La cartografía narrativa en Tournée es errática, discontinua, digresiva e inconcreta. Como no hablamos de una línea recta, en consonancia, el recorrido geográfico de Joaquim (Mathieu Almaric) con sus fabulosas chicas norteamericanas de new burlesque por Francia va a dirimirse en los bordes del país, actuando en ciudades portuarias que miran al exterior (el mar), con un importante componente dentro-fuera, empezando por Le Havre y recabando en Nantes o La Rochelle, un recorrido trazado con rojo carmín. Porque este maravilloso movimiento es un devenir, un estar y no estar simultáneo (como el mismo Joaquim, de vuelta en su país), explicitado en los emplazamientos donde realizan sus paradas: los teatros que albergarán los fulgurantes shows y los hoteles, el espacio representativo por antonomasia de lo que es un no lugar: área impersonal de tránsito, con nula significación personal para los seres que puntualmente lo pueblan. Es muy revelador que el paso por los hoteles caros donde Joaquim aloja su grupo acabe desembocando en uno abandonado y destartalado, que evidencia su signo evidente de punto deshabitado, y por tanto, alberga las huellas visibles de un pasado glorioso, en idéntica correspondencia al de Joaquim cuando era productor televisivo. Consecuentemente, estos personajes limítrofes, tanto cómo se sienten como por donde se mueven, concluirán el film abandonando la periferia para situarse en un absoluto aislamiento social (esa lágrima que le cae a Joaquim cuando está acostado en la cama).
Tournée es mucho más que una road movie al uso, es el verbo transitivo puro que forja un interdicto entre la glorificación carnavalesca de la carne y las carencias de la identidad. La primera se visualiza mediante el new burlesque y las actrices que lo encarnan, auténticas profesionales que el propio Amalric reclutó para su film y donde ellas son responsables de los números que vemos en pantalla. A su lado, la anoréxica Christina Aguilera en el film Burlesque (2010) suena a chiste. Y respecto a las segundas, esas faltas existenciales y su consiguiente sufrimiento interior se desarrollan ampliamente a través del propio Joaquim y Mimi Le Meaux (una fascinante y potente actriz en ciernes, Miranda Colclasure). En ese sentido, Joaquim es un Mathieu Almaric pletórico en su arte actoral, todo un tour de force para sus admiradores, y casi podría decirse que es un personaje-resumen (totalmente expansivo) de su dilatada trayectoria como actor. En Tournée podemos ver concentrado ese personaje característico que tan bien se ha hecho suyo y que ha ido enriqueciendo, especialmente, a medida que ha ido sumando colaboraciones con Arnaud Desplechin. Su habilidad como director está fuera de toda duda, porque es capaz, con un simple plano geométrico en el que le vemos de espaldas, junto con un piloto de aviación en paralelo mientras esperan el ascensor, de hacernos una idea clarísima de qué tipo de persona es viendo su porte un tanto pintoresco. Hablamos de un bala perdida, insolente, hiperactivo, que se muestra frontalmente agresivo como parapeto de su condición esquiva a la hora de dejar ver su ternura interior, y que evidencia una desorientación en espiral. Un perfil rico en matices que bordea el exceso en sus aspectos negativos (esos ataques de ira tragicómicos), junto a una contención (pero sumamente expresiva) en su positividad. Para muestra, en la misma Tournée le veremos en un rincón enternecido/admirado mientras mira el show de Mimi. Tiempo después, cuando ella le pregunta qué le ha parecido, miente descaradamente ya que su respuesta es insultante, haciéndole ver que su número está pasado de moda y que el público se aburre. O bien, cómo su relación con sus chicas bascula entre su trato arisco e inesperadas declaraciones de amor. Porque Joaquim, tal como él mismo dice, pensaba que al volver a su país llegaría como un príncipe. Pero en su reencuentro con ese pasado que dejó atrás se topa de bruces con la cruda realidad, al contactar con sus antiguos compañeros de profesión. La comunicación con sus hijos, bastante agitada, tampoco le ayudará a rehacer una interioridad magullada por las duras rémoras de ese tiempo que ya no volverá jamás.
Y por si faltasen más valores, además Tournée se hace partícipe de un tipo de cine contemporáneo del que siento especial predilección. Porque estamos ante un cine de los cuerpos como Beau travail (Claire Denis, 1999) o Padre e hijo (Otets y syn, Alexander Sokurov 2003). La cámara no solo parece que mira, sino que además toca. Porque, en este caso, su exploración física del modelo femenino, a través de los cuerpos exuberantes, jubilosos y generosos de sus actrices puede llevarnos a una relectura actualizada del artífice Federico Fellini, a la hora de plasmar el placer orgiástico de la carne en su resplandeciente y desacomplejada expresión. A lo que se suma, siempre abrazando los colores cálidos, un transgresor componente contracultural, en su opción de filmar el new burlesque y su decidida oposición al cuerpo femenino impuesto por el patrón publicitario. En ese sentido, su estudiadísima y cuidada puesta en escena, prodigiosa como pocas, huye constantemente del antropomorfismo centrado en el cuadro. No solo prescinde del cliché para filmar los números escénicos (se resisten a aparecer), sino que además opta por la filmación rapiña. Trabaja a fondo el fuera de campo, colocándose habitualmente en el backstage, en ángulos con poca visión, en distorsiones y miradas nubladas. En general, la cámara en sus movimientos rompe constantemente el equilibrio clásico del plano, dejando en muchas ocasiones a los personajes en los bordes del marco, desestructurando la perspectiva clásica y ordenada, desdibujando las líneas rectas imaginarias del espacio, o colocándola en puntos inusuales cuando se mantiene fija para acentuar una mayor expresividad, poniendo énfasis en el punto de vista excéntrico. De tal forma, los cuerpos acaban cercenados por la visión o expulsados a sus márgenes, en una absoluta y perfecta sincronía entre la estilística, los personajes y la estructura. Porque, ¿no hemos hablado ya de caracterizaciones, motivaciones y recorridos en los bordes?
Tournée es esplendorosa, visceral, sugestiva y envolvente. Porque nos hace sentir como pocas el derroche de energía que emulsiona en pantalla (¿quién puede resistirse a esas chicas y sus shows pícaros?), porque su sistema simbólico y estético funciona como un reloj suizo, por su indudable adscripción a las preocupaciones formales y narrativas del cine más interesante de la actualidad, porque tenemos a Amalric al cuadrado dando el do de pecho en la actuación y dirección... ¿hace falta que siga?
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