieron las primeras horas de esa crisis por parte de los analistas de Wall Street (Margin Call, J.C. Chandor, 2011), el film de John Wells lo que consigue es meternos, a muchos de nosotros... en nuestra propia piel. Igual que hace unos años los oficinistas nos reíamos con la adaptación para la gran pantalla de la tira cómica Milton (Trabajo basura, Mike Judge 1999), ahora no podemos hacerlo, porque lo que se representa son nuestros miedos reales del día a día. Y es que cualquier persona de clase media/media-alta que trabaje o haya estado trabajando en este tipo de multinacionales se ve identificado desde el minuto uno.
Pero, dejando a un lado la identificación más o menos casual con el tema que se trata, hay que decir que, en sí, The company men es una TV-movie, con actores de lujo que la salvan.
Con respecto a que sea una TV-movie: no hay que olvidar que esta es la primera incursión de John Wells en la realización de largometrajes, y se nota. Este productor, director y guionista de pequeñas joyas como El ala oeste de la Casa Blanca (2003-2006) o Turno de guardia (1999-2005) ha escrito también el guión del film, acercándose a la problemática actual del parado con la óptica del que podría ser un amigo que acompaña a los personajes que pasan un momento difícil de su vida. El guión simplifica cuestiones tan complejas como que el miedo a volver a fracasar te hace querer quedarte en una zona de confort (que ni es la óptima ni la deseada, pero sí la fácil), con una simple escena en la que el protagonista le dice a su cuñado que le han ofrecido un trabajo a su medida pero preferiría quedarse con él en la construcción. Es de un planteamiento tan sencillo como una película de domingo tarde de las que ves tirado en el sofá, sin ganas ni necesidad de pensar... y ya va bien.
Y en cuanto a la calidad de las interpretaciones: no me refiero a la de Ben Affleck (se le da mejor la dirección, no cabe duda), sino a la de dos veteranos que convierten un guión más bien poco elaborado en una historia humana y cercana: las escenas que comparten Tommy Lee Jones y el gran secundario Chris Cooper son lo mejor del film. El polifacético Cooper consigue construir un personaje profundo, perturbado (y perturbador), nada fácil, ya que, como mucho, aparece en pantalla unos veinte minutos. Y Jones es capaz de que, incluso, lleguemos a pensar que no todos nuestros jefes son tan inhumanos como puede parecer, aunque tampoco sean santos... como también se nos deja claro.
Así que The company men no es una gran película ni destaca por nada en especial. Pero llega en un momento, en el que es de gran ayuda para una sociedad que no levanta cabeza. John Wells firma un producto para dar esperanzas, para enseñarnos nuevos caminos y seguir adelante. En definitiva, para que no sintamos que lo que nos pasa es sólo a nosotros. ¿Mal de muchos, consuelo de tontos? Es posible pero... ¿y qué?
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